Retracción regional comenzó antes de los ataques a EE.UU

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Puntos críticos: deuda argentina y guerra en Colombia. Entre las grandes economías, Argentina continuará en recesión, mientras México y Perú probablemente no crezcan nada.

América Latina ya avanzaba hacia una substancial retracción en el crecimiento mucho antes de los ataques del 11 de sepptiembre en EE.UU, aun antes de ponerse de manifiesto toda la magnitud de la desaceleración económica en ese país. La última serie de pronósticos, hechos por las organizaciones internacionales y economistas del sector privado sugieren que el crecimiento de la región será menor de 2%, y es probable que sea aun considerablemente menor.

La gran pregunta es si la reestructuración de la deuda de Argentina, que ya fue descrita como ‘incumplimiento selectivo’ (selective default), tendrá el efecto de ‘contagio’ en las economías vecinas.

No hay buena razón para que ocurra esto: una de las causas por la que Argentina terminó arrinconada es que carece de una política flexible como la de sus vecinos Brasil y Chile. Vale destacar que el ‘contagio’, que fue fuerte en la Crisis del Tequila de 1994-95, no tuvo el impacto anticipado cuando las crisis de Asia y Rusia de finales de los ’90.

La posibilidad de incumplimiento de Argentina (o reestructurar para evitarlo, o una gran devaluación) ya circulaba por lo menos desde fines de 2000.

Aunque en la actualidad, los mercados financieros no tratan por igual a todos: en Argentina, el costo de los préstamos subió astronómicamente, pero en otros países de América Latina lo hizo con moderación -y discutiblemente por razones diferentes al del espectro de la crisis de Argentina.

El agravamiento de la crisis económica no fue acompañado por un empeoramiento visible del clima político, aunque dañó aún más la situación del desempleo y pospuso las esperanzas de alivio en el frente de la pobreza. Fuertes expresiones de disgusto social tuvieron lugar en países donde ya se habían vuelto hechos semi-permanentes, como en Ecuador y Bolivia.

Esto sacó a la luz lo inadecuado de sus sistemas políticos como canales para las exigencias populares, pero hay que señalar que se desarrollaron mecanismos para desviar estos estallidos de malestar social antes de convertirse en ruptura terminal.

El último año no hubo signos de serios riesgos que los militares se sintieran compelidos a volver a la arena política.

Un fenómeno similar mantuvo los sistemas políticos de la región en una situación de flujo benigno. Operando casi como la ‘mano oculta del mercado’, los electores tendieron a evitar que los gobiernos tengan manos libres, dispersando el poder a punto tal que la mayoría de los países están gobernados por coaliciones, que podrían desintegrarse por razones diversas o reestructurarse en sí mismas.

Esto no es nuevo: lo que puede verse es que ese patrón no muestra signos de cambio (excepto quizá en Venezuela, un caso que muchos observan con aprensión considerable). El reverso de la moneda de los gobiernos de coalición es que los programas de ‘reforma económica’, que prefieren los prestatarios internacionales, son más difíciles de ser aprobados a través de canales legislativos normales; con creciente frecuencia los gobiernos invocan situaciones de ‘emergencia’ para exigir poderes extraordinarios. Si se consideran todos estos factores juntos, lo que sugieren es que mientras las perspectivas de graves disturbios a corto plazo, son menores, los mecanismos que se utilizan para hacerles frente no son suficiente garantía de una estabilidad política a largo plazo.

Dos países de la región surgen por encima del resto, como los de más precario balance político: Paraguay y Haití.

Hace un año, la única situación de alto riesgo en la región fue la perspectiva que el conflicto interno de Colombia, escalada por medio del Plan Colombia, apoyado por EU, podría desbordarse a los países vecinos. En todo caso, el riesgo potencial fue incrementado luego de los ataques del 11 de septiembre en EU, que parecen conducir a un endurecimiento de la posición de Washington con respecto a la guerra en Colombia.

© Latin American Newsletters

América Latina ya avanzaba hacia una substancial retracción en el crecimiento mucho antes de los ataques del 11 de sepptiembre en EE.UU, aun antes de ponerse de manifiesto toda la magnitud de la desaceleración económica en ese país. La última serie de pronósticos, hechos por las organizaciones internacionales y economistas del sector privado sugieren que el crecimiento de la región será menor de 2%, y es probable que sea aun considerablemente menor.

La gran pregunta es si la reestructuración de la deuda de Argentina, que ya fue descrita como ‘incumplimiento selectivo’ (selective default), tendrá el efecto de ‘contagio’ en las economías vecinas.

No hay buena razón para que ocurra esto: una de las causas por la que Argentina terminó arrinconada es que carece de una política flexible como la de sus vecinos Brasil y Chile. Vale destacar que el ‘contagio’, que fue fuerte en la Crisis del Tequila de 1994-95, no tuvo el impacto anticipado cuando las crisis de Asia y Rusia de finales de los ’90.

La posibilidad de incumplimiento de Argentina (o reestructurar para evitarlo, o una gran devaluación) ya circulaba por lo menos desde fines de 2000.

Aunque en la actualidad, los mercados financieros no tratan por igual a todos: en Argentina, el costo de los préstamos subió astronómicamente, pero en otros países de América Latina lo hizo con moderación -y discutiblemente por razones diferentes al del espectro de la crisis de Argentina.

El agravamiento de la crisis económica no fue acompañado por un empeoramiento visible del clima político, aunque dañó aún más la situación del desempleo y pospuso las esperanzas de alivio en el frente de la pobreza. Fuertes expresiones de disgusto social tuvieron lugar en países donde ya se habían vuelto hechos semi-permanentes, como en Ecuador y Bolivia.

Esto sacó a la luz lo inadecuado de sus sistemas políticos como canales para las exigencias populares, pero hay que señalar que se desarrollaron mecanismos para desviar estos estallidos de malestar social antes de convertirse en ruptura terminal.

El último año no hubo signos de serios riesgos que los militares se sintieran compelidos a volver a la arena política.

Un fenómeno similar mantuvo los sistemas políticos de la región en una situación de flujo benigno. Operando casi como la ‘mano oculta del mercado’, los electores tendieron a evitar que los gobiernos tengan manos libres, dispersando el poder a punto tal que la mayoría de los países están gobernados por coaliciones, que podrían desintegrarse por razones diversas o reestructurarse en sí mismas.

Esto no es nuevo: lo que puede verse es que ese patrón no muestra signos de cambio (excepto quizá en Venezuela, un caso que muchos observan con aprensión considerable). El reverso de la moneda de los gobiernos de coalición es que los programas de ‘reforma económica’, que prefieren los prestatarios internacionales, son más difíciles de ser aprobados a través de canales legislativos normales; con creciente frecuencia los gobiernos invocan situaciones de ‘emergencia’ para exigir poderes extraordinarios. Si se consideran todos estos factores juntos, lo que sugieren es que mientras las perspectivas de graves disturbios a corto plazo, son menores, los mecanismos que se utilizan para hacerles frente no son suficiente garantía de una estabilidad política a largo plazo.

Dos países de la región surgen por encima del resto, como los de más precario balance político: Paraguay y Haití.

Hace un año, la única situación de alto riesgo en la región fue la perspectiva que el conflicto interno de Colombia, escalada por medio del Plan Colombia, apoyado por EU, podría desbordarse a los países vecinos. En todo caso, el riesgo potencial fue incrementado luego de los ataques del 11 de septiembre en EU, que parecen conducir a un endurecimiento de la posición de Washington con respecto a la guerra en Colombia.

© Latin American Newsletters

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