Stiglitz: si no va en serio, Dohá no servirá para casi nada

Tras el fracaso de la Organización Mundial de Comercio en Cancún (septiembre), hubo muchas recriminaciones y pocas propuestas. “Es hora de encarar Dohá como instrumento de desarrollo”, sostiene Joseph Stiglitz, Nobel económico 2001.

21 junio, 2004

En efecto, la frustración de Cancún hizo que los países en desarrollo –el economista no les dice “emergentes”- acusasen a los avanzados por renegar de promesas hechas al lanzarse la ronda Dohá. Por cierto, las potencias se manifestaban, entonces, dispuestas a remediar iniquidades heredadas de la ronda Uruguay, el fracaso más largo y estruendoso del difunto Acuerdo Internacional sobre Tarifas y Comercio (hoy, OMC).

Estados Unidos le echó la culpa a la Unión Europea –todavía eran quince socios- y a los países que creían en la factibilidad de un acuerdo viable entre bloques económicos o comerciales. Naturalmente, Bruselas cargó las tintas sobre Washington y Tokio.

Entretanto, “la Comunidad Británica (subraya Stiglitz) optó por algo más constructiva. En lugar de apuntar dedos acusadores, trataría de definir las características de una verdadera rueda pro desarrollo, cuya agenda reflejase las prioridades de economías subdesarrolladas y en desarrollo. Eso incluiría asistencia para aprovechar oportunidades”.

Con esa finalidad, convocó al economista para promover una iniciativa pro diálogo político. Esto generó una red de expertos, comprometidos con el desarrollo sustentable, centrada en la universidad de Columbia. La semana pasada, el grupo produjo un informe, compilado por Stiglitz y Andrew Charlton (Oxford), claramente sesgado en favor de las economías dependientes.

Por de pronto, el documento sostiene: “no es correcto definir la ronda Dohá como instrumento de desarrollo, especialmente después de 2002. Sus negociaciones han fracasado en ese plano y, además han incluido una pila de temas de interés marginal o hasta perjudiciales para los países en desarrollo”.

Como ejemplo, el informe señala que “con los servicios elevando su participación en el producto bruto interno de las economías desarrollas (en EE.UU., representan más de 65%), era inevitable que su liberalización apareciera en los debates. Pero, dado que la agenda la fijan las principales economías, fue también inevitable que se presionase para derregular primero los servicios donde ese bloque es fuerte”.

Eso privilegió al sector financiero y explica por que entidades en apariencia multilaterales –Fondo Monetario, Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo- acaban operando para la intermediación financiera. Así ocurre en el caso de la deuda externa argentina.

“EE.UU., a veces junto con otros países avanzados –apunta el trabajo-, insiste en la liberalización a ultranza de los mercados de capital. Pero la eficiencia global sería más fácil de mejorar con modestas derregulaciones laborales -en especial, mano de obra no calificada- que beneficiarían al mundo en desarrollo. Pero el tema no figura en la agenda”.

Mientras tanto, el llamado “temario de Singapur” incursionaba en la competencia. A menos que aumentase ésta, se decía, habría riesgo de que la baja de tarifas simplemente inflara las ganancias de monopolios, oligopolios o carteles. “Al principio –recuerda Stiglitz-, apoyé ese esfuerzo. Pero después treparé en que un problema básico del subdesarrollo es la duplicidad del mundo industrial. Por ejemplo, los parámetros aplicados por Washington contra firmas extranjeras, en casos de dumping o deslealtad comercial, nunca serían aceptados puertas adentro. O sea, para compañías norteamericanas”.

El otro punto conflictivo es la agricultura. “El norte le exige al sur abrir mercados, eliminar subsidios y hasta aplicar técnicas finalmente dañinas para el suelo o la gente. Pero –describe el documento- mantiene altísimos subsidios y cierra sus mercados. En realidad, desde que empezó Dohá, EE.UU. ha doblado subsidios agrícolas”.

Aun así, a criterio del informe “la agricultura es apenas la punta del témpano. También urge reducir el proteccionismo sobre manufacturas laboralmente intensivas y servicios que emplean mano de obra no calificada, como la construcción y el transporte marítimo”.

En lo tocante a las negociaciones en sí, se necesitan reformas en el marco institucional y el operativo. “Hace falta más transparencia en el proceso de regateo, sin contactos secretos entre funcionarios elegidos a dedo por EE.UU. o la UE en la propia sede de la OMC”.

“La disparidad entre una verdadera agenda pro desarrollo y la impuesta a Dohá es más que evidente”, afirma Stiglitz. “Eso hace pensar que la ausencia de acuerdo sería preferible a un mal acuerdo. Pero todavía no es demasiado tarde. Bastaría con prestar atención al diagnóstico y las recomendaciones de este documento”.

En efecto, la frustración de Cancún hizo que los países en desarrollo –el economista no les dice “emergentes”- acusasen a los avanzados por renegar de promesas hechas al lanzarse la ronda Dohá. Por cierto, las potencias se manifestaban, entonces, dispuestas a remediar iniquidades heredadas de la ronda Uruguay, el fracaso más largo y estruendoso del difunto Acuerdo Internacional sobre Tarifas y Comercio (hoy, OMC).

Estados Unidos le echó la culpa a la Unión Europea –todavía eran quince socios- y a los países que creían en la factibilidad de un acuerdo viable entre bloques económicos o comerciales. Naturalmente, Bruselas cargó las tintas sobre Washington y Tokio.

Entretanto, “la Comunidad Británica (subraya Stiglitz) optó por algo más constructiva. En lugar de apuntar dedos acusadores, trataría de definir las características de una verdadera rueda pro desarrollo, cuya agenda reflejase las prioridades de economías subdesarrolladas y en desarrollo. Eso incluiría asistencia para aprovechar oportunidades”.

Con esa finalidad, convocó al economista para promover una iniciativa pro diálogo político. Esto generó una red de expertos, comprometidos con el desarrollo sustentable, centrada en la universidad de Columbia. La semana pasada, el grupo produjo un informe, compilado por Stiglitz y Andrew Charlton (Oxford), claramente sesgado en favor de las economías dependientes.

Por de pronto, el documento sostiene: “no es correcto definir la ronda Dohá como instrumento de desarrollo, especialmente después de 2002. Sus negociaciones han fracasado en ese plano y, además han incluido una pila de temas de interés marginal o hasta perjudiciales para los países en desarrollo”.

Como ejemplo, el informe señala que “con los servicios elevando su participación en el producto bruto interno de las economías desarrollas (en EE.UU., representan más de 65%), era inevitable que su liberalización apareciera en los debates. Pero, dado que la agenda la fijan las principales economías, fue también inevitable que se presionase para derregular primero los servicios donde ese bloque es fuerte”.

Eso privilegió al sector financiero y explica por que entidades en apariencia multilaterales –Fondo Monetario, Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo- acaban operando para la intermediación financiera. Así ocurre en el caso de la deuda externa argentina.

“EE.UU., a veces junto con otros países avanzados –apunta el trabajo-, insiste en la liberalización a ultranza de los mercados de capital. Pero la eficiencia global sería más fácil de mejorar con modestas derregulaciones laborales -en especial, mano de obra no calificada- que beneficiarían al mundo en desarrollo. Pero el tema no figura en la agenda”.

Mientras tanto, el llamado “temario de Singapur” incursionaba en la competencia. A menos que aumentase ésta, se decía, habría riesgo de que la baja de tarifas simplemente inflara las ganancias de monopolios, oligopolios o carteles. “Al principio –recuerda Stiglitz-, apoyé ese esfuerzo. Pero después treparé en que un problema básico del subdesarrollo es la duplicidad del mundo industrial. Por ejemplo, los parámetros aplicados por Washington contra firmas extranjeras, en casos de dumping o deslealtad comercial, nunca serían aceptados puertas adentro. O sea, para compañías norteamericanas”.

El otro punto conflictivo es la agricultura. “El norte le exige al sur abrir mercados, eliminar subsidios y hasta aplicar técnicas finalmente dañinas para el suelo o la gente. Pero –describe el documento- mantiene altísimos subsidios y cierra sus mercados. En realidad, desde que empezó Dohá, EE.UU. ha doblado subsidios agrícolas”.

Aun así, a criterio del informe “la agricultura es apenas la punta del témpano. También urge reducir el proteccionismo sobre manufacturas laboralmente intensivas y servicios que emplean mano de obra no calificada, como la construcción y el transporte marítimo”.

En lo tocante a las negociaciones en sí, se necesitan reformas en el marco institucional y el operativo. “Hace falta más transparencia en el proceso de regateo, sin contactos secretos entre funcionarios elegidos a dedo por EE.UU. o la UE en la propia sede de la OMC”.

“La disparidad entre una verdadera agenda pro desarrollo y la impuesta a Dohá es más que evidente”, afirma Stiglitz. “Eso hace pensar que la ausencia de acuerdo sería preferible a un mal acuerdo. Pero todavía no es demasiado tarde. Bastaría con prestar atención al diagnóstico y las recomendaciones de este documento”.

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