Trump no entendió el proteccionismo

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Se perjudican los productores internos de bienes que utilizan acero y aluminio.
 

Con la previsible renuncia del asesor económico top de Donald Trump, el ex directivo de Goldman Sachs, Gary Cohn, en la Casa Blanca quedan solo seguidores incondicionales del Presidente. El funcionario dimitido expresaba en buena medida la opinión de Wall Street en los temas económicos, pero también era la cuota de sensatez y prudencia para evitar desbordes. Ese dique ha desaparecido.

El asesor en comercio internacional hizo un esfuerzo enorme durante los últimos días para que el mandatario revirtiera su decisión, incluso buscando modos elegantes de hacerlo, para evitar el deterioro de la imagen presidencial. Pero perdió la batalla y se fue.

En forma sencilla Cohn se lo explicó a Trump de manera parecida a esta: los nuevos aranceles al acero y al aluminio favorecen a los productores de esos metales y a los más de 100.000 empleados que tiene ese sector.

Pero hay un problema: son millones los empleados en los miles de empresas que se dedican a producir bienes con ambos metales. El encarecimiento significa que el sector venderá menos (cuánto menos es difícil de calcular, pero siempre será importante).

Si se encarecen esos bienes, crecerá la importación de ellos. Con lo cual se inhibe el ingreso de materias primas para la producción, pero se perjudica a la industria que las utiliza.

Para frenar la importación, Trump puede imponer nuevos aranceles a su ingreso, pero ello implicaría una guerra comercial de mucha mayor escala.

Muy didáctica la explicación, pero el mandatario sigue creyendo que “ganar la guerra comercial es fácil”, y promete avanzar más en este delicado terreno.

En teoría, el destinatario de los nuevos aranceles es China (donde la guerra puede extenderse a la electrónica en toda su gama, electrodomésticos e incluso automóviles).

Pero no hay que perder de vista, que ambos metales se importan de modo importante de Canadá, de México y de Brasil por citar solo algunos países que tendrán que afrontar el impuesto disuasivo de la Casa Blanca (además de Corea del Sur y de Japón). Todos ellos pueden imponer represalias a las importaciones que hacen de Estados Unidos.

Los europeos están angustiados, pero no todavía en el fragor de la batalla. Hay dos frentes que los preocupan. Uno es: China y otros productores importantes, al no poder vender a Estados Unidos, ¿qué harán? Sencillo, buscar dónde colocar sus productos. Y Europa es el candidato ideal para inundarla con acero y aluminio, provocando movimientos defensivos que extenderán la guerra comercial por otras latitudes.

Pero el segundo frente es con Estados Unidos. La UE exporta y puede exportar más automóviles y bienes industriales elaborados con ambos metales. Lo que provocaría otra reacción de Estados Unidos, y en consecuencia nuevas medidas de represalia. Una guerra completa donde todos pierden. Y no parece que haya muchas posibilidades de evitarlo.

 

 

 

 

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