Saudiarabia: un rey enfermo y serios riesgos geopolíticos

Con sólo 25 millones de habitantes, en Saudiarabia hay 19 aspirantes al trono. Fahd ibn Sa’ud reina desde 1982, pero vive internado en Suiza desde 1995 y el regente, Abdallá, no es el único heredero potencial. Washington no sabe qué hacer.

18 mayo, 2003

Mientras Estados Unidos esperaba brotes terroristas y guerrilleros en Irak –donde caía su primer virrey, el general (r) Jay Garner- o atentados en Occidente, Al Qa’eda lanzó un triple golpe en Saudiarabia. Esto no sorprendió a gente mejor familiarizada con Levante que Donald Rumsfeld (Defensa) o el propio Pentágono. De hecho, observadores egipcios, turcos, israelíes, alemanes e iraníes temen que Saudirabia sea escenario de la próxima crisis regional.

“Si se inicia una lucha por la sucesión de Fahd, el problema no se arreglará con una intervención militar”, opinan asesores de Hosní Mubárak (El Cairo) y Ariel Sharón (Tel Aviv). Por otra parte, Saudiarabia es una potencia petrolera de primerísima magnitud: produce 7.500.000 barriles diarios de crudos y sus reservas cubicadas suman 261.000 millones (unos 1.650 millones de m3). En teoría, goza de una renta anual por cabeza de US$ 9.500, pero el desempleo alcanza 20% y 65% de la fuerza laboral se compone de extranjeros. No obstante, el síntoma más preocupante aparece en el PBI: fue achicándose de US$ 225.000 millones (1981) a 52.000 millones (2002), o sea casi 77% en 22 años. Lo que no ha cambiado es la distribución del ingreso: 88% va a los ocho mil miembros del clan Sa’ud.

Históricamente, el reino es un “país nuevo”. Fundado en el centro de la península por el jeque Abdul Aziz ibn Sa’ud (1884), recién se convierte en reino en 1932. Ese mismo año, Irak –fabricado por Gran Bretaña en 1920 con tres provincias del ex Imperio Otomano- también se transformada en reino independiente, aunque bajo control inglés. Jefe de la secta wahabita (la más cerril y ortodoxa de la Sunná), Abdul Aziz tuvo 37 hijos legítimos. Lo único que no hizo, luego de conquistar La Meca y Medina (1909/14), fue adoptar el título de califa, abandonado por el último sultán turco unos años antes.

Su hijo mayor y tocayo sube al trono en 1953 –mientras Gran Bretaña y Estados Unidos intervienen en Irán, apoyando al sha Mohammed Rizá Pahlaví contra el primer ministro nacionalista Mohammed Mossadegh-, pero lo deponen en 1964 por inepto. Para entonces, la familia real es socia de la American Arab Oil Company (AramCo) y de empresarios tejanos (George W.H.Bush y Richard Cheney entre ellos). Asume Feisal, hermano del ex rey, pero lo asesinan en 1975. El viejo Jalid, otro hermano, reina hasta su fallecimiento, en 1982.

Incapacitado por enfermedad su sucesor, Fahd, Abdallá es regente desde 1995. Ya en 2003, sobreviven cuatro hijos del fundador: Fahd (internado), Abdallá, el ambicioso Sultán y el enigmático Nayef, cuya ventaja es obvia: tiene “apenas” 70 años. Los otros cuentan entre 79 y 82. Pero los lazos familiares abarcan tres nietos menores de 55: Sa’ud (canciller), Turkí (ex jefe del servicio secreto, depuesto en 2001 por sus vínculos con los bin Laden) y Bandar, embajador en Washington y virtual operador por cuenta de departamento de Estado. Máxime ahora, con Abdallá alejándose del entorno presidencial.

El trasfondo político es complicado. Por supuesto, los estados que se asumen como islámicos se rijen por la Shari’á, es decir el Corán, que no diferencia entre derecho canónico y derecho civil. En tanto Irán, único estado shiita, es un poder establecido y ha desarrollado legislación laica, los estados sunníes oscilan entre una interpretación extrema de la Ley (surgida desde el siglo XIII y bastante alejada del Libro), como los saudíes, y cierta flexibilidad. Así ocurre en Omán, la Unión de Emiratos Árabes, Libia o Marruecos. Naturalmente, los gobernantes, lideres y financistas son farisaicos: su vida y sus negocios privados evaden las restricciones islámicas. Esta mezcla de elementos contradictorios explica por qué un régimen teocrático como el saudí ha producido el fenómeno Al Qa’eda, como reacción religiosa a las ostentaciones de la casa reinante y su alianza con Estados Unidos. El propio Osama bin Laden lo dijo.en 1995.

Mientras Estados Unidos esperaba brotes terroristas y guerrilleros en Irak –donde caía su primer virrey, el general (r) Jay Garner- o atentados en Occidente, Al Qa’eda lanzó un triple golpe en Saudiarabia. Esto no sorprendió a gente mejor familiarizada con Levante que Donald Rumsfeld (Defensa) o el propio Pentágono. De hecho, observadores egipcios, turcos, israelíes, alemanes e iraníes temen que Saudirabia sea escenario de la próxima crisis regional.

“Si se inicia una lucha por la sucesión de Fahd, el problema no se arreglará con una intervención militar”, opinan asesores de Hosní Mubárak (El Cairo) y Ariel Sharón (Tel Aviv). Por otra parte, Saudiarabia es una potencia petrolera de primerísima magnitud: produce 7.500.000 barriles diarios de crudos y sus reservas cubicadas suman 261.000 millones (unos 1.650 millones de m3). En teoría, goza de una renta anual por cabeza de US$ 9.500, pero el desempleo alcanza 20% y 65% de la fuerza laboral se compone de extranjeros. No obstante, el síntoma más preocupante aparece en el PBI: fue achicándose de US$ 225.000 millones (1981) a 52.000 millones (2002), o sea casi 77% en 22 años. Lo que no ha cambiado es la distribución del ingreso: 88% va a los ocho mil miembros del clan Sa’ud.

Históricamente, el reino es un “país nuevo”. Fundado en el centro de la península por el jeque Abdul Aziz ibn Sa’ud (1884), recién se convierte en reino en 1932. Ese mismo año, Irak –fabricado por Gran Bretaña en 1920 con tres provincias del ex Imperio Otomano- también se transformada en reino independiente, aunque bajo control inglés. Jefe de la secta wahabita (la más cerril y ortodoxa de la Sunná), Abdul Aziz tuvo 37 hijos legítimos. Lo único que no hizo, luego de conquistar La Meca y Medina (1909/14), fue adoptar el título de califa, abandonado por el último sultán turco unos años antes.

Su hijo mayor y tocayo sube al trono en 1953 –mientras Gran Bretaña y Estados Unidos intervienen en Irán, apoyando al sha Mohammed Rizá Pahlaví contra el primer ministro nacionalista Mohammed Mossadegh-, pero lo deponen en 1964 por inepto. Para entonces, la familia real es socia de la American Arab Oil Company (AramCo) y de empresarios tejanos (George W.H.Bush y Richard Cheney entre ellos). Asume Feisal, hermano del ex rey, pero lo asesinan en 1975. El viejo Jalid, otro hermano, reina hasta su fallecimiento, en 1982.

Incapacitado por enfermedad su sucesor, Fahd, Abdallá es regente desde 1995. Ya en 2003, sobreviven cuatro hijos del fundador: Fahd (internado), Abdallá, el ambicioso Sultán y el enigmático Nayef, cuya ventaja es obvia: tiene “apenas” 70 años. Los otros cuentan entre 79 y 82. Pero los lazos familiares abarcan tres nietos menores de 55: Sa’ud (canciller), Turkí (ex jefe del servicio secreto, depuesto en 2001 por sus vínculos con los bin Laden) y Bandar, embajador en Washington y virtual operador por cuenta de departamento de Estado. Máxime ahora, con Abdallá alejándose del entorno presidencial.

El trasfondo político es complicado. Por supuesto, los estados que se asumen como islámicos se rijen por la Shari’á, es decir el Corán, que no diferencia entre derecho canónico y derecho civil. En tanto Irán, único estado shiita, es un poder establecido y ha desarrollado legislación laica, los estados sunníes oscilan entre una interpretación extrema de la Ley (surgida desde el siglo XIII y bastante alejada del Libro), como los saudíes, y cierta flexibilidad. Así ocurre en Omán, la Unión de Emiratos Árabes, Libia o Marruecos. Naturalmente, los gobernantes, lideres y financistas son farisaicos: su vida y sus negocios privados evaden las restricciones islámicas. Esta mezcla de elementos contradictorios explica por qué un régimen teocrático como el saudí ha producido el fenómeno Al Qa’eda, como reacción religiosa a las ostentaciones de la casa reinante y su alianza con Estados Unidos. El propio Osama bin Laden lo dijo.en 1995.

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