En la semana anterior, el presidente del ente monetario, Mario Draghi, resistió la presión del Fondo Monetario Internacional (FMI) para que bajara la tasa de interés pero, a pesar de ello, aseguró que el BCE está preparado para adoptar “instrumentos no convencionales” para evitar la deflación.
Con una tasa de inflación de apenas 0,5%, la más baja en cuatro años, la Eurozona se acerca peligrosamente a una pendiente deflacionista que está siendo impulsada desde 2008 por la política de austeridad y de reducción salarial impuesta por Alemania.
Superada, al menos provisionalmente, la inminente quiebra bancaria de hace dos años, los gobiernos de la Eurozona llevan adelante una brutal reducción de costos, con los salarios en primer lugar, que ha dado como resultado un fuerte superávit de cuenta corriente.
El giro en la política fiscal y de ingresos en la periferia europea golpeada por la crisis de la deuda (España, Portugal, Italia, Grecia e Irlanda) tuvo hasta el momento dos consecuencias fundamentales: aumento de la competitividad externa y crisis interna.
Por un lado, el hasta hace tres años déficitario comercio exterior muestra ahora un superávit gigantesco y esto se refleja en una cuenta corriente positiva del 3% con relación al PBI, lo que forzosamente se refleja en el fortalecimiento del euro, de un 15% en los últimos dos años frente al dólar.
La moneda única, que en el verano (boreal) de 2012 cotizaba a 1,20 dólares, rozó en las últimas semanas los 1,40, desatando todas las alarmas de quienes ven en ese nivel un peligro para la competitividad de las exportaciones y, sobre todo, un empuje hacia la deflación.
De hecho, el objetivo del BCE de una tasa de inflación de alrededor del 2% anual está muy lejos de poder alcanzarse ya que, por el contrario, la reducción del costo de las importaciones, juntamente con la pérdida de valor del salario, empujan los precios a la baja.
El IPC sigue cayendo en varios países de la periferia, sobre todo en los más golpeados por la caída de sus PBI como Grecia y Chipre, pero también en España donde los precios minoristas descendieron un 0,2% interanual en marzo.
Así, la mejoría de las balanzas comercial y corriente por el recorte de salarios y costos, y el efecto bajista de los precios a través de unas importaciones realizadas con moneda fuerte, tiene como contrapartida negativa el descenso del consumo y la demanda (privadas y de los Estados por la política de austeridad fiscal).
Sin embargo, los impulsores de la política actualmente en boga, fundamentalmente Alemania, elogian los efectos de estas políticas al sostener que fueron las que sirvieron para que la economía germana saliera de la crisis que atravesó en los primeros años de este siglo.
Y consideran que los hechos les dan la razón si se tiene en cuenta que la Eurozona ha entrado en recuperación desde el segundo trimestre del año pasado cuando creció un 0,3%, a una tasa anualizada del 1,3%.
Sin embargo, ni siquiera estas exiguas cifras de reactivación han logrado mantenerse, ya que en el tercer trimestre de 2013 ese aumento del PBI se redujo al 0,1% y se movió al 0,2% en el último.
En este contexto, sorprende, al menos a primera vista, el cambio de postura de Berlín en lo que hace a la política del BCE y cuya primera señal fue dada hace 10 días por el presidente del Bundesbank, Jens Weidmann.
En un giro inesperado, Weidmann declaró que “en general, no está excluido” que el BCE pueda adoptar una política de mayor emisión monetaria como la del “quantitative easing” que lleva adelante la Reserva Federal (Fed) estadounidense.
No otra cosa fue lo que ratificó el pasado jueves el propio Draghi, al asegurar que los 24 miembros del Consejo del BCE tienen una opinión unánime de que puede ser necesario orientarse hacia una política que hace pocas semanas era tabú para los alemanes, quienes no dudaban en vetar públicamente cualquier viraje.
Para intentar captar las razones últimas de este cambio de frente habría que detenerse y observar dos cuestiones centrales del escenario económico: de un lado, el carácter absolutamente precario de la reactivación y, del otro, la altísima tasa de desempleo y la crisis social en grandes los países europeos.
A las cifras endebles de la recuperación ya mencionadas, debe recordarse que en febrero la tasa de desempleo de la Eurozona era del 11,9%, prácticamente igual a registrada en su pico del 12% a lo largo de la mayor parte del año pasado.
Pero la búsqueda de que eventuales medidas de flexibilización monetaria del BCE debiliten aún más el euro, que esta semana cayó a 1,37 dólares, es cuestionada por economistas que no creen que debilitando la moneda única se resuelvan los desequilibrios generados por la austeridad que conducen a la deflación y el estancamiento.
Pero Draghi delineó algunas de las posibles formas de intervención al estilo de la “quantitative easing” (QE3) de Estados Unidos y del Banco de Japon (BoJ), lo cual indica una decisión del BCE.
Draghi consideró que existen diferencias en el efecto que estos estímulos pueden tener en las diferentes regiones porque: si la Fed compra activos o deuda se produce un efecto directo en el crédito a través del mercado de capital, pero en la zona del euro el efecto se produce a través de los bancos.
El presidente del BCE explicó que el Consejo de Gobierno discutió también otras medidas como reducir las tasas de interés de depósitos, operaciones de liquidez a largo plazo con y sin condiciones, extender en el tiempo las subastas semanales con un procedimiento de tipo de interés fijo y adjudicación plena y finalizar el drenaje de la liquidez del programa de compra de deuda soberana en el mercado secundario.