Japón vive una inusitada batalla por el liderazgo financiero

La puja de ofertas por UFJ Holdings alcanza niveles poco habituales en el rígido mundo de la banca nipona. Arrancó Mitsubishi Tokyo (MTF) Financial y ahora entra inesperadamente en liza Sumitomo Mitsui Financial Group (SMFG).

9 agosto, 2004

Medios tokiotas estiman que, en un par de días, SMFG ofrecerá entre US$ 23.800 y 25.600 millones por UFJ. El ingreso del tercer conglomerado bancario del país podría elevar de 20 a 30% el “valor en mercado” de UFJ, cuarta entidad japonesa, cuya capitalización bursátil no pasa de los US$ 19.800 millones propuestos por MTF.

Pero el tema toma visos globales porque, sea cual fuere el comprador final, la amalgama resultante desplazará del primer lugar absoluto –por activos- a Citigroup. Según quien se adjudique el UFJ, el eventual conglomerado oscilará entre US$ 1,45 y 1,75 billón, contra 1,3 billón de la entidad norteamericana. Se volvería, entonces, al liderazgo mundial que los bancos japoneses tuvieron en los 80.

En un clima de secreto típicamente nipón, SMFG envió el viernes una carta de intención a UFJ –que ya había firmado un preacuerdo formales con MTF-, donde ofrece ya US$ 4.500 millones en fondos frescos para compensar las carteras de incobrables que castigan el balance del primero. También se compromete a nombrar algunos directivos de UFJ en cargos similares de la futura sociedad.

Sin duda, MTF quiere frenar a SMFG, segunda entidad financiera del Sol Naciente. Por supuesto, su oferta es hostil, al ser posterior al preacuerdo SMFG-UFJ, algo novedoso en el contexto japonés. “Mitsubishi se comporta como Oracle y eso resulta demasiado traumático para nuestra cultura”, señalaba el influyente “Asahi shimbun”.

El asunto, sin embargo, va más allá de lo cultural. Aun descartando a MTF, la propuesta de SMFG significa un giro copernicano en la banca nipona, por una simple razón: introduce el factor competencia en una actividad que, tradicionalmente, era coto cerrado. Primero, porque refleja una sociedad proveniente del shogunato instaurado en el siglo XVI. Segundo, porque la reforma Meiji (1868-73) generó conglomerados verticales –“zaibatsu”- que integrarían banca e industria copiando el modelo prusiano de 1864 en adelante, con el estado desempeñando un papel clave.

La evolución de posguerra introdujo la tecnología de punta, en tanto el plan de George Marshall y la “regencia” de Douglaa McArthur reducían el papel del estado en la economía a una forma de planeamiento indicativo. Ésa fue la génesis de alianzas horizontales (“keiretsu”). Sólo el Banco de Japón (central) mantuvo su papel “monárquico”, que el resto de Asia oriental y sudoriental emularía desde 1965.

En otras palabras, la “revolución” en el negocio financiero puede “occidentalizar” un sector clave de la economía. Así lo esperan, con sospechoso optimismo, el “Financial Times” y el “Wall Street Journal”. Ambos medios y el semanario “The Economist” vislumbran un futuro ideal para ellos: los bancos “pasarán de privilegiar grandes clientes, empresas vinculadas o el interés nacional y buscarán mejorar dividendos para los accionistas”.

Curiosamente, eso mismo ha llevado, en Estados Unidos, a la serie de irregularidades contables iniciada con Enron. Allende el Atlántico, varios bancos están en la picota por complicidad con fraudes y el vaciamiento de Parmalat. Ninguno de esos extremos parece aconsejable como base de un cambio fundamental en el sistema financiero japonés.

Medios tokiotas estiman que, en un par de días, SMFG ofrecerá entre US$ 23.800 y 25.600 millones por UFJ. El ingreso del tercer conglomerado bancario del país podría elevar de 20 a 30% el “valor en mercado” de UFJ, cuarta entidad japonesa, cuya capitalización bursátil no pasa de los US$ 19.800 millones propuestos por MTF.

Pero el tema toma visos globales porque, sea cual fuere el comprador final, la amalgama resultante desplazará del primer lugar absoluto –por activos- a Citigroup. Según quien se adjudique el UFJ, el eventual conglomerado oscilará entre US$ 1,45 y 1,75 billón, contra 1,3 billón de la entidad norteamericana. Se volvería, entonces, al liderazgo mundial que los bancos japoneses tuvieron en los 80.

En un clima de secreto típicamente nipón, SMFG envió el viernes una carta de intención a UFJ –que ya había firmado un preacuerdo formales con MTF-, donde ofrece ya US$ 4.500 millones en fondos frescos para compensar las carteras de incobrables que castigan el balance del primero. También se compromete a nombrar algunos directivos de UFJ en cargos similares de la futura sociedad.

Sin duda, MTF quiere frenar a SMFG, segunda entidad financiera del Sol Naciente. Por supuesto, su oferta es hostil, al ser posterior al preacuerdo SMFG-UFJ, algo novedoso en el contexto japonés. “Mitsubishi se comporta como Oracle y eso resulta demasiado traumático para nuestra cultura”, señalaba el influyente “Asahi shimbun”.

El asunto, sin embargo, va más allá de lo cultural. Aun descartando a MTF, la propuesta de SMFG significa un giro copernicano en la banca nipona, por una simple razón: introduce el factor competencia en una actividad que, tradicionalmente, era coto cerrado. Primero, porque refleja una sociedad proveniente del shogunato instaurado en el siglo XVI. Segundo, porque la reforma Meiji (1868-73) generó conglomerados verticales –“zaibatsu”- que integrarían banca e industria copiando el modelo prusiano de 1864 en adelante, con el estado desempeñando un papel clave.

La evolución de posguerra introdujo la tecnología de punta, en tanto el plan de George Marshall y la “regencia” de Douglaa McArthur reducían el papel del estado en la economía a una forma de planeamiento indicativo. Ésa fue la génesis de alianzas horizontales (“keiretsu”). Sólo el Banco de Japón (central) mantuvo su papel “monárquico”, que el resto de Asia oriental y sudoriental emularía desde 1965.

En otras palabras, la “revolución” en el negocio financiero puede “occidentalizar” un sector clave de la economía. Así lo esperan, con sospechoso optimismo, el “Financial Times” y el “Wall Street Journal”. Ambos medios y el semanario “The Economist” vislumbran un futuro ideal para ellos: los bancos “pasarán de privilegiar grandes clientes, empresas vinculadas o el interés nacional y buscarán mejorar dividendos para los accionistas”.

Curiosamente, eso mismo ha llevado, en Estados Unidos, a la serie de irregularidades contables iniciada con Enron. Allende el Atlántico, varios bancos están en la picota por complicidad con fraudes y el vaciamiento de Parmalat. Ninguno de esos extremos parece aconsejable como base de un cambio fundamental en el sistema financiero japonés.

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