Tres cuestiones básicas se le plantean a Henry Paulson

El ex director ejecutivo de Goldman Sachs crea demasiadas expectativas entre operadores de mercado -no tanto entre economistas- desde los días de Paul O’Neill. ¿Habrá afinidades entre ambos?

29 junio, 2006

Pese a una mezcla casi perfecta de experiencia pública y privada, más estrechos lazos con el vicepresidente Richard Cheney, O’Neill fracasó debido a su fuerte personalidad, su verba incontinente y el excesivo control de la Casa Blanca sobre temas básicos. Paulson cree que le irá mejor o que, al menos, pesará más que el pálido John Snow, apenas un corredor de políticas ajenas.

Paulson, sin duda, sabe manejar una banca de inversión, echar directores de la bolsa neoyorquina o hacer negocios en China. Pero, como el senador Kent Conrad (demócrata, Dakota norte) señalan en la audiencia de confirmación: “cuando se llega a Washington con buena reputación, el problema es conservarla”. Para ello, el nuevo funcionario afronta al menos tres cuestiones. La primera es si puede resolver la cuadratura del círculo presupuestario. George W.Bush dejará a sus sucesores una situación fiscal muchísimo peor que la heredada. Eso resulta de su obsesión por rebajar impuestos a ricos y poderosos -rasgo típico del fundamentalismo evangélico- y la incapacidad de restringir gastos, particularmente en defensa y seguridad interna.

De ahí que Paulson debe disuadir al presidente de (a) hacer permanentes recortes tributarios por US$ 2,45 billones y (b) abordar partidas anuales, pero sin tocar las de guerra y seguridad. Lo malo es que, ante los senadores, el propio Paulson –olvidando que ya no está en Wall Street- calificas de “grave error al idea de aumentar impuestos a los dividendos”.

Mientras tanto, la realidad política señala que un presidente republicano puede bajar gastos en seguridad social y asistencia médica sólo con la ayuda de algunos demócratas en el congreso. Pero eso, a su vez, exige ponen en la mesa los impuestos. No tanto su aumento como la posibilidad de simplificar códigos tributarios, cerrar agujeros recaudatorios, apuntar a subsidios al sector privado o aumentar la base contributiva.

Eso lleva a la segunda pregunta; ¿podrá el secretario hacer pasar iniciativas por el Capitolio? Aun si Paulson exhibiera mayor flexibilidad negociadora que sus antecesores, en este año de elecciones parlamentarias muchos republicanos se ven díscolos y los demócratas le retacearán triunfos a Bush. A menudo, los ejecutivos de negocios que llegan a ocupar Hacienda se sienten frustrados por el poder legislativo. Ahora, Paulson tiene pocos meses para aprender las reglas de juego. A menos que él, Joshua Bolton –nuevo jefe de gabinete en la Casa Blanca- y Robert Portman (director de presupuesto) golpeen justo después de los comicios en noviembre, habrá escasas posibilidades de avanzar en materia de los déficit gemelos (fiscal, pagos externos) a largo plazo.

Finalmente, surge el problema de un dólar hoy debilitado en el mundo. No se sabe bien por qué, pero las opiniones de Hacienda pesan en los mercados cambiarios. Robert Rubion -otro hombre de Goldman Sachs, pero realmente brillante- demostró cómo aprovechar la retórica para preservar al dólar de desbarranques, evitando al mismo tiempo crear ruidos de fondo.

“Tenía que se coherente y muy disciplinado, no sólo en los dichos sin en el tono a emplear”, escribe en sus memorias. “Afectar paridades cambiaria sin quererlo me hubiera hecho parecer poco confiable y sutil. Mi crédito debía preservarse, para casos de dólar débil o una crisis cambiaria”. Pero, claro, ni O’Neill ni Paulson tienen la estatura intelectual de Rubin.

Con tantos analistas pronosticando nuevos deterioros del dólar, a medida como pierde impulsa la economía global, Paulson deberá ser cuidadoso. Prometer fidelidad absoluta a “un dólar fuerte”, en el actual clima, disminuiría su credibilidad. Parecer favorable a un dólar débil (como se hace respecto del yüan chino, para fomentar exportaciones) podría desencadenar corridas indeseables. Por eso, la tribuna que ha recibido Paulson es mucho más influyente –y peligrosa- de lo supone. Goldman Sachs no prepara para estas cosas.

Pese a una mezcla casi perfecta de experiencia pública y privada, más estrechos lazos con el vicepresidente Richard Cheney, O’Neill fracasó debido a su fuerte personalidad, su verba incontinente y el excesivo control de la Casa Blanca sobre temas básicos. Paulson cree que le irá mejor o que, al menos, pesará más que el pálido John Snow, apenas un corredor de políticas ajenas.

Paulson, sin duda, sabe manejar una banca de inversión, echar directores de la bolsa neoyorquina o hacer negocios en China. Pero, como el senador Kent Conrad (demócrata, Dakota norte) señalan en la audiencia de confirmación: “cuando se llega a Washington con buena reputación, el problema es conservarla”. Para ello, el nuevo funcionario afronta al menos tres cuestiones. La primera es si puede resolver la cuadratura del círculo presupuestario. George W.Bush dejará a sus sucesores una situación fiscal muchísimo peor que la heredada. Eso resulta de su obsesión por rebajar impuestos a ricos y poderosos -rasgo típico del fundamentalismo evangélico- y la incapacidad de restringir gastos, particularmente en defensa y seguridad interna.

De ahí que Paulson debe disuadir al presidente de (a) hacer permanentes recortes tributarios por US$ 2,45 billones y (b) abordar partidas anuales, pero sin tocar las de guerra y seguridad. Lo malo es que, ante los senadores, el propio Paulson –olvidando que ya no está en Wall Street- calificas de “grave error al idea de aumentar impuestos a los dividendos”.

Mientras tanto, la realidad política señala que un presidente republicano puede bajar gastos en seguridad social y asistencia médica sólo con la ayuda de algunos demócratas en el congreso. Pero eso, a su vez, exige ponen en la mesa los impuestos. No tanto su aumento como la posibilidad de simplificar códigos tributarios, cerrar agujeros recaudatorios, apuntar a subsidios al sector privado o aumentar la base contributiva.

Eso lleva a la segunda pregunta; ¿podrá el secretario hacer pasar iniciativas por el Capitolio? Aun si Paulson exhibiera mayor flexibilidad negociadora que sus antecesores, en este año de elecciones parlamentarias muchos republicanos se ven díscolos y los demócratas le retacearán triunfos a Bush. A menudo, los ejecutivos de negocios que llegan a ocupar Hacienda se sienten frustrados por el poder legislativo. Ahora, Paulson tiene pocos meses para aprender las reglas de juego. A menos que él, Joshua Bolton –nuevo jefe de gabinete en la Casa Blanca- y Robert Portman (director de presupuesto) golpeen justo después de los comicios en noviembre, habrá escasas posibilidades de avanzar en materia de los déficit gemelos (fiscal, pagos externos) a largo plazo.

Finalmente, surge el problema de un dólar hoy debilitado en el mundo. No se sabe bien por qué, pero las opiniones de Hacienda pesan en los mercados cambiarios. Robert Rubion -otro hombre de Goldman Sachs, pero realmente brillante- demostró cómo aprovechar la retórica para preservar al dólar de desbarranques, evitando al mismo tiempo crear ruidos de fondo.

“Tenía que se coherente y muy disciplinado, no sólo en los dichos sin en el tono a emplear”, escribe en sus memorias. “Afectar paridades cambiaria sin quererlo me hubiera hecho parecer poco confiable y sutil. Mi crédito debía preservarse, para casos de dólar débil o una crisis cambiaria”. Pero, claro, ni O’Neill ni Paulson tienen la estatura intelectual de Rubin.

Con tantos analistas pronosticando nuevos deterioros del dólar, a medida como pierde impulsa la economía global, Paulson deberá ser cuidadoso. Prometer fidelidad absoluta a “un dólar fuerte”, en el actual clima, disminuiría su credibilidad. Parecer favorable a un dólar débil (como se hace respecto del yüan chino, para fomentar exportaciones) podría desencadenar corridas indeseables. Por eso, la tribuna que ha recibido Paulson es mucho más influyente –y peligrosa- de lo supone. Goldman Sachs no prepara para estas cosas.

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