<p>Toca el turno a Dinamarca, donde florece un partido étnico y, no por casualidad, pierde vigencia el tratado de Schengen (1993). Copenhague proyecta restablecer controles en las fronteras con Alemania (Holstein) y Suecia (Helsingor).<br />
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La decisión tiene una génesis inquietante para las viejas democracias escandinavas. En efecto, un acuerdo concluido este miércoles entre el gobierno liberal-conservador y la ultraderecha vulnera el tratado aludido, que borraba fronteras interiores en la Unión Europea.<br />
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Tampoco es casual que, este jueves, la UE discuta una propuesta francoitaliana notoriamente negativa: la suspensión temporaria del tratado. Su objeto es frenar la emigración africana y musulmana. Sin parar mientes en una realidad común a Italia, Francia, España, Benelux, Alemania, etc. A saber, que esa mano de obra resulta indispensable para labores que los europeos ya no quieren desempeñar. Precisamente, lo que Barack Obama recordó el martes, hablando en Texas contra el mal trato a hispanos.<br />
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Esgrimiendo argumentos dignos del III Reich, Klaus Frederiksen (ministro de hacienda) explicó que la medida “busca frenar el aumento de la delincuencia y no afecta a Schengen”. Pero el partido Popular Danés, aliado parlamentario del oficialismo, festejaba en las calles.<br />
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Dinamarca, entonces, gastará unos € 40 millones para bloquear las fronteras mayormente marítimas o portuarias con sus dos vecinos inmediatos. Todo esto no pasaría de fenómenos locales (Suecia, Finlandia, Francia, Holanda, Austria y Bélgica también tienen partidos racistas) si no fuera por Alemania, parte de cuya dirigencia financiera apoya una división del euro entre componentes más y menos prósperos.<br />
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¿Síntomas de licuación en la Unión Europea?
Cada vez más, la crisis migratoria trasunta un auge de racismo y presiones contra la integración de quienes tienen piel cetrina o negra. Máxime si, además, son musulmanes. Ahora, el nuevo síntoma son las restricciones aduaneras intrazonales.