Una teoría sobre la razón del progreso

En su nuevo libro, “La victoria de la razón”, el sociólogo Rodney Stark dice que Occidente se enriqueció porque inventó el capitalismo. Aunque la idea no es original, lo que sorprende es la forma en que describe el desarrollo del capitalismo.

15 diciembre, 2005

La visión convencional, a la que adhiere la mayoría de los deterministas culturales, es que durante el Renacimiento y la Reforma, los europeos se sacudieron la autoridad de la Iglesia Católica. Recién cuando se creó un mundo secular, cuando la libertad intelectual tomó el lugar de la obediencia a la autoridad, surgieron el capitalismo y los avances científicos.

Stark opina que esa teoría no se corresponde con los hechos; en realidad, dice él, el capitalismo comenzó a evolucionar en la Edad Media y las innovaciones importantes fueron obra de gente del riñón mismo de la fe. La religión no ahogó las ideas económicas y científicas sino que las fomentó.

Stark toma como punto de partida recientes investigaciones que ponen de cabeza prejuicios anteriores sobre la llama “Edad Oscura”. En fecha tan reciente como 1983, el prestigioso historiador Daniel Boorstin escribía un capítulo sobre la Edad Media titulado “La prisión del dogma cristiano”.

Pero cuanto más se investiga más evidente se hace que el progreso que asociamos con el Renacimiento o los años posteriores, en realidad ocurrieron durante la Edad Media. Aproximadamente unos cien años antes de Copérnico, Jean Buridan (circa 1300-1358) escribió que la Tierra es un orbe que rota alrededor de un eje. Buridan, por entonces un rector de la Universidad de París, fue sucedido por Nicole d´Oresme (1323-1382), quien explicó por qué la rotación de la Tierra no produce viento.

Otros escolásticos medievales hicieron descubrimientos de este tipo en economía y tecnología. Quinientos años antes de Adam Smith, St. Albertus Magnus explicaba el mecanismo de los precios diciendo que es “lo que valen los bienes según el cálculo del mercado en el momento de la venta”.

Los monasterios católicos surgieron como empresas capitalistas que actuaban no sólo como centros de manufactura y comercio sino también como casas de inversión. Y los ingenieros inventaron o comercializaron una gran cantidad de tecnologías: la brújula, el reloj, el bote con fondo curvo, carros con frenos y ejes frontales, ruedas acuáticas, anteojos y muchas otras cosas.

Stark plantea que esas innovaciones y descubrimientos no fueron hechos por los recientes seglares sino por personas con un claro y cristiano sentido de lo sagrado. La teología católica les había enseñado que Dios creó el universo según leyes universales que la razón podía descubrir. Les enseñó que el conocimiento y la historia se mueven hacia adelante en forma progresiva, y que por lo tanto la gente debía mirar al futuro, no al pasado.

La iglesia, prosigue Stark, era a la sazón la única cultura que reconocía la dignidad del trabajo libre; valoraba la propiedad privada y destacaba la igualdad esencial de los seres humanos a pesar de la inequidad en el ingreso o posición social.

Esta historia es importante hoy. “Cuando estudiamos la pobreza en el mundo, es importante tener en cuenta que no es simplemente una cuestión de liberar a los pueblos para que automáticamente vayan a buscar la prosperidad económica. La gente necesita que le inoculen ciertas creencias, como la de que el futuro puede ser mejor que el presente y que los individuos tienen la capacidad para forjar su propio destino.

Ideas y cultura forman civilizaciones. La Iglesia Católica impulsó uno de los despegues económicos más impresionantes de la historia de la humanidad. Hoy, mientras el catolicismo se esparce por África y China, es importante comprender cuáles son las creencias que hacen que la gente trabaje mucho y se haga rica. Tal, la conclusión del sociólogo.

La visión convencional, a la que adhiere la mayoría de los deterministas culturales, es que durante el Renacimiento y la Reforma, los europeos se sacudieron la autoridad de la Iglesia Católica. Recién cuando se creó un mundo secular, cuando la libertad intelectual tomó el lugar de la obediencia a la autoridad, surgieron el capitalismo y los avances científicos.

Stark opina que esa teoría no se corresponde con los hechos; en realidad, dice él, el capitalismo comenzó a evolucionar en la Edad Media y las innovaciones importantes fueron obra de gente del riñón mismo de la fe. La religión no ahogó las ideas económicas y científicas sino que las fomentó.

Stark toma como punto de partida recientes investigaciones que ponen de cabeza prejuicios anteriores sobre la llama “Edad Oscura”. En fecha tan reciente como 1983, el prestigioso historiador Daniel Boorstin escribía un capítulo sobre la Edad Media titulado “La prisión del dogma cristiano”.

Pero cuanto más se investiga más evidente se hace que el progreso que asociamos con el Renacimiento o los años posteriores, en realidad ocurrieron durante la Edad Media. Aproximadamente unos cien años antes de Copérnico, Jean Buridan (circa 1300-1358) escribió que la Tierra es un orbe que rota alrededor de un eje. Buridan, por entonces un rector de la Universidad de París, fue sucedido por Nicole d´Oresme (1323-1382), quien explicó por qué la rotación de la Tierra no produce viento.

Otros escolásticos medievales hicieron descubrimientos de este tipo en economía y tecnología. Quinientos años antes de Adam Smith, St. Albertus Magnus explicaba el mecanismo de los precios diciendo que es “lo que valen los bienes según el cálculo del mercado en el momento de la venta”.

Los monasterios católicos surgieron como empresas capitalistas que actuaban no sólo como centros de manufactura y comercio sino también como casas de inversión. Y los ingenieros inventaron o comercializaron una gran cantidad de tecnologías: la brújula, el reloj, el bote con fondo curvo, carros con frenos y ejes frontales, ruedas acuáticas, anteojos y muchas otras cosas.

Stark plantea que esas innovaciones y descubrimientos no fueron hechos por los recientes seglares sino por personas con un claro y cristiano sentido de lo sagrado. La teología católica les había enseñado que Dios creó el universo según leyes universales que la razón podía descubrir. Les enseñó que el conocimiento y la historia se mueven hacia adelante en forma progresiva, y que por lo tanto la gente debía mirar al futuro, no al pasado.

La iglesia, prosigue Stark, era a la sazón la única cultura que reconocía la dignidad del trabajo libre; valoraba la propiedad privada y destacaba la igualdad esencial de los seres humanos a pesar de la inequidad en el ingreso o posición social.

Esta historia es importante hoy. “Cuando estudiamos la pobreza en el mundo, es importante tener en cuenta que no es simplemente una cuestión de liberar a los pueblos para que automáticamente vayan a buscar la prosperidad económica. La gente necesita que le inoculen ciertas creencias, como la de que el futuro puede ser mejor que el presente y que los individuos tienen la capacidad para forjar su propio destino.

Ideas y cultura forman civilizaciones. La Iglesia Católica impulsó uno de los despegues económicos más impresionantes de la historia de la humanidad. Hoy, mientras el catolicismo se esparce por África y China, es importante comprender cuáles son las creencias que hacen que la gente trabaje mucho y se haga rica. Tal, la conclusión del sociólogo.

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