¿Qué pasaría si China comprase, por ejemplo, Royal Dutch/Shell?

Por de pronto, el congreso norteamericano no podría bloquear la operación, como cuando Cnooc quiso tomar UnoCal. La hipótesis no es gratuita: Beijing –donde 250 millones viven con un dólar- tiene en caja US$ 1,2 billón, incluyendo Hongkong.

19 febrero, 2007

Potencialmente, el Reino del medio puede ser uno de los mayores inversores en pos de activos reales. En esa perspectiva, comprar petroleras grandes sería una forma de canalizar liquidez hacia un sector que atiende urgentes necesidades locales. Al mismo tiempo, China podría ser formadora de precios, poniendo en segundo plano a la Opep, en realidad al servicio de grandes compañías.

Beijing no está solo. En términos de reservas internacionales libres a fin de 2006, la siguen Japón (US$ 895.000 millones), Rusia (303.800 millones), Taiwán (266.000 millones que, curiosamente, China no suma a sus tenencias) y Surcorea (240.200 millones). Más lejos aparecen India (179.000 millones), Singapur (136.700 millones) y Alemania (111.600 millones). Algunas fuentes occidentales discriminan entre el US$ 1,07 billón de China y los 133.700 millones de Hongkong, pero la diferencia es ficticia.

Sea como fuere, el banco central cree llegada la hora de no seguir colocando en bonos de las tesorerías norteamericana, británica y de la Eurozona. Acompañando a Seúl, Taipei y Singapur (en dos de ellas, los banqueros hablan chino), Beijing estudia nuevos canales para tanto dinero. Vale decir, abandonar en parte los bonos públicos estadounidenses –dominantes en su cartera- en pro de rubros menos seguros aunque con mejores perspectivas a largo plazo. Eso abarca deuda de grandes conglomerados, acciones, bienes raíces, bancos y empresas.

Algunos analistas de Asia sudoriental sospechan que China puede eventualmente reasignar US$ 250/300.000 millones a destinos más dinámicos. En otras palabras, imitaría el ejemplo de Rusia, que emplea Gazprom como herramienta geopolítica orientada a este y oeste. Sin llegar a esa cifra, cualquier desplazamiento perceptible tendrá efectos enormes en los mercados de Estados Unidos, Gran Bretaña y la Eurozona.

Desde hace años, Beijing es el principal adquirente de bonos norteamericanos. Junto con Tokio, Seúl y Taipei, financian los gastos bélicos y la adicción al endeudamiento de Washington y sus ciudadanos. En realidad, un amplio grupo de economías en desarrollo solventa los gastos de un fisco incapaz de austeridad y un público que no ahorra: la ecuación explica los éxitos electorales republicanos (hasta el desastre de noviembre) y la insensata aventura iraquí.

Esencialmente, la absorción de bonos por parte del exterior le permite a EE.UU. mantener tasas largas bajas. Si no fuera por las obsesiones inflacionarias de la Reserva Federal, también tendría tipos cortos más baratos. Por supuesto, hasta el momento China se limita a señalar que consolidará reservas en una canasta de divisas. Pero planea una expansión activa en el aprovechamiento de esos fondos.

Esta política se aparta de lo común entre bancos centrales, usualmente preocupados por prevenir pérdidas, no por obtener buenos retornos. Por ello, han sido y son grandes tomadores de inversiones tan conservadoras o seguras como efectivo y bonos soberanos. A fin de 2006 y según el Fondo Monetario Internacional, 60% de las reservas de economías en desarrollo continuaba en dólares y 30% estaba en euros. El resto corresponde a yenes y, en proporción ínfima, francos suizos y libras esterlinas.

Por tanto, cualquier decisión china en cuanto a ampliar colocaciones implicará comprar menos títulos de la Tesorería norteamericana. Algunos expertos temen que eso lleve eventualmente a la baja del dólar, pero varias bancas privadas persisten en suponer que otros emisores se volverán a bonos y acciones privadas. No parecer fácil, observando la falta de sustento que manifiesta la recurrente burbuja especulativa en Wall Street.

En verdad, esta tesis presupone el afianzamiento de mercados tan maduros como los de EE.UU., Japón o Europa occidental. También imagina que China orientaría en esa dirección sus presuntas colocaciones en el sector privado. Ahí surge otro factor poco favorable a los mercados centrales: la estrategia inversora de Beijing, demostrada por su interés en hidrocarburos, otros insumos y alimentos africanos, puede incluir Latinoamérica, donde hay activos tan tentadores como Petrobrás, Pelmex o una gama de firmas privadas.

Potencialmente, el Reino del medio puede ser uno de los mayores inversores en pos de activos reales. En esa perspectiva, comprar petroleras grandes sería una forma de canalizar liquidez hacia un sector que atiende urgentes necesidades locales. Al mismo tiempo, China podría ser formadora de precios, poniendo en segundo plano a la Opep, en realidad al servicio de grandes compañías.

Beijing no está solo. En términos de reservas internacionales libres a fin de 2006, la siguen Japón (US$ 895.000 millones), Rusia (303.800 millones), Taiwán (266.000 millones que, curiosamente, China no suma a sus tenencias) y Surcorea (240.200 millones). Más lejos aparecen India (179.000 millones), Singapur (136.700 millones) y Alemania (111.600 millones). Algunas fuentes occidentales discriminan entre el US$ 1,07 billón de China y los 133.700 millones de Hongkong, pero la diferencia es ficticia.

Sea como fuere, el banco central cree llegada la hora de no seguir colocando en bonos de las tesorerías norteamericana, británica y de la Eurozona. Acompañando a Seúl, Taipei y Singapur (en dos de ellas, los banqueros hablan chino), Beijing estudia nuevos canales para tanto dinero. Vale decir, abandonar en parte los bonos públicos estadounidenses –dominantes en su cartera- en pro de rubros menos seguros aunque con mejores perspectivas a largo plazo. Eso abarca deuda de grandes conglomerados, acciones, bienes raíces, bancos y empresas.

Algunos analistas de Asia sudoriental sospechan que China puede eventualmente reasignar US$ 250/300.000 millones a destinos más dinámicos. En otras palabras, imitaría el ejemplo de Rusia, que emplea Gazprom como herramienta geopolítica orientada a este y oeste. Sin llegar a esa cifra, cualquier desplazamiento perceptible tendrá efectos enormes en los mercados de Estados Unidos, Gran Bretaña y la Eurozona.

Desde hace años, Beijing es el principal adquirente de bonos norteamericanos. Junto con Tokio, Seúl y Taipei, financian los gastos bélicos y la adicción al endeudamiento de Washington y sus ciudadanos. En realidad, un amplio grupo de economías en desarrollo solventa los gastos de un fisco incapaz de austeridad y un público que no ahorra: la ecuación explica los éxitos electorales republicanos (hasta el desastre de noviembre) y la insensata aventura iraquí.

Esencialmente, la absorción de bonos por parte del exterior le permite a EE.UU. mantener tasas largas bajas. Si no fuera por las obsesiones inflacionarias de la Reserva Federal, también tendría tipos cortos más baratos. Por supuesto, hasta el momento China se limita a señalar que consolidará reservas en una canasta de divisas. Pero planea una expansión activa en el aprovechamiento de esos fondos.

Esta política se aparta de lo común entre bancos centrales, usualmente preocupados por prevenir pérdidas, no por obtener buenos retornos. Por ello, han sido y son grandes tomadores de inversiones tan conservadoras o seguras como efectivo y bonos soberanos. A fin de 2006 y según el Fondo Monetario Internacional, 60% de las reservas de economías en desarrollo continuaba en dólares y 30% estaba en euros. El resto corresponde a yenes y, en proporción ínfima, francos suizos y libras esterlinas.

Por tanto, cualquier decisión china en cuanto a ampliar colocaciones implicará comprar menos títulos de la Tesorería norteamericana. Algunos expertos temen que eso lleve eventualmente a la baja del dólar, pero varias bancas privadas persisten en suponer que otros emisores se volverán a bonos y acciones privadas. No parecer fácil, observando la falta de sustento que manifiesta la recurrente burbuja especulativa en Wall Street.

En verdad, esta tesis presupone el afianzamiento de mercados tan maduros como los de EE.UU., Japón o Europa occidental. También imagina que China orientaría en esa dirección sus presuntas colocaciones en el sector privado. Ahí surge otro factor poco favorable a los mercados centrales: la estrategia inversora de Beijing, demostrada por su interés en hidrocarburos, otros insumos y alimentos africanos, puede incluir Latinoamérica, donde hay activos tan tentadores como Petrobrás, Pelmex o una gama de firmas privadas.

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