<p>En primer término, surgen unas relaciones causa-efecto entre una erupción en el interior de un glaciar y miles de pasajeros varados en aeropuertos desde Raykjavik o París hasta Estocolmo y Moscú. La remota y endeudada Islandia hace trizas una imagen cara a la modernidad: el dominio técnico del aerotransporte.<br />
<br />
Resulta irónico que esto suceda mientras, en Washington, Barack Obama promete poner hombres sobre Marte en 2023, una empresa tan costosa como poco práctica. La paralización de vuelos, entretanto, genera dos tipos de reacción.<br />
<br />
Algunos se refugian en un sentimiento de admiración por fuerzas naturales desatadas ante la impotencia tecnológica y mentan sombras del Krakatoa, el Etna y similares desastres. Otros, en cambio, se agitan, pierden la chaveta y atormentan al personal de las aerolíneas, que casi nunca tiene respuestas convincentes.<br />
<br />
La ausencia del factor humano es desoladora, proclaman milloness de “blogs” y mensajes por Internet. La turba incluye seguidores apocalípticos de Moisés o Jesús, fatalistas musulmanes y contempladores de Avalokitashvara o Maitreya, respectivamente bodhisatvas de esta era y la futura (si en efecto llega).<br />
<br />
Pero, en el fondo, todos redescubren una realidad tan obvia como olvidada: “este planeta no es propiedad de los hombres ni los dioses”, recuerda Enzo Boschi, que preside el instituto italiano de geofísica y vulcanología. Yendo a lo concreto, el experto señala que “los volcanes renuevan la corteza terrestre y nosotros debemos leer correctamente sus señales”.<br />
<br />
Por supuesto, “las cenizas en suspensión son sumamente peligrosas para motores y reactores. Esta vez, por lo menos, varios países bloquearon vuelos por tiempo indeterminado. Es un paso adelante”. No obstante, la humanidad está mucho más cerca de alcanzar Marte que de controlar volcanes, sismos, maremotos y tifones: así lo muestran las catástrofes del Katrina en adelante. <br />
</p>
Una nube volcánica nórdica que amenaza la modernidad
Este fin de semana, la sombra nociva e impronunciable del Eyjafjallajökull pone en riesgo, desde el Ártico, el destino del planeta. No sólo del arco hoy extendido sobre Islandia, Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, Escandinavia, etc.