jueves, 26 de diciembre de 2024

Washington promueve el ensanche del Atlántico norte

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La estrategia de defensa formulada días atrás por Donald Rumsfeld postula un EE.UU. en guerra continua, alejado de la Unión Europea. Pero no aparecen ideas económicas en los planes del secretario y su mentor, el vicepresidente Richard Cheney.

En verdad, el pensamiento neoimperial, alrededor de George W.Bush y en otros ámbitos estadounidenses, sostiene que ambas orillas del Atlántico norte se distancian en valores, intereses y –claro- poder. Tachan a los atlanticistas norteamericanos de “neorrománticos”. Pero, tal vez, ambas percepciones estén equivocadas.

En materia de valores, un término generalmente mal usado, EE.UU. y la Unión Europea se acercan. Donde se alejan es en intereses geopolíticos y económicos. No obstante, la influencia de neo y ultraconservadores en la Casa Blanca tiende a licuarse tras la victoria electoral de Bush y los de Rumsfeld parece un gesto orientado a Condoleezza Rice.

Un poco extemporáneo, pues la nueva secretaria de Estado va en vías de superar a Theodore Roosevelt. Sus abruptas críticas a Vladyímir Putin en Moscú, las desembozadas presiones contra Venezuela en una visita por el patio trasero y el mal humor con que reaccionó ante el triunfo deJosé Miguel Insulza en la OEA van más allá de Rumsfeld.

Ahora bien, Europa se acerca a EE.UU. en pensamiento económico y político. Desde los 80, la influencia conservadora norteamericana afecta a gobiernos de derecha o izquierda, alejándolos de la democracia social y el papel del estado en la economía. En verdad, los lleva a una economía más condicionada por mercados bursátiles y financieros. El caso de Tony Blair es emblemático.

Otro factor es la inmigración. Desde el descubrimiento de América hasta la última posguerra, Europa fue fuente de emigración, especialmente al Nuevo Continente. Hoy, el envejecimiento de la población convierte a Europa en destino de migraciones “indeseables” y, como en EE.UU. durante los siglos XVIII a XX, surgen fuertes minorías étnicas.

Nada de eso evita que ambos lados del Atlántico tengan intereses geopolíticos y económicos divergentes. Ya la licuación del bloque soviético acabó con la razón de ser del Tratado del Atlántico Norte y su organización (OTAN). Como lo señala la crisis previa a la invasión unilateral de Irak, el terrorismo mayorista y el petróleo no alcanzan para revivir la OTAN. Gran Bretaña lo demuestra: arrastrado por decisiones inconsultas del gobierno –que actuó contra la opinión pública, igual que Balfour en 1917-, el reino es casi un satélite de EE.UU. Esto y la banca londinense también lo distancian de la Unión Europea. Para no hablar de la eventual constitución europea.

En otro plano, EE.UU. teme que el ascenso de China deteriore como poder en Asía oriental y sudoriental. Eso no le quita el sueño a la UE. Aunque todo el bloque noratlántico coincida en luchar contra al Qa’eda y grupos similares, europeos y norteamericanos tienen intereses diferentes en Levante. Los primeros, además, empalman con Rusia, China e India. ¿Por qué? Porque todos limitan con el mundo islámico y EE.UU. está lejos.

Por ahora, el negocio petrolero –versión sauditejana- y el “lobby” ultraderechista israelí determinan la política de Washington en la región. Por desgracia, Saudiarabia es cuna y objetivo final de Osama bin Laden, cuyo clan aspira a reemplazar al rival saudí en el poder. Aun así, el futuro europeo está mucho más influido por cuanto ocurra en las cosas orientales y meridional del Mediterráneo. Allá, exceso de activismo norteamericano es un creciente riesgo para la estabilidad europea.

En verdad, el pensamiento neoimperial, alrededor de George W.Bush y en otros ámbitos estadounidenses, sostiene que ambas orillas del Atlántico norte se distancian en valores, intereses y –claro- poder. Tachan a los atlanticistas norteamericanos de “neorrománticos”. Pero, tal vez, ambas percepciones estén equivocadas.

En materia de valores, un término generalmente mal usado, EE.UU. y la Unión Europea se acercan. Donde se alejan es en intereses geopolíticos y económicos. No obstante, la influencia de neo y ultraconservadores en la Casa Blanca tiende a licuarse tras la victoria electoral de Bush y los de Rumsfeld parece un gesto orientado a Condoleezza Rice.

Un poco extemporáneo, pues la nueva secretaria de Estado va en vías de superar a Theodore Roosevelt. Sus abruptas críticas a Vladyímir Putin en Moscú, las desembozadas presiones contra Venezuela en una visita por el patio trasero y el mal humor con que reaccionó ante el triunfo deJosé Miguel Insulza en la OEA van más allá de Rumsfeld.

Ahora bien, Europa se acerca a EE.UU. en pensamiento económico y político. Desde los 80, la influencia conservadora norteamericana afecta a gobiernos de derecha o izquierda, alejándolos de la democracia social y el papel del estado en la economía. En verdad, los lleva a una economía más condicionada por mercados bursátiles y financieros. El caso de Tony Blair es emblemático.

Otro factor es la inmigración. Desde el descubrimiento de América hasta la última posguerra, Europa fue fuente de emigración, especialmente al Nuevo Continente. Hoy, el envejecimiento de la población convierte a Europa en destino de migraciones “indeseables” y, como en EE.UU. durante los siglos XVIII a XX, surgen fuertes minorías étnicas.

Nada de eso evita que ambos lados del Atlántico tengan intereses geopolíticos y económicos divergentes. Ya la licuación del bloque soviético acabó con la razón de ser del Tratado del Atlántico Norte y su organización (OTAN). Como lo señala la crisis previa a la invasión unilateral de Irak, el terrorismo mayorista y el petróleo no alcanzan para revivir la OTAN. Gran Bretaña lo demuestra: arrastrado por decisiones inconsultas del gobierno –que actuó contra la opinión pública, igual que Balfour en 1917-, el reino es casi un satélite de EE.UU. Esto y la banca londinense también lo distancian de la Unión Europea. Para no hablar de la eventual constitución europea.

En otro plano, EE.UU. teme que el ascenso de China deteriore como poder en Asía oriental y sudoriental. Eso no le quita el sueño a la UE. Aunque todo el bloque noratlántico coincida en luchar contra al Qa’eda y grupos similares, europeos y norteamericanos tienen intereses diferentes en Levante. Los primeros, además, empalman con Rusia, China e India. ¿Por qué? Porque todos limitan con el mundo islámico y EE.UU. está lejos.

Por ahora, el negocio petrolero –versión sauditejana- y el “lobby” ultraderechista israelí determinan la política de Washington en la región. Por desgracia, Saudiarabia es cuna y objetivo final de Osama bin Laden, cuyo clan aspira a reemplazar al rival saudí en el poder. Aun así, el futuro europeo está mucho más influido por cuanto ocurra en las cosas orientales y meridional del Mediterráneo. Allá, exceso de activismo norteamericano es un creciente riesgo para la estabilidad europea.

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