El presidente venezolano Nicolás Maduro es un buen alumno de su predecesor, el agitador socialista Hugo Chávez. Como aquel, Maduro desconfía de las empresas y las ganancias capitalistas le provocan urticaria.
Han sido días duros para lo que queda del sector privado de Venezuela. El fin de semana pasado Maduro ordenó a los venezolanos, junto con el ejército, a obligar a los negocios de electrónicos a vender sus existencias a precio de liquidación. “¡Que no quede nada en las estanterías!” dijo durante un programa de televisión pidiendo a la gente que vaya a los negocios y obligara a los vendedores a entregar la mercadería a precio vil. El ejército obedeció, ocupó los negocios e hizo cambiar los precios a punta de pistola.
Lo que siguió fue un frenesí mientras largas filas de personas esperaban para entrar a comprar productos electrónicos el 9 de noviembre. Muchos salían cargados de aparatos que o bien compraban a precios bajísimos, o diractemtne los tomaban sin pagar (también se habló de saqueos). En una tienda en particular, algúnos artículos se vendieron a un tercio de su precio de lista. El ejército y la policía también participaron de la fiesta.
El uso de electrónicos baratos para conseguir apoyo político no es un recurso nuevo en Venezuela. El año pasado Chávez repartió entre sus seguidores más de un millón de artefactos chinos como una forma de convencerlos de que votaran por él. Yo presencié uno de esos actos, en el cual ciudadanos desprevenidos recibían lavarropas de regalo, cortesía del Comandante Chávez. Ya muy enfermo, Chávez consiguió una victoria de diez puntos en las elecciones de octubre.
Pero Maduro no tiene los bolsillos profundos que tenía Chávez hace un año. El nuevo presidente se enfrenta, dentro de un mes, a elecciones municipales en un momento en que las reservas de Venezuela están bajas y los precios del petróleo están cayendo. El déficit presupuestario es enorme y con la inflación a más de 50% anual, al gobierno le resulta difícil seguir adelante.
Ante esta realidad,Maduro decidió que si no puede regalar artefactos, regalará los de otros.
Pero podría haber otro factor en juego. El creciente énfasis de Maduro en el caos como forma de gobernar podría señalar que quiere precipitar una crisis para renovar a los desleales en las fuerzas armadas.
Esta es una táctica que sale directamente del manual de Chávez. En 2002, Chávez precipitó una crisis política echando públicamente a miles de gerentes de la petrolera estatal PDVSA. Eso hizo que mucha gente de las fuerzas armadas se manifestara y entoncess, él los echó también. El resultado fue un intento de golpe que logró superar. En los meses siguientes, Chávez identificó a los que eran sus enemigos y se quedó con una burocracia y un ejército totalmente compuestos por leales. En uno de los más extraños momentos en la historia reciente de Venezuela, Chávez mismo confesó haber orquestado la crisis.
Maduro podría estar buscando hacer lo mismo. A diferencia de Chávez, Maduro no tiene raíces profundas dentro de las fuerzas armadas. La transición de Chávez a Maduro fue sorprendentemente fácil, pero hay indicios de que el actual presidente no se siente totalmente cómodo en su posición con los hombres de armas. La semana pasada anunció que estaba instalando armas antiaéreas en las villas miseria que se apiñan en los cerros de Caracas, un intento no muy velado de usar a los civiles como escudo humano en caso de que la Fuerza Aérea tuviera la idea de intentar un golpe. Maduro visita constantemente grupos militares y se ha asegurado de que los miembros del ejército sepan que está dispuesto a darles beneficios a los que el resto de la sociedad no tiene acceso.
Esta teoría se sostiene cuando uno analiza los acontecimiento del último fin de semana. Algunos miembros del ejército están íntimamente ligados a los sectores de importación. Tal vez Maduro está buscando interferir en los intereses militares, agitar algunas plumas y ver qué efecto tiene. En realidad, el líder opositor Henrique Capriles ha dicho que los acontecimientos del fin de semana son sólo una parte de una guerra entre bandas rivales dentro del gobierno.
Robert Mugabe de Zimbabwe, un aliado de Hugo Chávez, una vez declaró la guerra a la inflación y a las empresas privadas. En una inquietante y profética medida, ordenó a las tiendas bajar los precios a la fuerza y los consumidores obviamente respondieron dejando vacías las estanterías a su paso. La historia de la evolución económica de Zimbabwe es bien conocida: la estrategia de Mugabe provocó hiperinflación y caos, y sólo cuando la economía se vio obligada a salir de su moneda y adoptar el dólar logró estabilizarse. Terrorífico como parezca para los venezolanos, Maduro parece estar copiando una página o dos del manual de Mugabe. Sus políticas seguramente provocarán más escasez y más inestabilidad. La diferencia está en que, a diferencia de Mugabe, Maduro no representa un momento importante en la historia de su país, ni tampoco tiene la lealtad inquebrantable de las fuerzas armadas. Los próximos meses mostrarán si Maduro tiene la entereza para sobrevivir a los demonios que creó con sus políticas.
“Debemos aumentar el rol del Estado” dijo Maduro en octubre “para disminuir el rol del sector privado en la economía y acelerar la transición al socialismo”.
Dicho de otro modo, la visión socialista de Maduro para Venezuela significa minimizar el sector privado corriéndolo de los negocios. A juzgar por los actos recientes, su plan es seguir adelante a toda marcha.