En un libro de reciente aparición titulado American Grand Strategy in the Age of Trump, Hal Brands plantea que éste podría ser el año en que la política de Estados Unidos descarrile totalmente. El autor dice allí que durante 2017 la presidencia de Trump erosionó fuertemente el poder y la influencia de Estados Unidos porque debilitó sostenidamente una serie de cualidades que habían hecho eficaz el arte de gobernar de los estadounidenses.
Se lo vio siempre inclinado a erosionar los tradicionales pilares de la diplomacia norteamericana: la reputación de estabilidad y confiabilidad, el compromiso con un orden mundial en el que todos los países respetuosos de la ley pueden prosperar, la identificación con los valores universales, la imagen de un aliado en el que se puede confiar y de un país comprometido con resolver los problemas más acuciantes del mundo. Pero la errática conducta del presidente y las muchas disputas públicas entre él y su gabinete convirtieron a 2017 en el primer año presidencial más desprolijo que haya conocido el país.
Lo que de todos modos se puede decir de su administración es que hasta ahora ha evitado los más desastrosos resultados que se temían No hubo guerra preventiva contra Norcorea, flirteó con imponer sanciones a Rusia y con volver a la tortura pero la resistencia del Congreso y de la sociedad bloquearon esas y otras muchas ideas. Se retiró del Tratado Transpacífico, pero hasta ahora no ha iniciado guerras comerciales o anulado acuerdos existentes como el NAFTA.
En todos estos temas, el Congreso, actores externos y en algunos casos sus propios asesores impidieron al presidentes llevar adelante sus peores ideas. Con toda la pirotecnia que vio el mundo en su primer año de presidencia, el daño no tuvo grandes dimensiones.
Brands lo dice sin ambages: el primer año fue malo, pero podría haber sido mucho más dañino. La gran pregunta para este 2018 es si las cosas van a mejorar o empeorar.
Hay poderosas razones para pensar que no van a mejorar y que podrían ponerse mucho peor. En primer lugar porque su posición sigue siendo tan errática, volátil y destructiva como siempre. Sus tweets son de temer. En diciembre publicó uno que la revista The Atlantic calificó como el más insensato de la historia, en el que reforzaba su aparente intención de mostrar a Washington más imprudente que Pyongyang. “Trump no va a evolucionar nunca, eso ya lo hemos aprendido: es lo que siempre pareció”, dice Brandse.
En segundo lugar, si la calidad del debate político es una señal de la calidad de la política, hay razones para preocuparse. Su ignorancia política y económica en los temas fundamentales está bajando el nivel de la discusión dentro de la administración y alentando un uso de prácticas poco ortodoxas que puede tener resultados ipredecibles.
En tercer lugar, su predilección por el lenguaje duro y patear los temas más difíciles para adelante han creado una serie de bombas de tiempo para la administración que podrían estallar en 2018. Deberá decidir cómo seguir con Irán si no hay avances con el acuerdo nuclear. La renegociación del NAFTA va a ser difícil porque ni Canadá ni México aceptan las exigencias de la administración y, lo más serio de todo, este será el año en que se definirá si Norcorea posee la capacidad balística para enviar armas nucleares a Estados Unidos. En todos estos temas el propio discurso de Trump lo ha entrampado en una escalada que puede terminar en humillación: ha hecho grandes promesas que le será muy difíciles de cumplir.
Es muy posible que pronto tenga que elegir entre dar marcha atrás y reducir las confrontaciones con los amigos y enemigos que se supo conquistar.