jueves, 18 de diciembre de 2025

Turismo internacional: una cuenta corriente con déficit creciente

En el mes de junio de 2025, Argentina volvió a exhibir un saldo negativo en su balanza turística. Los datos provistos por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) muestran un fenómeno que, más allá del movimiento estacional o de los picos coyunturales, parece haber adoptado una forma estructural: el turismo emisivo supera ampliamente al turismo receptivo.

spot_img

La diferencia entre los ingresos y egresos de turistas alcanzó los 325 mil en junio, y si se agregan los excursionistas —quienes cruzan fronteras sin pernoctar— el saldo negativo trepa a 677 mil visitantes. Dicho en otras palabras: por cada turista que ingresa al país, salen dos. La cuenta, además, no se equilibra con el gasto: los argentinos gastaron en el exterior más del triple que los visitantes extranjeros en suelo nacional (USD 557 millones frente a USD 196 millones), lo cual acentúa el drenaje de divisas.

Este fenómeno no es nuevo, pero ha adquirido una intensidad particular en el último año. El informe del INDEC revela que, si bien el turismo receptivo se contrajo un 4,3% en términos interanuales, el turismo emisivo creció 28,6%. Es decir, entran menos y salen más. La pregunta que surge, y que debe interpelar a quienes diseñan políticas públicas, es por qué Argentina no logra captar al visitante extranjero mientras sus propios ciudadanos encuentran cada vez más motivos para buscar esparcimiento más allá de sus fronteras.

Un análisis territorial de los flujos permite comprender mejor el desequilibrio. El 51,5% de los turistas no residentes llegó por vía aérea, el 37,9% por terrestre y el 10,6% por fluvial o marítima. Sin embargo, en sentido inverso, la proporción fue más marcada: el 57% de los argentinos salió del país por avión. En los aeropuertos de Ezeiza y Aeroparque, la salida neta de turistas fue de 490 mil personas en el segundo trimestre, una cifra récord desde la pandemia.

Publicidad

En cuanto al origen de los turistas receptivos, tres países concentran más del 60%: Brasil (27,6%), Uruguay (20,3%) y Chile (11,2%). Se trata de mercados cercanos y tradicionales, cuya fidelidad no alcanza para compensar la baja afluencia desde destinos de mayor poder adquisitivo como Europa o Norteamérica. Por el contrario, entre los destinos preferidos por los argentinos se destacan Brasil (19,1%) y Chile (16,3%), pero también Estados Unidos, Europa y el Caribe, donde el gasto por persona es sustancialmente mayor.

Este diferencial se refleja en las cifras económicas. El gasto diario promedio por turista extranjero fue de 91,8 dólares, mientras que el argentino en el exterior gastó 99,6. Pero en algunos segmentos la distancia es mayor: en Mendoza, los turistas brasileños gastaron 220 dólares por día, y los argentinos que fueron al Caribe desembolsaron más de 160. La ecuación es insostenible si se proyecta en el mediano plazo: implica una transferencia neta de divisas en momentos en que la macroeconomía las necesita con urgencia.

A esto se suma un dato preocupante: la estadía promedio de los turistas que visitan Argentina ronda las 11,8 noches, mientras que los argentinos pasan casi 14 noches en el exterior. El desbalance, entonces, no solo es cuantitativo sino también cualitativo.

Una mirada atenta a la calidad del servicio turístico completa el cuadro. La Encuesta de Turismo Internacional (ETI) incluyó por primera vez una calificación promedio de los servicios ofrecidos en Argentina. Los resultados no son malos —las puntuaciones oscilan entre 4 y 5 sobre 5— pero revelan debilidades en aspectos clave como la información turística en destino y el transporte interno, en especial en el área metropolitana. En contraste, la Ciudad de Mendoza obtiene los mejores indicadores, lo que sugiere que ciertos destinos están mejor preparados que otros para captar y retener turistas internacionales.

El informe también permite identificar la matriz del gasto turístico. En el caso de los visitantes extranjeros, el principal componente es el alojamiento (30,4%), seguido por gastronomía y compras. En cambio, los turistas argentinos privilegian el consumo: 26,5% de su gasto se destina a compras, y el alojamiento ocupa un lugar secundario. Este patrón no es trivial: revela una diferencia en los perfiles de consumo que tiene consecuencias para los sectores que captan ese gasto.

El turismo, decía Jean-Christophe Rufin, “es el único sector económico en el que el cliente paga para salir del país”. En la Argentina de 2025, este enunciado adquiere una dimensión más literal que irónica. El turismo ya no es solo una forma de descanso o intercambio cultural: se ha convertido en una variable clave de la balanza de pagos.

En este sentido, cabe una reflexión estratégica. Si el país busca recuperar competitividad externa, reducir la fuga de divisas y potenciar la economía regional, el turismo debe dejar de ser un fenómeno espontáneo y pasar a ser una política pública integral. Esto implica inversiones en conectividad, promoción internacional, mejora de los servicios y, sobre todo, estabilidad macroeconómica. Porque ningún turista llega —y mucho menos se queda— en un país que no puede garantizarle previsibilidad.

La Argentina tiene atractivos naturales, culturales y humanos suficientes para revertir esta tendencia. Pero el tiempo corre. La oportunidad de transformar el déficit turístico en superávit no será eterna. Y la inacción, en este caso, se paga en dólares.

spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img

CONTENIDO RELACIONADO