Presionadas por Bruselas, GdF y Suez postergan la fusión

La unión entre Gaz de France y Suez, forzada por el propio estado y anunciada el 25 de febrero, está lejos de cristalizar. De hecho, se pospone sin plazo y corre peligro.

21 diciembre, 2006

En realidad, todo el asunto arrancó mal. El 22 de febrero, el italiano Enel (Ente elettricità) amagó con una posible oferta por Suez, grupo francobelga de servicios de accidentada historia (arranca con una estafa alrededor del canal de Suez, en el siglo XIX). París pisó el palito: el 25, Dominique Villepin –primer ministro, pero difícilmente instancia normal en estos casos- anunció la privatización de GdF y su fusión con Suez.

El proyecto involucraba una compañía estatal donde, tras la eventual “privatización”, el gobierno retendría la “acción de oro” (o sea, el poder de veto). En cierrto modo, el efecto final habría sido (a) la “semiestatización” de una sociedad privada y (b) la exclusión de los socios belgas.

La escasa transparencia del trámite motivo que la comisaria antimonopolio de la Comisión Europea –la holandesa Neelie Kroes- abriese una investigación al respecto. El 8 de noviembre, el parlamento francés se apresura a pasar una ley que autoriza la “privatización” de GdF. El 14, la CE fija condiciones para la operación, entre ellas la venta de activos belgas. El 22, un tribunal francés ordena a GdF congelar el proyecto, mientras no se disponga de datos sobre el efecto laboral de la eventual fusión. Por fin, el 20 de diciembre el directorio de GdF crean condiciones para abrir un paréntesis sin plazo.

No es un asunto fácil, pues el matrimonio implicaría unos € 45.000 millones. Este volumen preocupa en la Unión Europea, pues algunos gobiernos –España, Francia, Polonia- han estado obsedidos por inventar “campeones nacionales” y resistir tanto a los mercados bursátiles –que erigen la privatización como virtud teologal- cuanto a los reguladores, por lo común sensibles a ese mensaje.

Existe una característica peculiar de estos procesos: los mismos gobiernos empeñados en “lo nacional” puertas adentro, tenga una postura opuestas si se trata de iniciativas similares de otros. So explica los roces entre España, Francia e Italia. Ademán, en el caso galo influyen burócratas “especializados” en ocupar cargos bien rentados en compañías donde París tiene parte del paquete o la “acción de oro”.

En verdad, lo que la justicia dictaminó en noviembre es que la fusión debe esperar la derregulación del sector energético local, en consonancia con toda la UE (esto ocurrirá recién el 1ºde julio). Hasta el momento, los letrados de Suez y GdF no hallan una salida elegante y, por ello, la cuestión puede quedar posergada hasta esa fecha.

Naturalmente, Francia no está sola. Días atrás, Italia bloquepo la fusiòn entre su operadora de rutas Autostrade y la española Abertis. Este lunes, Statoil –de Noruega, país que nunca quiso asociarse a la UE- anunció la compra de su rival y compatriota Norsk Hydro. Esto creará una vasta firma estatal de hidrocarburos cuyas actividades incluyen Rusia, feudo del gigante estatal Gazprom.

La propensión francesa a capitales mixtos o injerencia del estado no es cosa nueva. En la actualidad, solo una de las diez empresas líderes (L’Oréal), por valor de mercado, nunca estuvo bajo control del gobierno. Con frecuencia, la estrategia ha creado grupos tan poderosos como Areva (ingeniería nuclear, primera del mundo) o la farmoquímica Sanofi-Aventis, cuarta por ventas en el contexto internacional. Claro, también hay problemas como el de European aeronautics, defence & space (Eads), un emprendimiento que empezó asociando tres países (Francia, Alemania, Gran Bretaña), perdió su miembro anglosajón y es escenario de continuas peleas entre los dos restantes.

En realidad, todo el asunto arrancó mal. El 22 de febrero, el italiano Enel (Ente elettricità) amagó con una posible oferta por Suez, grupo francobelga de servicios de accidentada historia (arranca con una estafa alrededor del canal de Suez, en el siglo XIX). París pisó el palito: el 25, Dominique Villepin –primer ministro, pero difícilmente instancia normal en estos casos- anunció la privatización de GdF y su fusión con Suez.

El proyecto involucraba una compañía estatal donde, tras la eventual “privatización”, el gobierno retendría la “acción de oro” (o sea, el poder de veto). En cierrto modo, el efecto final habría sido (a) la “semiestatización” de una sociedad privada y (b) la exclusión de los socios belgas.

La escasa transparencia del trámite motivo que la comisaria antimonopolio de la Comisión Europea –la holandesa Neelie Kroes- abriese una investigación al respecto. El 8 de noviembre, el parlamento francés se apresura a pasar una ley que autoriza la “privatización” de GdF. El 14, la CE fija condiciones para la operación, entre ellas la venta de activos belgas. El 22, un tribunal francés ordena a GdF congelar el proyecto, mientras no se disponga de datos sobre el efecto laboral de la eventual fusión. Por fin, el 20 de diciembre el directorio de GdF crean condiciones para abrir un paréntesis sin plazo.

No es un asunto fácil, pues el matrimonio implicaría unos € 45.000 millones. Este volumen preocupa en la Unión Europea, pues algunos gobiernos –España, Francia, Polonia- han estado obsedidos por inventar “campeones nacionales” y resistir tanto a los mercados bursátiles –que erigen la privatización como virtud teologal- cuanto a los reguladores, por lo común sensibles a ese mensaje.

Existe una característica peculiar de estos procesos: los mismos gobiernos empeñados en “lo nacional” puertas adentro, tenga una postura opuestas si se trata de iniciativas similares de otros. So explica los roces entre España, Francia e Italia. Ademán, en el caso galo influyen burócratas “especializados” en ocupar cargos bien rentados en compañías donde París tiene parte del paquete o la “acción de oro”.

En verdad, lo que la justicia dictaminó en noviembre es que la fusión debe esperar la derregulación del sector energético local, en consonancia con toda la UE (esto ocurrirá recién el 1ºde julio). Hasta el momento, los letrados de Suez y GdF no hallan una salida elegante y, por ello, la cuestión puede quedar posergada hasta esa fecha.

Naturalmente, Francia no está sola. Días atrás, Italia bloquepo la fusiòn entre su operadora de rutas Autostrade y la española Abertis. Este lunes, Statoil –de Noruega, país que nunca quiso asociarse a la UE- anunció la compra de su rival y compatriota Norsk Hydro. Esto creará una vasta firma estatal de hidrocarburos cuyas actividades incluyen Rusia, feudo del gigante estatal Gazprom.

La propensión francesa a capitales mixtos o injerencia del estado no es cosa nueva. En la actualidad, solo una de las diez empresas líderes (L’Oréal), por valor de mercado, nunca estuvo bajo control del gobierno. Con frecuencia, la estrategia ha creado grupos tan poderosos como Areva (ingeniería nuclear, primera del mundo) o la farmoquímica Sanofi-Aventis, cuarta por ventas en el contexto internacional. Claro, también hay problemas como el de European aeronautics, defence & space (Eads), un emprendimiento que empezó asociando tres países (Francia, Alemania, Gran Bretaña), perdió su miembro anglosajón y es escenario de continuas peleas entre los dos restantes.

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