UE: festejos prematuros, especialmente en Polonia

En medio de fuegos artificiales, Beethoven y gestos mediáticos, Polonia cambiaba de gobierno y cundían incertidumbres. También errores: esto no es una “reunificación”, porque Europa jamás estuvo unida.

3 mayo, 2004

Como estaba previsto, mayo empezó en Varsovia con la renuncia del primer ministro Leszek Miller y su reemplazo por Marek Belka, hasta ahora canciller. Tiene una quincena para formar gabinete pues, de lo contrario, será preciso llamara a elecciones generales anticipadas. Mientras tanto, Juan Pablo II –polaco- teme por el carácter cristiano de la nueva Unión Europea y su tercer sucesor en Cracovia, Józef Michalik, cuestiona “una integración que quiere borrar a Cristo en Polonia”. Duras palabras.

Los dos antecesores de Michalik, los cardenales Józef Glemp y Franciszek Macharski, también desconfían de Bruselas y Varsovia. Pero la caída de Miller se relaciona con la ampliación no por cuestiones religiosas, sino económicas: el ex “premier” no pudo evitar que algunas empresas extranjeras –en particular, una automotriz- prefiriesen Eslovaquia o Hungría a Polonia. Eso y algunos escándalos.

Pero el fin de Miller es un problema para Bruselas porque, hace dos años, sus denodados esfuerzos lograron quebrar la resistencia en la mayoría de la Comisión Europea (por entonces, los 15) al ingreso polaco. La cuestión era y es espinosa. Polonia es el mayor socio nuevo en tamaño y población, pero el menos preparado en materia económica. Dentro de esa categoría pesa un sector rural retrasado y relativamente muy grande respecto de lo normal en la UE, aun en la de los 25, y –por ende- necesitado de protección y subsidios.

¿”Reunificación”?

En cuanto a la “reunificación”, tema reiterado hasta el hartazgo por los medios dentro y fuera de la UE, es un error. Mucho menos importante que haber incorporado a Polonia sin beneficio de inventario, pero garrafal desde el punto de vista histórico. En realidad, Europa jamás fue un continente unido. Por lo demás, tampoco es un continente, sino una “superpenínsula” eurasiática.

Los purpurados tienen razón. Como lo demostraron Edward Gibbon, Oswald Spengler –hostiles a Roma- y Arnold Toynbee (casi clerical), Europa como idea es producto de la cristiandad posterior al colapso del Imperio Romano. Pero, aun en estos términos, esa “oikumene” sólo existió dos generaciones tras coronarse Carlomagno (año 800).

En verdad, el concepto “Europa” surge recién cuando el papa León III erige al rey de los francos y germanos en “emperador de romanos”. Siendo de origen papal, esa Europa excluía al verdadero sucesor del Imperio Romano, Bizancio. Tampoco abarcaba la España islámica y los países paganos al este y el norte del nuevo imperio. Hablando de Polonia, aparece en el horizonte europeo recién en el siglo X.

Eso duró poco. En 843, el tratado de Verdun lo dividió para siempre. Desde entonces, Europa fue escenario de guerra, particiones, reunificaciones parciales e imperios nunca ecuménicos. A medida como se extendía al este, la Europa cristiana era más heterogénea. El capitalismo, que nace tras la primera “gran guerra” (1618/48), pone la religión –pretexto del conflicto- en segundo plano.

Tras la última guerra global por espacios convencionales (1939-45), un derivado del capitalismo, el comunismo –forma aberrante del marxismo- reduce a dos y mundializa las viejas divisiones europeas. Desde 1953, empero, un ensayo reunificador en menos escala (protagonizada por dos herederas de Carlomagno, Francia y Alemania) aprovecha la decadencia comunista y llega a esta Unión Eruropea ampliada. E incierta.

Como estaba previsto, mayo empezó en Varsovia con la renuncia del primer ministro Leszek Miller y su reemplazo por Marek Belka, hasta ahora canciller. Tiene una quincena para formar gabinete pues, de lo contrario, será preciso llamara a elecciones generales anticipadas. Mientras tanto, Juan Pablo II –polaco- teme por el carácter cristiano de la nueva Unión Europea y su tercer sucesor en Cracovia, Józef Michalik, cuestiona “una integración que quiere borrar a Cristo en Polonia”. Duras palabras.

Los dos antecesores de Michalik, los cardenales Józef Glemp y Franciszek Macharski, también desconfían de Bruselas y Varsovia. Pero la caída de Miller se relaciona con la ampliación no por cuestiones religiosas, sino económicas: el ex “premier” no pudo evitar que algunas empresas extranjeras –en particular, una automotriz- prefiriesen Eslovaquia o Hungría a Polonia. Eso y algunos escándalos.

Pero el fin de Miller es un problema para Bruselas porque, hace dos años, sus denodados esfuerzos lograron quebrar la resistencia en la mayoría de la Comisión Europea (por entonces, los 15) al ingreso polaco. La cuestión era y es espinosa. Polonia es el mayor socio nuevo en tamaño y población, pero el menos preparado en materia económica. Dentro de esa categoría pesa un sector rural retrasado y relativamente muy grande respecto de lo normal en la UE, aun en la de los 25, y –por ende- necesitado de protección y subsidios.

¿”Reunificación”?

En cuanto a la “reunificación”, tema reiterado hasta el hartazgo por los medios dentro y fuera de la UE, es un error. Mucho menos importante que haber incorporado a Polonia sin beneficio de inventario, pero garrafal desde el punto de vista histórico. En realidad, Europa jamás fue un continente unido. Por lo demás, tampoco es un continente, sino una “superpenínsula” eurasiática.

Los purpurados tienen razón. Como lo demostraron Edward Gibbon, Oswald Spengler –hostiles a Roma- y Arnold Toynbee (casi clerical), Europa como idea es producto de la cristiandad posterior al colapso del Imperio Romano. Pero, aun en estos términos, esa “oikumene” sólo existió dos generaciones tras coronarse Carlomagno (año 800).

En verdad, el concepto “Europa” surge recién cuando el papa León III erige al rey de los francos y germanos en “emperador de romanos”. Siendo de origen papal, esa Europa excluía al verdadero sucesor del Imperio Romano, Bizancio. Tampoco abarcaba la España islámica y los países paganos al este y el norte del nuevo imperio. Hablando de Polonia, aparece en el horizonte europeo recién en el siglo X.

Eso duró poco. En 843, el tratado de Verdun lo dividió para siempre. Desde entonces, Europa fue escenario de guerra, particiones, reunificaciones parciales e imperios nunca ecuménicos. A medida como se extendía al este, la Europa cristiana era más heterogénea. El capitalismo, que nace tras la primera “gran guerra” (1618/48), pone la religión –pretexto del conflicto- en segundo plano.

Tras la última guerra global por espacios convencionales (1939-45), un derivado del capitalismo, el comunismo –forma aberrante del marxismo- reduce a dos y mundializa las viejas divisiones europeas. Desde 1953, empero, un ensayo reunificador en menos escala (protagonizada por dos herederas de Carlomagno, Francia y Alemania) aprovecha la decadencia comunista y llega a esta Unión Eruropea ampliada. E incierta.

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