jueves, 26 de diciembre de 2024

Rusia afronta al Islam con estilo y recursos soviéticos

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La policía de Karáchevo-Cherkésiya –una “república” norcaucásica- tiene listas secretas de personas bajo vigilancia, al estilo soviético. No son delincuentes, sino musulmanes que practican la religión fuera de la mezquita.

Ovod Goláyev (36 años) esta en la nómina. Vive en Karacháyevsk, donde trabaja en turismo de montaña. Lleva pelo y barba crecidos, reza cinco veces al día y ayuna en Ramadán, cosa poco usual en la zona. Durante octubre, lo detuvieron cuatro veces, dos en un mismo día.

“Para nostros, el Islam se opone a la violencia. Pero –advertía el creyente- el maltrato y las humillaciones pueden llevarnos a extremos”. Extraña paradoja, pues el nombre de la religión está etimológicamente asociado a “sala’am”, paz. “Alguna vez se les irá la mano y, entonces, ocurrirán cosas desagradables” (quizás Ovod pensaba en la no distante Chechenia).

Irónicamente, en las “repúblicas” autónomas del Cáucaso y, por lo común, en toda Rusia, el Islam avanza. También su ala militante –afín a las que generan tensiones en Europa occidental-, empleada por Moscú como pretexto para acosar al colecitvo musulmán que, esas regiones, no es árabe, moro ni africano. Más bien, está lingüísticamente emparentado con turcos, al oeste, y mongoles al este.

A diferencia de Occidente, donde los crecientes problemas islámicos se encaran en sociedades democráticas y abiertas, en Rusia la mera presencia de creyentes “sovietiza” a la autoridad local. El “departamento espiritual musulmán” (Moscú) es, en realidad, una oficina de espionaje. Hay una explicación: históricamente, los rusos no se han carecterizado por las libertades religiosas. Hasta 1917, la intolerante iglesia ortodoxa era instrumento de los tsares. Después, lo fue de los soviéticos.

El caso del “departamento espitiritual” es un poco absurdo. Como la vieja burocracia soviética era, en varios sentidos, heredera del régimen tsarista, la idea rusa de religión se asocia a estructuras orgánicas y jerarquías rígidas. Eso vale en el cristianismo romano y oriental, pero no entre protestantes, judíos ni –mucho menos- musulmanes.

Hay otra diferencia: los musulmanes de Rusia no son inmigrante ni gente de afuera, sino indígenas islamizados entre los siglos IX y XV de la era común. “Son ciudadanos rusos y no han tenido otra patria”, admitió en agoso el propio Vladyímir Putin, en una reunión con el rey Abdul-lá de Jordania (éste le había reclamado trato igualitario para los musulmanes).

La cuestión rusa cala más hondo de lo que parece. Las tensiones en torno del Islam no hacen tanto a la integración de sus creyentes, sino a la propia inmtegridad del país. Verbigracia, la guerra separatista en Chechenia recién empezó a “islamizarse” a diez años de iniciada y debido a la extrama crueldad de los rusos. Ahora, el “renacimiento musulmán” se extiende por todo el Cáucaso, donde es una forma de afrontar corrupción, brutalidad y pobreza. En la Europa medieval, ese papel trataron de cumplirlo presuntos herejes (bogomiles, cátaros) y el sector “izquierdista” de los franciscanos, los “poveretti”.

Casi sin enterarse el resto del mundo, el 13 de octubre hubo un levantamiento popular en Kabardino-Balkáriya, Siberia oriental. ¿Qué habia pasado? Sencillamente, que la policía se había puesto a cortarles pelo y barba a los musulmanes y les arrancaba chales a las mujeres. En dos días, hubo 140 muertos, en un territorio que, tras las purgas estalinistas, se usó para desarraigar judíos.

Sin duda, hay un peligroso brote de separatismo musulmán, encabezado por Shamil Basáyev, líder terrorista checheno que se atribuye masacres como la de Byeslán, septiembre de 2004. Según el insurrecto, la idea es “establecer un califato secesionista en el Cáucaso”, lo cual demuestra -en todo caso- la escasa versación de Basáyev en historia islámica.

Naturalmente, ese delirio no cuenta con apoyo popular en la mayoría de las “repúblicas” de población musulmana. En realidad, los activistas locales no toman ejemplo de Chechenia. Pero, igualmente, su objetivo es la extrema dureza de las autoridades ante cualquiera que cuestione o critique a Moscú.

Paradójicamente, los musulmanes rusos nunca han tenido tantas libertades civiles como hoy. El colapso soviético y el fin de las restricciones a casi todos los credos –el católico romano aún las sufre- generaron, precisamente, el renacimiento iniciado en 1991. El Islam está reconocido en pie de igualdad con la cristiandad ortodoxa, el judaísmo y el budismo.

Es más: Rusia ha solicitado ingresar a la Organización de Estados Islámicoa, arguyendo contar con catorce a veintirés millones de creyentes y varias “repúblicas” de mayoría musulmana. Será difícil que la acepten, en tanto continúe lo de Chechenia o bandas de jóvenes rusos ataquen mezquitas y creyentes en Moscú, Kazán, etc. “Cada vez hay menos lugar en este país para nosotros”, proclamaba hace dos semanas el respetado Consejo de Muftíes.

Ovod Goláyev (36 años) esta en la nómina. Vive en Karacháyevsk, donde trabaja en turismo de montaña. Lleva pelo y barba crecidos, reza cinco veces al día y ayuna en Ramadán, cosa poco usual en la zona. Durante octubre, lo detuvieron cuatro veces, dos en un mismo día.

“Para nostros, el Islam se opone a la violencia. Pero –advertía el creyente- el maltrato y las humillaciones pueden llevarnos a extremos”. Extraña paradoja, pues el nombre de la religión está etimológicamente asociado a “sala’am”, paz. “Alguna vez se les irá la mano y, entonces, ocurrirán cosas desagradables” (quizás Ovod pensaba en la no distante Chechenia).

Irónicamente, en las “repúblicas” autónomas del Cáucaso y, por lo común, en toda Rusia, el Islam avanza. También su ala militante –afín a las que generan tensiones en Europa occidental-, empleada por Moscú como pretexto para acosar al colecitvo musulmán que, esas regiones, no es árabe, moro ni africano. Más bien, está lingüísticamente emparentado con turcos, al oeste, y mongoles al este.

A diferencia de Occidente, donde los crecientes problemas islámicos se encaran en sociedades democráticas y abiertas, en Rusia la mera presencia de creyentes “sovietiza” a la autoridad local. El “departamento espiritual musulmán” (Moscú) es, en realidad, una oficina de espionaje. Hay una explicación: históricamente, los rusos no se han carecterizado por las libertades religiosas. Hasta 1917, la intolerante iglesia ortodoxa era instrumento de los tsares. Después, lo fue de los soviéticos.

El caso del “departamento espitiritual” es un poco absurdo. Como la vieja burocracia soviética era, en varios sentidos, heredera del régimen tsarista, la idea rusa de religión se asocia a estructuras orgánicas y jerarquías rígidas. Eso vale en el cristianismo romano y oriental, pero no entre protestantes, judíos ni –mucho menos- musulmanes.

Hay otra diferencia: los musulmanes de Rusia no son inmigrante ni gente de afuera, sino indígenas islamizados entre los siglos IX y XV de la era común. “Son ciudadanos rusos y no han tenido otra patria”, admitió en agoso el propio Vladyímir Putin, en una reunión con el rey Abdul-lá de Jordania (éste le había reclamado trato igualitario para los musulmanes).

La cuestión rusa cala más hondo de lo que parece. Las tensiones en torno del Islam no hacen tanto a la integración de sus creyentes, sino a la propia inmtegridad del país. Verbigracia, la guerra separatista en Chechenia recién empezó a “islamizarse” a diez años de iniciada y debido a la extrama crueldad de los rusos. Ahora, el “renacimiento musulmán” se extiende por todo el Cáucaso, donde es una forma de afrontar corrupción, brutalidad y pobreza. En la Europa medieval, ese papel trataron de cumplirlo presuntos herejes (bogomiles, cátaros) y el sector “izquierdista” de los franciscanos, los “poveretti”.

Casi sin enterarse el resto del mundo, el 13 de octubre hubo un levantamiento popular en Kabardino-Balkáriya, Siberia oriental. ¿Qué habia pasado? Sencillamente, que la policía se había puesto a cortarles pelo y barba a los musulmanes y les arrancaba chales a las mujeres. En dos días, hubo 140 muertos, en un territorio que, tras las purgas estalinistas, se usó para desarraigar judíos.

Sin duda, hay un peligroso brote de separatismo musulmán, encabezado por Shamil Basáyev, líder terrorista checheno que se atribuye masacres como la de Byeslán, septiembre de 2004. Según el insurrecto, la idea es “establecer un califato secesionista en el Cáucaso”, lo cual demuestra -en todo caso- la escasa versación de Basáyev en historia islámica.

Naturalmente, ese delirio no cuenta con apoyo popular en la mayoría de las “repúblicas” de población musulmana. En realidad, los activistas locales no toman ejemplo de Chechenia. Pero, igualmente, su objetivo es la extrema dureza de las autoridades ante cualquiera que cuestione o critique a Moscú.

Paradójicamente, los musulmanes rusos nunca han tenido tantas libertades civiles como hoy. El colapso soviético y el fin de las restricciones a casi todos los credos –el católico romano aún las sufre- generaron, precisamente, el renacimiento iniciado en 1991. El Islam está reconocido en pie de igualdad con la cristiandad ortodoxa, el judaísmo y el budismo.

Es más: Rusia ha solicitado ingresar a la Organización de Estados Islámicoa, arguyendo contar con catorce a veintirés millones de creyentes y varias “repúblicas” de mayoría musulmana. Será difícil que la acepten, en tanto continúe lo de Chechenia o bandas de jóvenes rusos ataquen mezquitas y creyentes en Moscú, Kazán, etc. “Cada vez hay menos lugar en este país para nosotros”, proclamaba hace dos semanas el respetado Consejo de Muftíes.

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