Es preciso ponerse a pensar en ese tipo de eventualidades”, decía a un medio local editado en inglés. Desde que, en 1965, fue excluida de Malasia, la ciudad estado ha luchado para sobrevivir en un mar de fuerzas sociopolíticas y económica que no controlaba. Ahora, se les suma el peligro de catástrofes naturales. “Si el agua subiera tres o cuatro metros, media Singapur quedaría sumergida”, señala Lee Kuan-Yew (Li Guanyü, como escriben en China).
Más allá de sus éxitos, este chino étnico de 83 años vislumbra otros problemas en lontananza, o no tanto. En esencia, el ascenso de Beijing como potencia regional, mientras Washington mira para otro lado, y el nuevo ciclo de turbulencias en los mercados. Los instintos no engañan a este abogado recibido en Londres, que condujo la isla con mano de hierro durante treinta años (1961-90) y sigue manejando los hilos entre bambalinas.
Sin duda, Singapur es una potencia financiera –pero no económica- con unos de los mayores ingresos por habitante en el mundo, educación de calidad y excelentes servicios públicos. Los extranjero forman casi un quinto de la población, en si poco numerosa: 4.500.000. Lee dejó de ser primer ministro hace diecisiete años, pero –fiel a sus propias tradiciones éticas- ha puesto en ese sitio a su hijo mayor, Lee Hsien-loong (Xienlun en la grafía de Beijing).
El microestado insular carece casi de recursos naturales. Su sociedad está fracturada entre chinos étnicos (controlan el poder desde siempre), malayos –en general, musulmanes- e hindúes. “Hemos sobrevivido 42 años. ¿Sobreviviremos –se pregunta Lee- otros tantos? Depende de las condiciones internacionales, no de nosotros”.
Esta vulnerabilidad la esgrime ante quienes sostienen que Singapur no es una democracia efectiva, la sociedad está muy controlada, no hay libertad de opinión y los disidentes no la pasa bien. “En verdad –apuntan algunos opositores no chino-, Singapur se lleva mejor que Hongkong con Beijing. Lee es un autócrata, pero sabe que los años pasan aun para él”.
Entre los desvelos del viejo dirigente, destaca la actitud de Estados Unidos. Dedicada a aventuras bélicas en Irak y Afganistán, la potencia descuida al sudeste asiático y a su otrora aliada clave, Singapur. Pero el régimen insular es pragmático: desde hace varios años, cimenta recientes relaciones con China, ante la cual se ofrece como mejor socia que Hongkong.
Después, las tres pertenecen al mismo ámbito cultural. Más aún: en tiempos de las tres últimas dinastías (Yüan, Ming, Ching), el imperio reivindicaba vasallaje sobre toda Indochina, hasta el extremo sur de Malaca. Ahí sigue Singapur.
Es preciso ponerse a pensar en ese tipo de eventualidades”, decía a un medio local editado en inglés. Desde que, en 1965, fue excluida de Malasia, la ciudad estado ha luchado para sobrevivir en un mar de fuerzas sociopolíticas y económica que no controlaba. Ahora, se les suma el peligro de catástrofes naturales. “Si el agua subiera tres o cuatro metros, media Singapur quedaría sumergida”, señala Lee Kuan-Yew (Li Guanyü, como escriben en China).
Más allá de sus éxitos, este chino étnico de 83 años vislumbra otros problemas en lontananza, o no tanto. En esencia, el ascenso de Beijing como potencia regional, mientras Washington mira para otro lado, y el nuevo ciclo de turbulencias en los mercados. Los instintos no engañan a este abogado recibido en Londres, que condujo la isla con mano de hierro durante treinta años (1961-90) y sigue manejando los hilos entre bambalinas.
Sin duda, Singapur es una potencia financiera –pero no económica- con unos de los mayores ingresos por habitante en el mundo, educación de calidad y excelentes servicios públicos. Los extranjero forman casi un quinto de la población, en si poco numerosa: 4.500.000. Lee dejó de ser primer ministro hace diecisiete años, pero –fiel a sus propias tradiciones éticas- ha puesto en ese sitio a su hijo mayor, Lee Hsien-loong (Xienlun en la grafía de Beijing).
El microestado insular carece casi de recursos naturales. Su sociedad está fracturada entre chinos étnicos (controlan el poder desde siempre), malayos –en general, musulmanes- e hindúes. “Hemos sobrevivido 42 años. ¿Sobreviviremos –se pregunta Lee- otros tantos? Depende de las condiciones internacionales, no de nosotros”.
Esta vulnerabilidad la esgrime ante quienes sostienen que Singapur no es una democracia efectiva, la sociedad está muy controlada, no hay libertad de opinión y los disidentes no la pasa bien. “En verdad –apuntan algunos opositores no chino-, Singapur se lleva mejor que Hongkong con Beijing. Lee es un autócrata, pero sabe que los años pasan aun para él”.
Entre los desvelos del viejo dirigente, destaca la actitud de Estados Unidos. Dedicada a aventuras bélicas en Irak y Afganistán, la potencia descuida al sudeste asiático y a su otrora aliada clave, Singapur. Pero el régimen insular es pragmático: desde hace varios años, cimenta recientes relaciones con China, ante la cual se ofrece como mejor socia que Hongkong.
Después, las tres pertenecen al mismo ámbito cultural. Más aún: en tiempos de las tres últimas dinastías (Yüan, Ming, Ching), el imperio reivindicaba vasallaje sobre toda Indochina, hasta el extremo sur de Malaca. Ahí sigue Singapur.