Un primer consuelo es que falta menos de lo que parece ya que en sólo 11 meses serán las elecciones primarias. La pregunta más frecuente hoy es si antes de llegar habrá una profundización de la crisis, un “accidente macroeconómico” de nuevos saltos de la inflación y del dólar y más recesión, señala Llach en su habitual columna.
También se pregunta mucho acerca de si la herencia K será posible de sobrellevar. Me concentraré aquí en la primera pregunta, hay más tiempo para dedicarle a la otra.
La probabilidad del accidente ha aumentado desde que se tomó la equivocada decisión de dejar de lado alguna resolución del conflicto con los holdouts que permitiera financiarse a la Argentina.
Sin perjuicio de mi baja opinión ética sobre el comportamiento de estos acreedores el haber complicado de tal manera al país por una acreencia que no supera el 3% del PIB merece también una crítica técnica y también moral.
Porque en pos de una desesperada “salvación política” basada en intentar aprobación popular culpando de todos nuestros problemas a los demás –sobre todo a muchos poderes extranjeros y a las “corporaciones”- se colocó al país, y de modo muy especial a los más necesitados, en una situación de zozobra y empobrecimiento.
En simultáneo, con el consumo en retroceso y una inversión a la que se disuade con políticas como la ley de abastecimiento, se afianzó la táctica de sostener a la economía con un gasto público que excede a los ingresos entre 3% y 4% del PIB, una brecha que al haberse cerrado por voluntad propia el acceso al financiamiento se cubre con desbordante emisión monetaria.
A esto se agrega la complicación del marco externo por menor crecimiento –sobre todo en América Latina- y por una nueva caída del precio de los granos, complicación que el gobierno también utilizará haciéndola corresponsable de nuestros males ignorando que la absurda escasez de divisas de hoy, que agrava la recesión, se debe a sus políticas, sobre todo el castigo al agro y a los hidrocarburos, que tienen alto potencial de generación o ahorro de divisas.
Mucho dependerá la ocurrencia de una nueva crisis de la privación u obtención de financiamiento.
Algo ayudará al Banco Central, pero sólo indirectamente a la Tesorería, el swap con China que se ha vuelto a anunciar.
Pero en todo caso hay seis razones por las que, aun produciéndose, el “accidente macroeconómico”, no tendría la intensidad de nuestros tres “clásicos”: el rodrigazo de 1975, la híper del 89-90 y la crisis de 2001-02.
Comparando con esta última vemos que la deuda pública con el sector privado no supera el 15% del PIB y está menos dolarizada; que aun a 370 dólares la soja vale 2,2 veces más en moneda constante que a principios de siglo; que el peso contra una canasta de monedas está menos apreciado que entonces, aunque respecto del dólar el tipo de cambio es apretado; que el ajuste en curso no es deflacionario sino inflacionario, y por ello con menor impacto negativo sobre el empleo en el corto plazo, aunque mayor riesgo futuro; que los precios de los activos reales –campos, departamentos y acciones, medidos por nuestro IPAP- valen hoy 2,5 veces más en dólares constantes y, en fin pero lo más importante, que se espera un cambio político y económico favorable y relativamente cercano, causa principal del sostenido valor de los activos y de que en cesación de pagos parcial el riesgo país sea 400 puntos menos que el que prevaleció en los últimos dos años.
El balance es obviamente pobre ya que debemos conformarnos con la probabilidad, ni siquiera la certeza, de evitar otra crisis seria, mientras el desempleo y la pobreza aumentan junto con la inflación, el consumo cae, la inversión escasea, el comercio exterior se desploma, evidenciando problemas de productividad y competitividad, se intensifica la huida del peso, la infraestructura se deteriora y no hay mejoras significativas en la educación, todo lo cual seguirá deteriorándose salvo cambios relevantes en las políticas oficiales que no se avizoran.