Para 2035 se calcula que la inteligencia artificial estará en todas partes. Un equipo de investigadores* de Foreign Affairs estima que los sistemas de IA manejarán hospitales, operarán aerolíneas y litigarán en los juzgados, un escenario que hasta ayer parecía de ciencia ficción y que hoy parece inevitable.
Los sistemas de IA generativa ya escriben con mayor claridad y persuasión que la mayoría de los humanos y producen imágenes originales, arte y hasta código informático partiendo de instrucciones lingüísticas. Y esto es solo la punta del iceberg. Su llegada marca un Big Bang, el comienzo de una revolución tecnológica que cambiará el mundo, la política, la economía y la sociedad.
Como las olas tecnológicas anteriores, la IA combinará enorme crecimiento con inmensos cambios y riesgos. Pero a diferencia de las anteriores, supondrá un cambio sísmico en el equilibrio y la estructura del poder mundial, ya que amenaza el estatus de los países como principales actores geopolíticos del mundo.
Lo admitan o no, los creadores de la IA son a la vez protagonistas geopolíticos, y su soberanía sobre la IA afianza aún más el orden “tecno-polar” que está surgiendo, en el que las empresas tecnológicas ejercen en sus dominios el tipo de poder que antes solo estaba reservado a los estados nacionales.
Durante la última década, las grandes empresas tecnológicas se convirtieron en actores independientes y soberanos en los reinos digitales que crearon. La IA acelera esta tendencia y la lleva mucho más allá del mundo digital. La complejidad de la tecnología y la velocidad de su avance harán casi imposible que los gobiernos elaboren normas adecuadas a velocidad adecuada. Si no se ponen al día pronto, es posible que nunca lo consigan.
Por fortuna, los responsables políticos de todo el mundo han empezado a darse cuenta de los retos que plantea la IA y a preguntarse cómo regularla. En mayo de 2023, el G-7 puso en marcha un foro dedicado a armonizar la regulación de la IA. En junio, el Parlamento Europeo aprobó un borrador de ley de la UE sobre IA, primer intento global del bloque de establecer protecciones en torno a la industria de la IA. Y en julio, el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, pidió la creación de un organismo mundial de vigilancia de la regulación de la IA. En Estados Unidos, políticos de ambos bandos reclaman medidas regulatorias.
Por desgracia, el debate sobre cómo controlar la IA sigue trabado en un falso dilema: aprovecharla para aumentar el poder nacional o reprimirla para evitar sus riesgos. Incluso quienes diagnostican con precisión el problema intentan resolverlo tratando de acomodarla dentro de los marcos históricos de gobernanza. Sin embargo, la IA no se controla como cualquier otra tecnología, y ya está modificando las ideas tradicionales sobre el poder geopolítico.
El desafío es diseñar un nuevo marco de gobierno que se adapte a esta tecnología única. Para que sea posible controlarla a nivel mundial, el sistema internacional debe superar las concepciones tradicionales de soberanía y dar la bienvenida a las empresas tecnológicas. Es posible que la legitimidad de esas empresas no derive ni de un contrato social, ni de la democracia ni de la provisión de bienes públicos, pero sin ellos la gestión eficaz de la IA no tendrá ninguna posibilidad.
Un tema tan insólito y apremiante como este exige una solución original. Antes de definir una estructura reguladora adecuada, los responsables políticos tendrán que ponerse de acuerdo sobre los principios básicos para gobernar la IA. Sobre la base de esos principios, los responsables políticos deberían crear al menos tres regímenes de gobernanza superpuestos: uno para establecer los hechos y asesorar a los gobiernos sobre los riesgos que plantea la IA, otro para evitar una carrera armamentística sin cuartel entre ellos y otro para gestionar las fuerzas disruptivas de una tecnología sin precedentes en el mundo.
(*) Ian Bremmer y Mustafa Suleyman. Foreign Affairs