Rubin: manifiesto electoral por un capitalismo democrático

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El secretario de Hacienda bajo William J.Clinton actualizó “un alegato por la clase media y contra la proliferación de la pobreza”. En realidad, lo subscribieron meses atrás políticos, economistas, analistas y ejecutivos del sector privado.

El cerebro del “milagro económico” de los años 90, que George W.Bush hundió en una maraña de déficit, enormes gastos bélicos y US$ 2,45 billones en rebajas tributarias para grandes compañías, especuladores bursátiles y rentistas millonarios, propone un desafío a la hoy decadente “bushonomía”. El esquema se conoce formalmente como “proyecto Alexander Hamilton” y lo coordina Peter Orszag (Institución Brookings).

Forman parte del equipo otros epígonos de la era Clinton. Entre ellos, Robert Altman (ex subsecretario de Hacienda) y Laura Tyson, jefa de gabinete en la Casa Blanca de entonces. El objeto último del proyecto, señala Altman, “es transformarse en plataforma electoral de los nuevos demócratas. En otras palabras, buscamos conformar un centroizquierda moderado, similar al del italiano Romano Prodi, con vistas a la campaña electoral”.

Resulta curioso que Rubin todavía integre el comité ejecutivo de Citigroup, una banca conocida no justamente por su sensibilidad sociopolítica, aunque sí por el apoyo a Bush y su sector del partido Republicano. Por el contrario, el programa renovador “marca un decurso económico diametralmente opuesto al del actual régimen. Este gobierno –subraya el ex funcionario- ha exacerbado desigualdades en favor de los más ricos y los menos proclives a reinvertir en la economía real o la sociedad”.

En verdad, el producto bruto interno promedió apenas 3% de expansión en el trienio 2003-5, contra 4,7% bajo Clinton. Con bastantes tropiezos, la tasa de desocupación urbana, que los demócratas dejaron en 4,2% (2000), ha ido cediendo de 6,2% en 2002 a 4,6% en junio de 2007, para rebotar a un inesperado 4,8% en agosto. En el frente fiscal, se pasó de US$ 236.000 millones de superávit (ejercicio 1999/2000) a un déficit nominal sin precedentes, US$ 477.000 millones, equivalentes a 4,2% del PBI. Entretanto, el déficit de pagos externos en cuenta corriente alcanzaba 6,1% del mismo parámetro.

Otra clave del programa Hamilton es “un crecimiento más pronunciado y sostenible, a fin de ampliar la base de contribuyentes. Sólo así será factible mejorar la redistribución de la riqueza en una economía con nueve millones de millonarios y 43 millones de personas bajo el nivel de pobreza”. Al respecto, Rubin revela que, desde 2002, el promedio salarial ha disminuido, en vez de aumentar acompañando al PBI (a eso Alan Greenspan lo llamaba “aumento de productividad”). Por tanto, “el consumo y el gasto de las personas siguen financiándose con endeudamiento interno y externo, en este caso vía letras de Tesorería en poder de entidades e inversores del exterior”.

Para los republicanos y, más aun, los tejanos, el epónimo de la nueva propuesta demócrata es casi una cachetada. Alexander Hamilton es cara conocida (asoma en el billete de diez dólares) y adalid del pensamiento económico cuyo nivel, en Argentina, alcanzaron sólo Carlos Pellegrini o Raúl Prébisch. Inspirador del sistema presidencialista federal, fue primer secretario de Hacienda, introdujo el crédito público, creó el primer banco nacional y enfrentó el mercantilismo de Thomas Jefferson.

El cerebro del “milagro económico” de los años 90, que George W.Bush hundió en una maraña de déficit, enormes gastos bélicos y US$ 2,45 billones en rebajas tributarias para grandes compañías, especuladores bursátiles y rentistas millonarios, propone un desafío a la hoy decadente “bushonomía”. El esquema se conoce formalmente como “proyecto Alexander Hamilton” y lo coordina Peter Orszag (Institución Brookings).

Forman parte del equipo otros epígonos de la era Clinton. Entre ellos, Robert Altman (ex subsecretario de Hacienda) y Laura Tyson, jefa de gabinete en la Casa Blanca de entonces. El objeto último del proyecto, señala Altman, “es transformarse en plataforma electoral de los nuevos demócratas. En otras palabras, buscamos conformar un centroizquierda moderado, similar al del italiano Romano Prodi, con vistas a la campaña electoral”.

Resulta curioso que Rubin todavía integre el comité ejecutivo de Citigroup, una banca conocida no justamente por su sensibilidad sociopolítica, aunque sí por el apoyo a Bush y su sector del partido Republicano. Por el contrario, el programa renovador “marca un decurso económico diametralmente opuesto al del actual régimen. Este gobierno –subraya el ex funcionario- ha exacerbado desigualdades en favor de los más ricos y los menos proclives a reinvertir en la economía real o la sociedad”.

En verdad, el producto bruto interno promedió apenas 3% de expansión en el trienio 2003-5, contra 4,7% bajo Clinton. Con bastantes tropiezos, la tasa de desocupación urbana, que los demócratas dejaron en 4,2% (2000), ha ido cediendo de 6,2% en 2002 a 4,6% en junio de 2007, para rebotar a un inesperado 4,8% en agosto. En el frente fiscal, se pasó de US$ 236.000 millones de superávit (ejercicio 1999/2000) a un déficit nominal sin precedentes, US$ 477.000 millones, equivalentes a 4,2% del PBI. Entretanto, el déficit de pagos externos en cuenta corriente alcanzaba 6,1% del mismo parámetro.

Otra clave del programa Hamilton es “un crecimiento más pronunciado y sostenible, a fin de ampliar la base de contribuyentes. Sólo así será factible mejorar la redistribución de la riqueza en una economía con nueve millones de millonarios y 43 millones de personas bajo el nivel de pobreza”. Al respecto, Rubin revela que, desde 2002, el promedio salarial ha disminuido, en vez de aumentar acompañando al PBI (a eso Alan Greenspan lo llamaba “aumento de productividad”). Por tanto, “el consumo y el gasto de las personas siguen financiándose con endeudamiento interno y externo, en este caso vía letras de Tesorería en poder de entidades e inversores del exterior”.

Para los republicanos y, más aun, los tejanos, el epónimo de la nueva propuesta demócrata es casi una cachetada. Alexander Hamilton es cara conocida (asoma en el billete de diez dólares) y adalid del pensamiento económico cuyo nivel, en Argentina, alcanzaron sólo Carlos Pellegrini o Raúl Prébisch. Inspirador del sistema presidencialista federal, fue primer secretario de Hacienda, introdujo el crédito público, creó el primer banco nacional y enfrentó el mercantilismo de Thomas Jefferson.

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