<p>“Los más importante es que Muammar Ghadafi caiga, así iniciamos otra fase política” coincide Hamad bin Dyaber al-Thaní, primer ministro de Qatar, un emirato del golfo Pérsico. Mientras, en Doha, su capital, un “grupo de contacto” para la crisis libia ha elaborado mecanismos de financiamiento orientados al consejo nacional transitorio O sea, el gobierno de Cirenaica.<br />
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En su forma tentativa, el compromiso de Doha trata de suministrar a los disidentes “instrumentos materiales para autodefensa. Máxime en áreas adonde no llegan todavía o se sostienen las tropas de Benghazi.<br />
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Políticamente, Qatar, la Liga Árabe, Francia, Gran Bretaña e Italia parecen haber llegado a acuerdo en un punto clave. A saber, el desplazamiento “sin violencia, de ser factible” del coronel y Jamís, su hijo más belicoso. Sus mercenarios y “jenízaros” continúan firmes en Tripolitania y la costa central.<br />
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Pero la OTAN y Estados Unidos –pese a su actual pasividad operativa- insisten en que los aliados activos (cinco sobre un total de veintiocho) sigan de cerca los movimientos de grupos extremistas. En particular, sectas salafíes y, tal vez en el este, presuntos agentes de al-Qaeda. Volviendo a las armas, Londres remitirá a Benghazi mil chalecos antiproyectiles y cien celulares satelitales. No parece gran cosa.</p>
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Todo está bien para derrocar a Ghadafi
Así sostienen el francés Nicolas Sarkozy y el británico David Cameron. Por cierto, ambos, Italia y Qatar contemplan entregar armas al gobierno rebelde, pues las vacilaciones de la OTAN le permiten al coronel reorganizarse y proseguir la guerra.