Reducir pobreza fomentando migración, no ya sólo comercio

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Algunos analistas sospechan que el libre comercio se halla agotado como factor para generar riqueza en países periféricos o en desarrollo. En el futuro, la clave del problema radicará en corrientes migratorias.

Mientras la Organización Mundial de Comercio tiene futuro azaroso, en manos del proteccionista agrícola Pascal Lamy, va perdiendo crédito uno de sus libretos favoritos: “Los acuerdos de libre intercambio mejoran la situación de economías subdesarrolladas o pobres”. Casos como México –en la primera categoría, designdada con el eufesmismo “emergente”- o media África, enyre los pobres, ilustran los estecho límiotes del “libre comercio”.

George W. Bush “vende ideas similares respecto de Centroamérica, aunque sin mucho éxito”, apunta Robert Davis en el Wall Street Journal edición Web. En verdad, “la liberalización del intercambio ha dado resultados dispares. Así, en China, India y economias contiguas, las exportaciones generan millones de empleos”. Pero ninguna de ellas practica las normas “ortodoxas” –empezando con la libertad de cambios- que predican la OMC y las potencias occidentales.

Latinoamérica, que las ha aplicado con celo de conversa, igual que México, Ecuador, Perú o Bolivia, “no ha experimentado reducción de la pobreza ni mejora en niveles de vida promedios. Para ser intelectualmente honestos –apunta Gary Hufbaeur, del muy ortodoxo Institute for International Economics-, no podemos vender una política comercial como si sirviese para aliviar carencias sociales. El intercambio fomenta crecimiento, pero sus beneficios no siempre llegan a los pobres”.

En las condiciones actuales de los mercados, ambos expertos creen que “ayudaría mucho más abrir ordenadamente las fronteras de los países desarrollados a más mano de obra temporal”. A diferencia de las crueles restricciones aplicadas en Estados Unidos, España o Dinamarca, “más visas laborales disminuirían la pobreza. Por ejemplo, si las economías ricas autorizasen la entrada de 3% de los trabajadores ociosos en el resto del mundo, los ingresos globales aumentarían en US$150.000 millones por año”. La estimación pertenece a Alan Winters (Banco Mundial).

Tras decenios de libre comercio, se ha desmantelado o minimizado gran parte de las barreras al intercambio. Quedan pocas, y centrarse en ellas es contraproducente. Por otro lado, salvo casos como China, las trabas más importantes no se encuentran en el mundo subdesarrollado, sino en las econompías centrales. Una forma de barrera es la masa de subsidios agrícolas (Unión Europea, Estados Unidos, Japón), que –al hacer dumping o bloquear exportaciones de países dependientes- aumentan la pobreza.

Nuevamente, el ejmplo mexicano pone ciertas cosas en claro. “El tratado norteamericano de libre comercio (TLC) elevó hasta 10% los ingresos promedio de la población. Pero el mexicano que halla empleo en Estados Unidos gana 2,5 veces más que su compatriota al sur del río Bravo”, revela Gordon Hanson (Universidad de California, San Diego). En la misma región, los inmigrantes salvadoreños remiten a su país US$2.000 millones anuales. Eso equivale a 13% del PBI local. En el plano mundial, los enviós de trabajadores golondrinas a sus países originarios oscilan en cerca de US$100.000 millones cada año. La cifra es de otra fuente insospechable de populismo, el Fondo Monetario.

Mientras la Organización Mundial de Comercio tiene futuro azaroso, en manos del proteccionista agrícola Pascal Lamy, va perdiendo crédito uno de sus libretos favoritos: “Los acuerdos de libre intercambio mejoran la situación de economías subdesarrolladas o pobres”. Casos como México –en la primera categoría, designdada con el eufesmismo “emergente”- o media África, enyre los pobres, ilustran los estecho límiotes del “libre comercio”.

George W. Bush “vende ideas similares respecto de Centroamérica, aunque sin mucho éxito”, apunta Robert Davis en el Wall Street Journal edición Web. En verdad, “la liberalización del intercambio ha dado resultados dispares. Así, en China, India y economias contiguas, las exportaciones generan millones de empleos”. Pero ninguna de ellas practica las normas “ortodoxas” –empezando con la libertad de cambios- que predican la OMC y las potencias occidentales.

Latinoamérica, que las ha aplicado con celo de conversa, igual que México, Ecuador, Perú o Bolivia, “no ha experimentado reducción de la pobreza ni mejora en niveles de vida promedios. Para ser intelectualmente honestos –apunta Gary Hufbaeur, del muy ortodoxo Institute for International Economics-, no podemos vender una política comercial como si sirviese para aliviar carencias sociales. El intercambio fomenta crecimiento, pero sus beneficios no siempre llegan a los pobres”.

En las condiciones actuales de los mercados, ambos expertos creen que “ayudaría mucho más abrir ordenadamente las fronteras de los países desarrollados a más mano de obra temporal”. A diferencia de las crueles restricciones aplicadas en Estados Unidos, España o Dinamarca, “más visas laborales disminuirían la pobreza. Por ejemplo, si las economías ricas autorizasen la entrada de 3% de los trabajadores ociosos en el resto del mundo, los ingresos globales aumentarían en US$150.000 millones por año”. La estimación pertenece a Alan Winters (Banco Mundial).

Tras decenios de libre comercio, se ha desmantelado o minimizado gran parte de las barreras al intercambio. Quedan pocas, y centrarse en ellas es contraproducente. Por otro lado, salvo casos como China, las trabas más importantes no se encuentran en el mundo subdesarrollado, sino en las econompías centrales. Una forma de barrera es la masa de subsidios agrícolas (Unión Europea, Estados Unidos, Japón), que –al hacer dumping o bloquear exportaciones de países dependientes- aumentan la pobreza.

Nuevamente, el ejmplo mexicano pone ciertas cosas en claro. “El tratado norteamericano de libre comercio (TLC) elevó hasta 10% los ingresos promedio de la población. Pero el mexicano que halla empleo en Estados Unidos gana 2,5 veces más que su compatriota al sur del río Bravo”, revela Gordon Hanson (Universidad de California, San Diego). En la misma región, los inmigrantes salvadoreños remiten a su país US$2.000 millones anuales. Eso equivale a 13% del PBI local. En el plano mundial, los enviós de trabajadores golondrinas a sus países originarios oscilan en cerca de US$100.000 millones cada año. La cifra es de otra fuente insospechable de populismo, el Fondo Monetario.

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