Ya no puede decirse que exista un auto verdaderamente norteamericano. Cada una de las unidades que salen de una fábrica estadounidense es una amalgama de autopartes provenientes de una cadena de suministro que puede venir tanto desde Tailandia o Bangkok o Tennessee.
Por eso es que la guerra comercial que está llevando adelante Trump contra China y Europa y la polémica reformulación del Nafta con sus socios al norte y al sur están ejerciendo enorme presión sobre las automotrices nacionales.
En agosto China comenzó a aplicar una segunda ronda de aranceles a los autos fabricados en Estados Unidos. Por lo menos unas 250.000 unidades que se van a enviar a China se volverán mucho más caras. Según el nuevo acuerdo con México y Canadá, esos países se aseguran alguna proteccicón para su industria automotriz. La unión Europea no tuvo tanta suerte. “Si ambas partes no logran acuerdo sobre las piezas que exportan a Estados Unidos, con todo respeto aplicaremos aranceles a sus autos”, dijo Trump a la CNBC.
A la larga, Estados Unidos no puede ganar este partido. El crecimiento de las automotrices norteamericana proviene de afuera. Eso le da al país menos injerencia que nunca en los movimientos del mercado.