Con ello pueden sorprender para lograr transferencias de ingresos por mecanismos no esperados o imaginados (advierte el editorial de FIEL, con la firma de Juan Luis Bour).
Sean licuaciones repentinas de activos e ingresos fijos o directa apropiación de activos (fondos previsionales, depósitos, reservas del sistema financiero, activos hundidos que no pueden escapar).
Quienes así actúan tienen como precaución engañar por algún tiempo a los agentes económicos para lograr lo que, de otra forma, no sería factible o sería mucho más oneroso. En Argentina hemos tenido varios ejemplos de estas políticas.
La gestión actual, con sus mensajes contradictorios y la capacidad para tomar decisiones que deviene de mayorías parlamentarias y una justicia lábil, se incluye en esta categoría de gobiernos que siembran incertidumbre para consumar expropiaciones de flujos y stocks. Podría ser impericia, pero hay algo más.
La regla es sembrar incerteza para pescar un poco en todos lados. El problema que surge con estos mecanismos es que no pueden repetirse eternamente, porque una parte de la población finalmente podría decidir no jugar más. El Ejecutivo actual, en las figuras del Presidente y la Vicepresidente, ha forjado en estos dos años una reputación que le resta credibilidad a cualquier promesa que formulen.
Esta gestión signada por muestras de incapacidad y contradicción entre los dichos y los hechos, deriva en la pérdida de poder político y por lo tanto acrecienta la imposibilidad de encarar un programa económico que tenga chances de funcionar, a menos que logre el apoyo –condicionado muy probablemente- de buena parte de la oposición (del propio partido y de los otros).
Estamos en las puertas de un gobierno que carece de capacidad de gestionar. No solo por principios ideológicos, sino por debilidad política. Un contexto no muy diferente al que prevalecía en la primera mitad de 2002, cuando se acudió a la reputación del Club de gobernadores y a autoridades internacionales de bancos centrales que asistieron a la Argentina para ordenar su economía.
Comprar reputación es lo último que se hace porque implica la pérdida de control político, pero es lo que resta cuando ya no queda reputación propia. Haber alentado políticas anti mercado durante dos años, repitiéndose constantemente en el uso de políticas de represión que fracasan en semanas y que logran resultados exactamente opuestos a los anunciados, terminó por convencer a muchos de que el juego de decir una cosa y hacer otra, el juego del tero, es la regla.
El juego está por terminar. Es el momento en que la Administracion deberá optar por “comprar” reputación, en primer lugar definiendo un programa que sea consistente con un empalme ordenado de la actual gestión con la que eventualmente lo reemplace a partir de diciembre de 2023.
Es decir que ya no se trata de transitar el verano, sino de levantar la vista para estabilizar la Argentina en un plano que no es solo económico, sino político y social. Los riesgos que enfrentamos no son menores y todo el arco político –incluyendo desde ya la coalición gobernante- deberá estar involucrado. Fuerza, una vez más, y mientras tanto disfruten la lectura de los Indicadores.