Hasta la India que insistía en que a un país en desarrollo –que necesita industrializarse o en síntesis, hacer lo que hicieron los desarrollados hace 100 años y que por eso produjeron el actual nivel de contaminación- no se le podían exigir las mismas metas, se muestra dispuesta a hacer algunas concesiones importantes.
El caso de la India es especial: su población crece a tal velocidad que pronto igualará a la China. Su territorio es escenarios de terribles sequías, inundaciones gravosas, invasión del mar sobre las costas. Se estima que en 2080, la temperatura habrá subido entre 3 y 5 grados centígrados.
Por lo menos la reunión se inició con resonantes promesas que comprometen miles de millones de dólares, por parte de los principales líderes mundiales. Pero al final de la semana próxima recién se sabrá si todos estos discursos altisonantes se convierten finalmente en un sólido acuerdo, el primero global de los últimos 18 años.
Barack Obama sorprendió otra vez –como lo ha hecho recientemente, con las relaciones con Cuba y con Iraq, con el Tratado del Transpacífico y la presencia naval en mares cercanos a China- con una actitud decidida que no se corresponde con la idea tradicional del “pato rengo” (el lame duck, el que está al final de su mando). En su discurso reconoció que su país tiene buena parte de responsabilidad en la actual situación del ambiente y del clima, por su enorme poder contaminante.
Es cierto que los Republicanos se oponen a un pacto de este tipo –y muchos Demócratas también- pero dos tercios de los estadounidenses creen que el país debe ser actor importante de un acuerdo global sobre este tema.
Para darle más dramatismo a la situación, justo en este momento una nube dióxido de carbono envuelve toda China y toda la India.
En cuanto al sector privado, Bill Gates ha unidos fuerzas con Warren Buffett, Jeff Bezos y otros multimillonarios para impulsar inversión pública y privada en “energías limpias”.
En París, bajo estado de sitio por los ataques terroristas recientes, no se permitió ninguna manifestación. Pero ellas abundaron en las principales capitales del mundo que demandan acción inmediata.
De los casi 200 países representados, muchos están encolumnados en un plan concreto de acción para detener el avance del alza en el termómetro (los europeos dispuestos a asumir obligaciones); otros a reducir la emisión de gases contaminantes, y algunos más que no saben bien hacia qué lado de la balanza se inclinarán. Tal vez no se logre el mejor acuerdo, pero seguramente habrá un clima distinto, mucho más positivo que el de la última vez en Copenhague.
Los dos grandes interrogantes pendientes son: ¿el futuro acuerdo logrará reducir los niveles de carbono en la atmósfera? ¿Y si se logra, será una mejora? La respuesta a la primera pregunta es: sin duda. A la segunda, en cambio, es alguna mejoría sí, pero no la suficiente.