Los principales desafíos para el próximo gobierno no pasan por replantear la política cambiaria ni por desarticular el cepo sino por actualizar las tarifas de los servicios públicos y reducir el déficit de las empresas del Estado, sostiene en el número 626 del Instituto de Desarrollo Económico y Social Argentino (Idesa).
A medida que se aproxima el cambio de gobierno aumenta la ansiedad por dilucidar qué puede llegar a ocurrir con la cotización del dólar.
Para un grupo reducido de personas se trata de un interés especulativo, en el sentido de que acertando en los pronósticos pueden obtener ganancias financieras.
Pero para la mayoría el tema es relevante porque la cotización del dólar tiene alta incidencia en el resto de los precios de la economía y, por esa vía, en el bienestar de la población. Incluso, como lo demuestran experiencias pasadas, los niveles de pobreza son muy sensibles a lo que ocurra en el mercado cambiario.
El abordaje del tema en la campaña electoral es acorde a la sensibilidad que genera. Procurando generar optimismo se ilusiona con la posibilidad de una importante entrada de divisas cuando, por la reducción de las retenciones a las exportaciones y la desarticulación del cepo cambiario, los productores se decidan a liquidar sus exportaciones retenidas y la mayor confianza induzca un masivo ingreso de capitales desde exterior.
Aunque la atención está en el mercado cambiario es aconsejable mirar también la emisión monetaria.
En este sentido, los datos oficiales señalan que:
En 2010 la base monetaria, es decir la cantidad de pesos emitidos por el Banco Central, ascendía a $160 mil millones.
- A noviembre del 2015, la cantidad de pesos emitidos asciende a $570 mil millones.
- Es decir, en los últimos 5 años se emitió a razón de $230 millones por día.
Estos datos muestran la enorme emisión de pesos que se viene haciendo en los últimos años.
Para tener un punto de referencia, mientras que el PBI –es decir, la cantidad total de bienes y servicios que genera el país– creció a razón del 2,5% anual en los últimos cinco años, la expansión de pesos emitidos lo hizo a razón del 29% por año. Es decir, desde la cantidad de dinero emitida creció 10 veces más que la producción.
Semejante exceso monetario impacta sobre todos los precios, incluido el dólar.
Ante las crecientes presiones inflacionarias, el principal paliativo al que apela el gobierno son los controles cambiarios. En esta dirección, se limita la venta de dólares a ahorristas, se controlan las importaciones y se prohíbe el envío de utilidades al exterior.
Las consecuencias son los procesos productivos trabados por falta de insumos y equipos importados, las reservas del Banco Central cayendo sin freno y las inversiones estancadas afectando la competitividad de toda la economía.
En la campaña electoral pululan las ambigüedades y los planteos oportunistas. Pero a partir del 10 de diciembre no hay otro camino que un cambio de estrategia.
La cuestión más importante y compleja no es cómo salir del cepo sino cómo detener la desenfrenada emisión de pesos.
Teniendo bajo control la expansión monetaria, la tranquilidad al mercado cambiario es una cuestión relativamente simple de resolver.
La principal fuente de emisión de dinero es el déficit fiscal. Como no hay margen para seguir aumentando los impuestos y las posibilidades de acceder a endeudamiento público es limitada, resulta ineludible bajar el gasto público.
Para ello, se puede reducir el empleo público redundante, combatir la corrupción y modernizar la gestión del Estado. Pero un paso clave es reducir los subsidios económicos no estratégicos. Esto requiere regularizar las tarifas de los servicios públicos y achicar el déficit de las empresas públicas.
Prometer que no habrá devaluación ni aumento de tarifas es faltar a la verdad. Para evitar la devaluación es clave que los precios de los servicios y las empresas públicas cubran sus costos para así dejar de emitir dinero a fin de compensar la diferencia.
Con profesionalismo se puede minimizar el impacto social a través de tarifas sociales focalizadas en los hogares más pobres.
Por el contrario, perseverar con los subsidios económicos es prolongar el descontrol monetario lo que preludia la próxima gran devaluación.