Rusia ataca a Estonia en el ciberespacio y la OTAN reacciona

Molesto porque la pequeña república báltica retiró una estatua dedicada al soldado soviético de la II guerra, Moscú lanzó a principios de mayo una ofensiva en Internet. Se bloquearon sitios oficiales, educativos, financieros y de medios.

22 mayo, 2007

Tratándose de un régimen poco afecto a las sutilezas, esta “guerra virtual” es imaginativa. Por supuesto, el gobierno de Vladyímir Putin la niega, pero analistas suecos, fineses y polacos sospechan que la lleva a cabo un equipo de “hackers” allegado a la inteligencia moscovita. Según las malas lenguas, opera desde Transdñestria, un estado ilegal entre Ucrania y Moldavia -sólo lo reconocen Rusia y Bielorrusia-, que concentra poderosas mafias internacionales.

Pero, la semana pasada, Tallinn llevó el asunto a la OTAN, invocando el artículo quinto de la carta. Lo apoya Finlandia, país con el cual Estonia tiene fuertes lazos étnicos y lingüísticos. En cuanto a la enorme estatua de bronce, las hay o las había similares en todas las capitales del ex bloque soviético. En general, fueron retiradas o puestas en lugares menos visibles.

El caso estonio se complica por dos razones. Una es local: 20% de la población habla ruso. Letonia, justo al sur, tiene 40% de rusos étnicos y, por tanto, no ha tocado la famosa estatua. Si la tercera república báltica, Lituania, sacó las suyas de Kaunas y Vilnius es porque tiene el respaldo de Polonia, su secular aliada.

El otro motivo es más inquietante: las relaciones entre Moscú y la OTAN pasan por un momento tenso, pues Estados Unidos intenta tender un escudo nuclear sobre las fronteras occidentales de Rusia, Bielorrusia y Ucrania, con el pretexto de un ”peligro iraní”. Alemania, Polonia y Lituania secundan la idea, razón por la cual Condoleezza Rice y Angela Merkel han chocado estos días con Putin. Curiosamente, Finlandia, Estonia y Letonia ven con preocupación el proyecto.

Tratándose de un régimen poco afecto a las sutilezas, esta “guerra virtual” es imaginativa. Por supuesto, el gobierno de Vladyímir Putin la niega, pero analistas suecos, fineses y polacos sospechan que la lleva a cabo un equipo de “hackers” allegado a la inteligencia moscovita. Según las malas lenguas, opera desde Transdñestria, un estado ilegal entre Ucrania y Moldavia -sólo lo reconocen Rusia y Bielorrusia-, que concentra poderosas mafias internacionales.

Pero, la semana pasada, Tallinn llevó el asunto a la OTAN, invocando el artículo quinto de la carta. Lo apoya Finlandia, país con el cual Estonia tiene fuertes lazos étnicos y lingüísticos. En cuanto a la enorme estatua de bronce, las hay o las había similares en todas las capitales del ex bloque soviético. En general, fueron retiradas o puestas en lugares menos visibles.

El caso estonio se complica por dos razones. Una es local: 20% de la población habla ruso. Letonia, justo al sur, tiene 40% de rusos étnicos y, por tanto, no ha tocado la famosa estatua. Si la tercera república báltica, Lituania, sacó las suyas de Kaunas y Vilnius es porque tiene el respaldo de Polonia, su secular aliada.

El otro motivo es más inquietante: las relaciones entre Moscú y la OTAN pasan por un momento tenso, pues Estados Unidos intenta tender un escudo nuclear sobre las fronteras occidentales de Rusia, Bielorrusia y Ucrania, con el pretexto de un ”peligro iraní”. Alemania, Polonia y Lituania secundan la idea, razón por la cual Condoleezza Rice y Angela Merkel han chocado estos días con Putin. Curiosamente, Finlandia, Estonia y Letonia ven con preocupación el proyecto.

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