¿Una corrección de rumbo?

El gobierno dio un paso positivo con las nuevas medidas políticas y económicas. No alcanza sin la definición de una estrategia, con objetivos y cursos de acción claros. Y sin convocar a un proyecto común. Por Sergio Cerón

24 octubre, 2000

Al conocerse las medidas tomadas ayer por el gobierno nacional, algunos analistas hablaron de un “golpe de timón”. Otros se preguntan, si este golpe de timón entraña, además, una corrección del rumbo inicial de la política aplicada hasta ahora por el Presiente De la Rúa.

Estas son las expectativas de la ciudadanía y de los mercados. Wall Street manifestó cautela: sostiene que la Argentina debe demostrar muchas cosas; si la economía logra crecer, entonces los inversores la juzgarán por sus méritos.

No sólo padece el país de una crisis económica, que se transformó luego en política, sino que actualmente el aspecto más preocupante es que existe una crisis psicológica, de desconfianza y de desesperanza. Contra ella es necesario combatir. Y están bien, para comenzar, las medidas adoptadas en el campo económico dirigidas, primordialmente, al mundo de los negocios. Porque es allí donde se generan las acciones que promueven el crecimiento.

Pero a las que les resulta necesario otro ingrediente; no hay crecimiento sin mercado y no hay mercado sin consumo en expansión armónica y paulatina.

Las disposiciones tomadas en el campo de la reforma política buscan legitimar con una mayor dosis de transparencia un orden político cuestionado por gran parte de la ciudadanía. Reducen la duración de las campañas política y crean condiciones para que, teóricamente, un menor plazo entre elecciones evite que los esfuerzos de la clase política estén dirigidos más a pensar en el poder futuro que en las necesidades concretas del presente. Es decir, que haga aquello para lo que recibió mandato: gobernar.

Con este movimiento en el tablero, De la Rúa reconoce implícitamente, en lo económico, el error de crear impuestos inesperados en diciembre último y multiplicar sus efectos negativos tres meses más tarde, con el ajuste del déficit fiscal previsto, incluyendo el recorte de salarios.

Es una perogrullada, pero vale la pena repetirlo: no hay economía de mercado si el mercado se contrae. Los créditos hipotecarios con seguro de desempleo una medida adecuada, pero aún, a juicio de los expertos, no suficiente para movilizar la economía al ritmo necesario.

Es un problema de estrategia: se elige el shock o una política menos impactante, constituyen pero con continuidad asegurada. Y esta última parte de la ecuación es la que puede ofrecer alguna duda. La imagen de José Luis Machinea no logra convocar el entusiasmo de la gente; está demasiado ligada a la paralización del impulso incipiente, pero real, que la llegada de la Alianza había creado en la ciudadanía a partir del 10 de diciembre de 1999.

La reunión con Domingo Cavallo, el lunes, con su manifestación de apoyo al cambio de timón del Palacio de Hacienda, tiene todos los visos de un esfuerzo para crear un clima de mayor confianza en los inversores.

Mercados financieros estimulados, más mercado interno en expansión, es la fórmula para que la Argentina se ponga de pie y camine. Pero, ¿ hacia dónde? En esta pregunta reside al parecer el nudo gordiano que oprime al país.

La gente quiere convencerse de que existe en las más altas esferas del poder político una estrategia posible para proyectarlo dentro de un plazo mediano – ¿20 años? – hacia un destino mejor.

Ortega y Gasset sostenía que un país es una Nación cuando existe en su población conciencia de que comparte un destino en lo universal.

Y esto es lo que no se percibe en las calle, en los cenáculos político y económicos y, en el seno de las familias, donde existe angustia ante el temor de perder el empleo – no importa si bien o mal remunerado – se reducen los gastos en previsión de eventuales tiempos difíciles, se achica el mercado y la consecuencia es la anemia económica.

Para planificar esa Argentina de 2020, es necesario conocer a fondo la de hoy, percibir con claridad el ángulo cierto de inserción del país en el mundo globalizado, determinar los nichos en los que tenemos ventajas competitivas, proponer una estrategia y los cursos de acción accesibles, con etapas sucesivas de cumplimiento y previsión de las variables que puedan surgir. Y a partir de ahí convocar a todos los sectores sociales a emprender una empresa común.

En lenguaje crudamente económico, la Argentina puede y debe ser un buen negocio para todos. Para quienes vivimos en ella y queremos que lo hagan nuestros hijos, y para quienes deseen invertir sus capitales. Con la certeza de que no hay negocio si ambas partes no obtienen su porción del rédito.

Es auspicioso el cambio de timón, pero será el principio de una solución para nuestra desesperanza si, además, es una corrección del rumbo, en momentos en que los voceros del FMI dan indicios de flexibilidad en sus posiciones y favorecen una estrategia que, dentro de los lineamientos propios, movilice la imaginación y la decisión de los gobernantes.

Al conocerse las medidas tomadas ayer por el gobierno nacional, algunos analistas hablaron de un “golpe de timón”. Otros se preguntan, si este golpe de timón entraña, además, una corrección del rumbo inicial de la política aplicada hasta ahora por el Presiente De la Rúa.

Estas son las expectativas de la ciudadanía y de los mercados. Wall Street manifestó cautela: sostiene que la Argentina debe demostrar muchas cosas; si la economía logra crecer, entonces los inversores la juzgarán por sus méritos.

No sólo padece el país de una crisis económica, que se transformó luego en política, sino que actualmente el aspecto más preocupante es que existe una crisis psicológica, de desconfianza y de desesperanza. Contra ella es necesario combatir. Y están bien, para comenzar, las medidas adoptadas en el campo económico dirigidas, primordialmente, al mundo de los negocios. Porque es allí donde se generan las acciones que promueven el crecimiento.

Pero a las que les resulta necesario otro ingrediente; no hay crecimiento sin mercado y no hay mercado sin consumo en expansión armónica y paulatina.

Las disposiciones tomadas en el campo de la reforma política buscan legitimar con una mayor dosis de transparencia un orden político cuestionado por gran parte de la ciudadanía. Reducen la duración de las campañas política y crean condiciones para que, teóricamente, un menor plazo entre elecciones evite que los esfuerzos de la clase política estén dirigidos más a pensar en el poder futuro que en las necesidades concretas del presente. Es decir, que haga aquello para lo que recibió mandato: gobernar.

Con este movimiento en el tablero, De la Rúa reconoce implícitamente, en lo económico, el error de crear impuestos inesperados en diciembre último y multiplicar sus efectos negativos tres meses más tarde, con el ajuste del déficit fiscal previsto, incluyendo el recorte de salarios.

Es una perogrullada, pero vale la pena repetirlo: no hay economía de mercado si el mercado se contrae. Los créditos hipotecarios con seguro de desempleo una medida adecuada, pero aún, a juicio de los expertos, no suficiente para movilizar la economía al ritmo necesario.

Es un problema de estrategia: se elige el shock o una política menos impactante, constituyen pero con continuidad asegurada. Y esta última parte de la ecuación es la que puede ofrecer alguna duda. La imagen de José Luis Machinea no logra convocar el entusiasmo de la gente; está demasiado ligada a la paralización del impulso incipiente, pero real, que la llegada de la Alianza había creado en la ciudadanía a partir del 10 de diciembre de 1999.

La reunión con Domingo Cavallo, el lunes, con su manifestación de apoyo al cambio de timón del Palacio de Hacienda, tiene todos los visos de un esfuerzo para crear un clima de mayor confianza en los inversores.

Mercados financieros estimulados, más mercado interno en expansión, es la fórmula para que la Argentina se ponga de pie y camine. Pero, ¿ hacia dónde? En esta pregunta reside al parecer el nudo gordiano que oprime al país.

La gente quiere convencerse de que existe en las más altas esferas del poder político una estrategia posible para proyectarlo dentro de un plazo mediano – ¿20 años? – hacia un destino mejor.

Ortega y Gasset sostenía que un país es una Nación cuando existe en su población conciencia de que comparte un destino en lo universal.

Y esto es lo que no se percibe en las calle, en los cenáculos político y económicos y, en el seno de las familias, donde existe angustia ante el temor de perder el empleo – no importa si bien o mal remunerado – se reducen los gastos en previsión de eventuales tiempos difíciles, se achica el mercado y la consecuencia es la anemia económica.

Para planificar esa Argentina de 2020, es necesario conocer a fondo la de hoy, percibir con claridad el ángulo cierto de inserción del país en el mundo globalizado, determinar los nichos en los que tenemos ventajas competitivas, proponer una estrategia y los cursos de acción accesibles, con etapas sucesivas de cumplimiento y previsión de las variables que puedan surgir. Y a partir de ahí convocar a todos los sectores sociales a emprender una empresa común.

En lenguaje crudamente económico, la Argentina puede y debe ser un buen negocio para todos. Para quienes vivimos en ella y queremos que lo hagan nuestros hijos, y para quienes deseen invertir sus capitales. Con la certeza de que no hay negocio si ambas partes no obtienen su porción del rédito.

Es auspicioso el cambio de timón, pero será el principio de una solución para nuestra desesperanza si, además, es una corrección del rumbo, en momentos en que los voceros del FMI dan indicios de flexibilidad en sus posiciones y favorecen una estrategia que, dentro de los lineamientos propios, movilice la imaginación y la decisión de los gobernantes.

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