Una derrota en el senado hizo dimitir al premier Romano Prodi

Con sólo 280 días de gestión, bastaron dos votos para forzar la renuncia, merced al absurdo sistema constitucional italiano. El tema era política exterior. Prodi logró 158, la oposición 136, pero las abstenciones (24) se cuentan como “no”.

22 febrero, 2007

En general, observadores peninsulares y de otros países estiman que la derrota obedece a una conjunción de factores. En primer lugar, una coalición centroizquierdista variopinta y neurótica, que estalló por los casos de la base militar norteamericana en Vicenza y la participación italiana en Afganistán. La mayoría de quienes votaron a la alianza está contra ambas cosas, especialmente la guerra afgana, donde Italia no tiene nada que ganar, máxime si el conflicto se amplía a Pakistán y Cachemira.

La clave de la derrota de Prodi es el ahora ex canciller, Massimo d’Alema, de origen comunista (en los años 70 apoyaba la ocupación soviética de Afganistán, como en 2002 Hillary Clinton la de Irak), defendió la permanencia de la base militar en esa ciudad del noreste. Pero, por otra parte, se manejó muy bien en Líbano, era crítico de George W.Bush y tenía excelente imagen en la Unión Europea.

En segundo término, aparece la “guerra sucia” desencadenada por el Vaticano –a instancias de Benedicto XVI y su operador, el cardenal Giuseppe Ruini- contra la ley de parejas de hecho, un tema que no preocupa a casi nadie en la generalidad de países católicos, dentro o fuera de la UE. El mal manejo de la cuestión y un componente innecesario (casamientos homosexuales, apenas una moda de “gente linda”) explican la violencia de la campaña clerical.

La burocracia romana necesitaba hacer olvidar –al menos en Italia- la cadena de escándalos por abusos sexuales de sacerdotes contra menores en buena parte de la comunidad católica. Esto conduce al tercer factor: la cooperación entre Washington y el Vaticano para acelerar la caída de Prodi. El objeto estadounidense es la vuelta al poder de Silvio Berlusconi, un experto en trampas para no perderlo. Bush lo prefiere en Roma si opta por iniciar una guerra contra Irán.

Ahí aparece un cuarto elemento: la escasa transparencia de la dirigencia política italiana ha permitido que el ex primer ministro no haya ido a la cárcel por una serie de delitos económicos ni le hayan intervenido el fruto de esos afanes, Mediaset. En cierto sentido, la buena suerte de Berlusconi se parece a la de Giulio Andreotti.

Ahora, el presidente Giorgio Napolitano dispone de varios días para resolver si Prodi trata de formar nuevo gabinete o la tarea va a otro. Tampoco en eso hay consenso dentro de la tambaleante coalición (ni en la derecha). Analistas económicos y dirigentes empresarios promueven a Giovanni Paolo-Schioppa o, “in extremis” a Luca Cordero Montezemolo (Fiat, Cofindrustria) al frente de una “gran coalición”. Paolo-Schioppa tiene una clave en su favor: la reactivación económica y los buenos indicadores financieros.

En general, observadores peninsulares y de otros países estiman que la derrota obedece a una conjunción de factores. En primer lugar, una coalición centroizquierdista variopinta y neurótica, que estalló por los casos de la base militar norteamericana en Vicenza y la participación italiana en Afganistán. La mayoría de quienes votaron a la alianza está contra ambas cosas, especialmente la guerra afgana, donde Italia no tiene nada que ganar, máxime si el conflicto se amplía a Pakistán y Cachemira.

La clave de la derrota de Prodi es el ahora ex canciller, Massimo d’Alema, de origen comunista (en los años 70 apoyaba la ocupación soviética de Afganistán, como en 2002 Hillary Clinton la de Irak), defendió la permanencia de la base militar en esa ciudad del noreste. Pero, por otra parte, se manejó muy bien en Líbano, era crítico de George W.Bush y tenía excelente imagen en la Unión Europea.

En segundo término, aparece la “guerra sucia” desencadenada por el Vaticano –a instancias de Benedicto XVI y su operador, el cardenal Giuseppe Ruini- contra la ley de parejas de hecho, un tema que no preocupa a casi nadie en la generalidad de países católicos, dentro o fuera de la UE. El mal manejo de la cuestión y un componente innecesario (casamientos homosexuales, apenas una moda de “gente linda”) explican la violencia de la campaña clerical.

La burocracia romana necesitaba hacer olvidar –al menos en Italia- la cadena de escándalos por abusos sexuales de sacerdotes contra menores en buena parte de la comunidad católica. Esto conduce al tercer factor: la cooperación entre Washington y el Vaticano para acelerar la caída de Prodi. El objeto estadounidense es la vuelta al poder de Silvio Berlusconi, un experto en trampas para no perderlo. Bush lo prefiere en Roma si opta por iniciar una guerra contra Irán.

Ahí aparece un cuarto elemento: la escasa transparencia de la dirigencia política italiana ha permitido que el ex primer ministro no haya ido a la cárcel por una serie de delitos económicos ni le hayan intervenido el fruto de esos afanes, Mediaset. En cierto sentido, la buena suerte de Berlusconi se parece a la de Giulio Andreotti.

Ahora, el presidente Giorgio Napolitano dispone de varios días para resolver si Prodi trata de formar nuevo gabinete o la tarea va a otro. Tampoco en eso hay consenso dentro de la tambaleante coalición (ni en la derecha). Analistas económicos y dirigentes empresarios promueven a Giovanni Paolo-Schioppa o, “in extremis” a Luca Cordero Montezemolo (Fiat, Cofindrustria) al frente de una “gran coalición”. Paolo-Schioppa tiene una clave en su favor: la reactivación económica y los buenos indicadores financieros.

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