El Pentágono sobreenriquece a los fabricantes de armas

Los contratistas militares nadan en plata, lo cual alegra a sus accionistas. No al Pentágono –fuente de tanta riqueza-, que no obtiene mucho a cambio. Actualmente, los máximos proveedores tienen de US$25 a 30.000 millones cada uno en caja.

13 mayo, 2005

“Es un asunto políticamente delicado”, señala un informe de Merril Lynch. “Si las compañías siguen repartiéndose el efectivo con los accionistas, vía dividendos, el Pentágono acabará presionándolos para contribuir a ciertos programas muy costosos”. Por supuesto, otras industrias también gozan de cuantiosos superávit en caja, pero los contratistas militares le deben su prosperidad casi íntegramente al gobierno federal.

La cuestión pone frente a frente dos poderosos grupos de interés. Uno es Wall Street, que considera justos esos dividendos por el apoyo de los accionistas a las empresas que, a su vez, corren riesgos. Otro es el Pentágomno, cuyos gastos originan tanto la caja acumulada como el consiguiente apoyo de los accionistas y, de paso, sobrecompensan presuntos riesgos.

En realidad, las enormes utilidades son piedra de toque. Por eso, el gobierno federal estima que los altos dividendos serían más aceptables, políticamente, si parte del dinero no fuera a los accionistas sino al desarrollo de proyectos militares. En particular, porque este flujo de ingresos responde a una iniciativa del Pentágono mismo: hace algunos años, Defensa sugirió a sus proveedores una serie de fusiones y adquisiciones, para reducir capacidad excesiva y elevar eficiencia.

Las sobrevivientes se hicieron más eficaces y rentables. Además, con menos operadores en el campo, cada uno cosecha más que antes.

En este momento, sin duda, muchas otras actividades están repletas de efectivo. Por ejemplo, Exxon Mobil dispone de US$25.000 millones en caja y afronta crecientes presiones para dar dividendos menos generosos y reinvertir más en exploración de hidrocarburos. En otro sector, Microsoft mantuvo por años el récord en materia de efectivo. Hasta que, en 2004, metió mano en una alcancía de US$56.000 millones y otorgó a los accionistas 32.000 millones en dividendos extraordinarias (de los cuales 1.400 millones fueron a William Gates).

Pero los contratistas militares son distintos. Tan estrechos son sus lazos con el Pentágono -vía lobbies casi intocables- que, a menudo, es difícil saber dónde terminan unos y empieza el otro. Así, los superávit en efectivo se elevan cuando Defensa apela al congreso para aumentar las partidas destinadas a Irak y Afganistán o financiar costosísimos proyectos futuros. Con frecuencia, utópicos.

Los política han notado esos rasgos. Así, el senador John McCain (republicano, Arizona) impuso hace poco cambios en contratos para dos grandes proyectos: el futuro sistema de combate (US$100.000 millones) y el avión militar de carga C-130J (4.000 millones). Su objetivo era limitar las excesivas ganancias de la industria.

Tiempo antes, las utilidades involucradas para Boeing, si cerraba un acuerdo de alquiler con opción de compra (US$23.000 millones) de aviones tanques, fueron una de las razones para suspender la operación. Poco después, el consultor Micahel Goldberg estimaba que el sector había acumuado caja por entre US$25.000 y 30.000 millones. Los contratistas europeos, muchos de ellos también proveedores del Pentágono, sumaban de 15.000 a 20.000 millones.

“Es un asunto políticamente delicado”, señala un informe de Merril Lynch. “Si las compañías siguen repartiéndose el efectivo con los accionistas, vía dividendos, el Pentágono acabará presionándolos para contribuir a ciertos programas muy costosos”. Por supuesto, otras industrias también gozan de cuantiosos superávit en caja, pero los contratistas militares le deben su prosperidad casi íntegramente al gobierno federal.

La cuestión pone frente a frente dos poderosos grupos de interés. Uno es Wall Street, que considera justos esos dividendos por el apoyo de los accionistas a las empresas que, a su vez, corren riesgos. Otro es el Pentágomno, cuyos gastos originan tanto la caja acumulada como el consiguiente apoyo de los accionistas y, de paso, sobrecompensan presuntos riesgos.

En realidad, las enormes utilidades son piedra de toque. Por eso, el gobierno federal estima que los altos dividendos serían más aceptables, políticamente, si parte del dinero no fuera a los accionistas sino al desarrollo de proyectos militares. En particular, porque este flujo de ingresos responde a una iniciativa del Pentágono mismo: hace algunos años, Defensa sugirió a sus proveedores una serie de fusiones y adquisiciones, para reducir capacidad excesiva y elevar eficiencia.

Las sobrevivientes se hicieron más eficaces y rentables. Además, con menos operadores en el campo, cada uno cosecha más que antes.

En este momento, sin duda, muchas otras actividades están repletas de efectivo. Por ejemplo, Exxon Mobil dispone de US$25.000 millones en caja y afronta crecientes presiones para dar dividendos menos generosos y reinvertir más en exploración de hidrocarburos. En otro sector, Microsoft mantuvo por años el récord en materia de efectivo. Hasta que, en 2004, metió mano en una alcancía de US$56.000 millones y otorgó a los accionistas 32.000 millones en dividendos extraordinarias (de los cuales 1.400 millones fueron a William Gates).

Pero los contratistas militares son distintos. Tan estrechos son sus lazos con el Pentágono -vía lobbies casi intocables- que, a menudo, es difícil saber dónde terminan unos y empieza el otro. Así, los superávit en efectivo se elevan cuando Defensa apela al congreso para aumentar las partidas destinadas a Irak y Afganistán o financiar costosísimos proyectos futuros. Con frecuencia, utópicos.

Los política han notado esos rasgos. Así, el senador John McCain (republicano, Arizona) impuso hace poco cambios en contratos para dos grandes proyectos: el futuro sistema de combate (US$100.000 millones) y el avión militar de carga C-130J (4.000 millones). Su objetivo era limitar las excesivas ganancias de la industria.

Tiempo antes, las utilidades involucradas para Boeing, si cerraba un acuerdo de alquiler con opción de compra (US$23.000 millones) de aviones tanques, fueron una de las razones para suspender la operación. Poco después, el consultor Micahel Goldberg estimaba que el sector había acumuado caja por entre US$25.000 y 30.000 millones. Los contratistas europeos, muchos de ellos también proveedores del Pentágono, sumaban de 15.000 a 20.000 millones.

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