Unión Europea: una ampliación con pocas ilusiones

El ingreso de economías menos desarrolladas inquieta a inversores dentro y fuera de la Unión Europea. Así, Polonia, el mayor socio nuevo, sufre a un sector rural ineficiente. Pero otras cuestiones crean dudas sobre la ampliación.

1 mayo, 2004

La expansión de la UE no es unánime, aceitada ni, mucho menos, garantía de prosperidad. Si bien el antiguo club de los 15 tuvo que limar disparidades entre ricos tipo Alemania o Francia y pobres tipo Portugal o Grecia, el nuevo desafío no tiene comparación. Así lo trasunta la crisis que afrontará la Polonia rural. Por de pronto, Bruselas ha admitido que las desigualdades estructurales no podrán compensarse en un futuro previsible.

La cuestión de los subsidios agrícolas es clave. La UE de los 15 ya gastaba unos € 50.000 millones anuales en subvenciones que los campesinos polacos o húngaros nunca percibirán. Sería demasiado costoso para “los 25”. Por tanto, los niveles orientales comenzarán siendo 25% de los occidentales y llegarán a la paridad recién en 2013 (si llegan). En otras palabras, los cuantiosos subsidios agrícolas europeos se mantendrán, le guste o no a la Organización Mundial de Comercio.

En Polonia, casi 20% -cinco veces el promedio de la “vieja” UE- de la fuerza laboral está en el campo. La mitad de las chacras tiene menos de cinco hectáreas, pero el sector ocupa 19% de la mano de obra nacional, contra 6% en Hungría o 4% en Francia. Natural: Polonia tiene 18.400.000 ha. bajo cultivo, casi el total de los otros nueve nuevos socios.

Según estima la Comisión Europea, el poder adquisitivo de los polacos (39 millones) representa apenas 30% del antiguo promedio entre los 15. En conjunto, los diez nuevos socios aumentarán la población de 380 a 455 millones (+19,7%), pero agregarán apenas 5% al producto bruto regional.

Bruselas destinará unos € 500 millones anuales en estímulos para que pequeñas explotaciones agrícolas destinen la tierra a otros propósitos. No será fácil. En Polonia, por ejemplo, hay que llenar veinte páginas de formularios para gestionar subsidios y se precisa una computadora para llenarlos, algo totalmente imposible para un chacarero.

Para colmo, los burócratas suelen cobra trámites en teoría gratuitos. Así, el dinero va a manos de intermediarios venales. Un reciente informe de la CE revela que el ingreso a la UE ha ido promoviendo más corrupción en Polonia y otros nuevos miembros.

También la historia pesa. La UE expandida –más que la licuación soviética de 1989/90- liquida divisiones legados por dos guerras mundiales. También convierte un club de quince socios bastante homogéneos y prósperos en un amontonamiento de países muy diferentes en riqueza, estructura y trama social.

Lo que, en 1951, era un grupo cerrado alrededor de Francia y Alemania –ambas más Benelux e Italia- que buscaba equilibrios en un mundo bipolar (EE.UU., URSS), es hoy una amalgama de 25 estados, inclusive ocho ex satélites soviéticos que, precisamente, se han incorporado a la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN). Surge aquí una paradoja: los nuevos socios son pronorteamericanos –como se ve en Irak-, pero la nueva UE está en mejor posición para contrapesar el poder de Washington.

Francia y Alemania han liderado la integración durante 53 años, pasando por la creación de la Comunidad Económica Europea (1957, 1965) más las ampliaciones de 1973 –Dinamarca, Gran Bretaña, Irlanda), 1981 (Grecia) y 1986 (España, Portugal). Esta misión se agotó quizá con el tratado de Maastricht que, en 1992, creó la UE. Luego se unieron Austria, Finlandia y Suecia (1995).
A juicio de expertos ingleses, el primer signo de retroceso surgió en 2002: Gran Bretaña, Suecia y Dinamarca se negaron a adoptar el euro como moneda única. Entretanto, se olvidaban de Islandia y Noruega, ajenos a la UE. Ahora, nadie sabe quiénes definirán prioridades. Escaldados por tantos años a la sombra soviética, los nuevos socios tienden a desconfiar de burocracias remotas; sea Moscú, sea Bruselas. Pero no desdeñan prebendas ni subsidios.

En el oeste, paralelamente, el apoyo a la ampliación va cediendo por temor de que los países orientales absorban empleos, promuevan estancamiento y tensiones. “El clima no es bueno –señalaba Olivier Duhamel, de la École des Sciences Politiques, París-; nos preocupan el desempleo y la inmigración. Los únicos que hablan de la ampliación lo hacen en contra”.

Al contrario, los jóvenes checos, polacos, húngaros o bálticos ven ventajas. Por ejemplo, podrán viajar sin pasaporte y tendrán acceso a programas de intercambio estudiantil… a expensas de latinoamericanos y africanos.

No obstante, quienes trabajan ven con amargura las restricciones laborales que imponen casi todos los 15. Muchos consumidores sufren ya aumentos de precios y los empresarios se preparan para una invasión de artículos importados.

Borrar fronteras cuesta, como demuestran la reunificación alemana y, hoy, el papelón electoral en Chipre. Hasta hace pocos años, a la sazón, en la UE creían que –como en Alemania- los cambios marcharían hacia el este.

Ahora, esos mismos occidentales –con los ingleses a la cabeza- temen que el Este inunde sus ciudades de inmigrantes pobres y haga estallar los sistemas de seguridad social. También los alarma la mentalidad esquizofrénica fomentada desde Washington –por el factor Irak- alrededor de la “vieja” y la “nueva” Europa.

Por supuesto, no queda claro hasta cuánto los orientales se aferrarán a la visión -que tenían de EE.UU. durante la guerra fría- como centro de gravedad en Occidente. En tanto mantengan esa idea, su adhesión se inclinará hacia la OTAN, como sucede aún con Gran Bretaña, donde crece la tendencia a abandonar la UE ampliada y reconstruir el bloque nórdico. Importa reiterar que Suiza, Noruega e Islandia siguen fuera de la UE, en tanto Gran Bretaña, Dinamarca y Suecia no están en la Eurozona.

Algunos esperan que las 80.000 páginas del digesto comunitario -leyes, pautas y normas para la UE ampliada- acaben limando asperezas, promoviendo estabilidad institucional y reduciendo la corrupción sistémica en el Este.

Pero hay una incógnita: Estados Unidos. Oficialmente, Washington ha apoyado siempre una Europa unida. Pero ¿y si esa Europa se transforma en monolítico competidor económico y geopolítico o se combina con Japón y China?

Por de pronto, el ingreso de Turquía –un país de 70 millones- a la UE es fuente de roces. Washington presiona en favor, porque Angora integra la OTAN y es un estado islámico no religioso. Algunos europeos temen que eso les abra las puertas a millones de inmigrantes musulmanes, en una región donde ya hay muchos. Sus problemas de asimilación podrían frustrarlos, fomentar violencia social y, por, fin terrorismo en gran escala.

Bastó un electorado ciegamente étnico –el griego- para hacer fracasar la reunificación de Chipre. Hoy no parece sensato que 2/3 de un país ingresen a la UE. Pero tampoco tiene mucho sentido la extrema heterogeneidad antigua (Grecia no ha dejado de ser subdesarrollada) y actual, con nuevos socios tan retrasado como Eslovaquia o una isla –Malta- tan incongruente como algunas de Oceanía. Sólo falta que intenten sumarse Gibraltar, Andorra, Mónaco y San Marino…

Mientras tanto ¿cómo ven las cosas los capitales privados? Nada bien. La perspectiva de salarios e impuesto más altos en los nuevos miembron inclinan el fiel hacia países como India, Vietnam, Indonesia, Pakistán, etc, ¿Por qué? Por lo mismo que, tras el derrumbe soviético, todos se iban a Europa central y oriental: capitalismo salvaje, mano de obra regalada, activos baratos, escasas regulaciones e impuestos exiguos. En síntesis, condiciones perfectas para generar oligarquías (“robber barons”) tan voraces como las de Rusia, Ucrania o Asia central.

La expansión de la UE no es unánime, aceitada ni, mucho menos, garantía de prosperidad. Si bien el antiguo club de los 15 tuvo que limar disparidades entre ricos tipo Alemania o Francia y pobres tipo Portugal o Grecia, el nuevo desafío no tiene comparación. Así lo trasunta la crisis que afrontará la Polonia rural. Por de pronto, Bruselas ha admitido que las desigualdades estructurales no podrán compensarse en un futuro previsible.

La cuestión de los subsidios agrícolas es clave. La UE de los 15 ya gastaba unos € 50.000 millones anuales en subvenciones que los campesinos polacos o húngaros nunca percibirán. Sería demasiado costoso para “los 25”. Por tanto, los niveles orientales comenzarán siendo 25% de los occidentales y llegarán a la paridad recién en 2013 (si llegan). En otras palabras, los cuantiosos subsidios agrícolas europeos se mantendrán, le guste o no a la Organización Mundial de Comercio.

En Polonia, casi 20% -cinco veces el promedio de la “vieja” UE- de la fuerza laboral está en el campo. La mitad de las chacras tiene menos de cinco hectáreas, pero el sector ocupa 19% de la mano de obra nacional, contra 6% en Hungría o 4% en Francia. Natural: Polonia tiene 18.400.000 ha. bajo cultivo, casi el total de los otros nueve nuevos socios.

Según estima la Comisión Europea, el poder adquisitivo de los polacos (39 millones) representa apenas 30% del antiguo promedio entre los 15. En conjunto, los diez nuevos socios aumentarán la población de 380 a 455 millones (+19,7%), pero agregarán apenas 5% al producto bruto regional.

Bruselas destinará unos € 500 millones anuales en estímulos para que pequeñas explotaciones agrícolas destinen la tierra a otros propósitos. No será fácil. En Polonia, por ejemplo, hay que llenar veinte páginas de formularios para gestionar subsidios y se precisa una computadora para llenarlos, algo totalmente imposible para un chacarero.

Para colmo, los burócratas suelen cobra trámites en teoría gratuitos. Así, el dinero va a manos de intermediarios venales. Un reciente informe de la CE revela que el ingreso a la UE ha ido promoviendo más corrupción en Polonia y otros nuevos miembros.

También la historia pesa. La UE expandida –más que la licuación soviética de 1989/90- liquida divisiones legados por dos guerras mundiales. También convierte un club de quince socios bastante homogéneos y prósperos en un amontonamiento de países muy diferentes en riqueza, estructura y trama social.

Lo que, en 1951, era un grupo cerrado alrededor de Francia y Alemania –ambas más Benelux e Italia- que buscaba equilibrios en un mundo bipolar (EE.UU., URSS), es hoy una amalgama de 25 estados, inclusive ocho ex satélites soviéticos que, precisamente, se han incorporado a la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN). Surge aquí una paradoja: los nuevos socios son pronorteamericanos –como se ve en Irak-, pero la nueva UE está en mejor posición para contrapesar el poder de Washington.

Francia y Alemania han liderado la integración durante 53 años, pasando por la creación de la Comunidad Económica Europea (1957, 1965) más las ampliaciones de 1973 –Dinamarca, Gran Bretaña, Irlanda), 1981 (Grecia) y 1986 (España, Portugal). Esta misión se agotó quizá con el tratado de Maastricht que, en 1992, creó la UE. Luego se unieron Austria, Finlandia y Suecia (1995).
A juicio de expertos ingleses, el primer signo de retroceso surgió en 2002: Gran Bretaña, Suecia y Dinamarca se negaron a adoptar el euro como moneda única. Entretanto, se olvidaban de Islandia y Noruega, ajenos a la UE. Ahora, nadie sabe quiénes definirán prioridades. Escaldados por tantos años a la sombra soviética, los nuevos socios tienden a desconfiar de burocracias remotas; sea Moscú, sea Bruselas. Pero no desdeñan prebendas ni subsidios.

En el oeste, paralelamente, el apoyo a la ampliación va cediendo por temor de que los países orientales absorban empleos, promuevan estancamiento y tensiones. “El clima no es bueno –señalaba Olivier Duhamel, de la École des Sciences Politiques, París-; nos preocupan el desempleo y la inmigración. Los únicos que hablan de la ampliación lo hacen en contra”.

Al contrario, los jóvenes checos, polacos, húngaros o bálticos ven ventajas. Por ejemplo, podrán viajar sin pasaporte y tendrán acceso a programas de intercambio estudiantil… a expensas de latinoamericanos y africanos.

No obstante, quienes trabajan ven con amargura las restricciones laborales que imponen casi todos los 15. Muchos consumidores sufren ya aumentos de precios y los empresarios se preparan para una invasión de artículos importados.

Borrar fronteras cuesta, como demuestran la reunificación alemana y, hoy, el papelón electoral en Chipre. Hasta hace pocos años, a la sazón, en la UE creían que –como en Alemania- los cambios marcharían hacia el este.

Ahora, esos mismos occidentales –con los ingleses a la cabeza- temen que el Este inunde sus ciudades de inmigrantes pobres y haga estallar los sistemas de seguridad social. También los alarma la mentalidad esquizofrénica fomentada desde Washington –por el factor Irak- alrededor de la “vieja” y la “nueva” Europa.

Por supuesto, no queda claro hasta cuánto los orientales se aferrarán a la visión -que tenían de EE.UU. durante la guerra fría- como centro de gravedad en Occidente. En tanto mantengan esa idea, su adhesión se inclinará hacia la OTAN, como sucede aún con Gran Bretaña, donde crece la tendencia a abandonar la UE ampliada y reconstruir el bloque nórdico. Importa reiterar que Suiza, Noruega e Islandia siguen fuera de la UE, en tanto Gran Bretaña, Dinamarca y Suecia no están en la Eurozona.

Algunos esperan que las 80.000 páginas del digesto comunitario -leyes, pautas y normas para la UE ampliada- acaben limando asperezas, promoviendo estabilidad institucional y reduciendo la corrupción sistémica en el Este.

Pero hay una incógnita: Estados Unidos. Oficialmente, Washington ha apoyado siempre una Europa unida. Pero ¿y si esa Europa se transforma en monolítico competidor económico y geopolítico o se combina con Japón y China?

Por de pronto, el ingreso de Turquía –un país de 70 millones- a la UE es fuente de roces. Washington presiona en favor, porque Angora integra la OTAN y es un estado islámico no religioso. Algunos europeos temen que eso les abra las puertas a millones de inmigrantes musulmanes, en una región donde ya hay muchos. Sus problemas de asimilación podrían frustrarlos, fomentar violencia social y, por, fin terrorismo en gran escala.

Bastó un electorado ciegamente étnico –el griego- para hacer fracasar la reunificación de Chipre. Hoy no parece sensato que 2/3 de un país ingresen a la UE. Pero tampoco tiene mucho sentido la extrema heterogeneidad antigua (Grecia no ha dejado de ser subdesarrollada) y actual, con nuevos socios tan retrasado como Eslovaquia o una isla –Malta- tan incongruente como algunas de Oceanía. Sólo falta que intenten sumarse Gibraltar, Andorra, Mónaco y San Marino…

Mientras tanto ¿cómo ven las cosas los capitales privados? Nada bien. La perspectiva de salarios e impuesto más altos en los nuevos miembron inclinan el fiel hacia países como India, Vietnam, Indonesia, Pakistán, etc, ¿Por qué? Por lo mismo que, tras el derrumbe soviético, todos se iban a Europa central y oriental: capitalismo salvaje, mano de obra regalada, activos baratos, escasas regulaciones e impuestos exiguos. En síntesis, condiciones perfectas para generar oligarquías (“robber barons”) tan voraces como las de Rusia, Ucrania o Asia central.

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