Rusia: el régimen de Putin es fatal para sus críticos
La secuela de homicidios que afecta a la prensa es impresionante. Desde 1996 cuando Vladyímir Putin asumió el poder- hasta la actualidad, fueron asesinados veintiséis periodistas. Casi todos, por criminales profesionales.
Ahora, parece que el ritmo aumenta también en perjuicio de funcionarios. Tras el homicidio de Anna Polikóvskaya, que –como en el resto de los casos- el gobierno prometió investigar seriamente, acuchillaron a Anatoly Vorin, analista económico de la agencia Itar-Tass, en su propia habitación.
El 13 de septiembre, acribillaron en plena calle a Andryéi Koslov, vicepresidente del banco central, cuyo celo contra el lavado masivo de fondos y los bancos involucrados molestaba muy cerca del Kremlin. Tampoco de ese crimen salió bien parada la imagen de Putin: ni siquiera le dio le pésame a la familia.
“Por lo visto –señala el columnista italiano Piero Ostellino-, en la Rusia postsoviética, como temía Karl Marx hablando del capitalismo, las relaciones sociales ceden ante la brutalidad del sistema”. Por otra parte, el uso del crimen como herramienta desmiente postulados del siglo XIX, según los cuales la democracia y las instituciones liberales eran producto natural del capitalismo moderno (Stuart Mill, Bentham, etc.).
Por el contrario, la Rusia actual “confirma un principio teórico y un hecho empírico. Aquél prescribe que no es posible pasar de un sistema totalitario de planificación centralizada a una democracia de mercado, sin instrumentos jurídicos aptos que limiten al poder. El dato empírico es que, sin un sistema de pesos y contrapesos, priman en ese país tendencias históricas a la autocracia y a una sociedad sin normas claras.
Curiosamente, Occidental saludó la “conversión rusa a la economía de mercado”, sin prestar atención a los excesos del régimen, la corrupción sistémica ni la violencia política. Como sucede en China y ha ocurrido en parte del ex Tercer mundo, países petroleros inclusive, los intereses del mercado no tienen mucho que ver con la democracia. Algo similar comienza verse en Estados Unidos, donde el presidente saluda una ley que autoriza torturar presos políticos.
Ahora, parece que el ritmo aumenta también en perjuicio de funcionarios. Tras el homicidio de Anna Polikóvskaya, que –como en el resto de los casos- el gobierno prometió investigar seriamente, acuchillaron a Anatoly Vorin, analista económico de la agencia Itar-Tass, en su propia habitación.
El 13 de septiembre, acribillaron en plena calle a Andryéi Koslov, vicepresidente del banco central, cuyo celo contra el lavado masivo de fondos y los bancos involucrados molestaba muy cerca del Kremlin. Tampoco de ese crimen salió bien parada la imagen de Putin: ni siquiera le dio le pésame a la familia.
“Por lo visto –señala el columnista italiano Piero Ostellino-, en la Rusia postsoviética, como temía Karl Marx hablando del capitalismo, las relaciones sociales ceden ante la brutalidad del sistema”. Por otra parte, el uso del crimen como herramienta desmiente postulados del siglo XIX, según los cuales la democracia y las instituciones liberales eran producto natural del capitalismo moderno (Stuart Mill, Bentham, etc.).
Por el contrario, la Rusia actual “confirma un principio teórico y un hecho empírico. Aquél prescribe que no es posible pasar de un sistema totalitario de planificación centralizada a una democracia de mercado, sin instrumentos jurídicos aptos que limiten al poder. El dato empírico es que, sin un sistema de pesos y contrapesos, priman en ese país tendencias históricas a la autocracia y a una sociedad sin normas claras.
Curiosamente, Occidental saludó la “conversión rusa a la economía de mercado”, sin prestar atención a los excesos del régimen, la corrupción sistémica ni la violencia política. Como sucede en China y ha ocurrido en parte del ex Tercer mundo, países petroleros inclusive, los intereses del mercado no tienen mucho que ver con la democracia. Algo similar comienza verse en Estados Unidos, donde el presidente saluda una ley que autoriza torturar presos políticos.
