<p>Señal clara es su reciente llamado a enviar tropas de la Liga Árabe para detener la matanza en Siria, que sumaba al domingo más de 6.000 víctimas civiles. Por otra parte, el emir Hamid ibn Jalifa al Thaní abriga aspiraciones más amplias que van desde Libia hasta Afganistán –nada menos- y rozan Palestina.<br />
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Al mismo tiempo, el qatarí busca preservar sus propios intereses en la península arábiga y el golfo Pérsico. Estos planteos geopolíticos se apoyan en cuatro pilares. El primero es diplomático y mediador, signado por cierta equidistancia. Pero sus lazos con la Hermandad Musulmana (Egipto) le confieren al príncipe cierta ambigüedad.<br />
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El segundo puntal es la propaganda lisa y llana. Qatar alberga la cadena multilingüe al-Dyazira (la península). Hoy opera como un ejercito ubicuo, inteligente y hasta pluralista, que muchos poderosos árabes no ven con simpatía, pero igual siguen.<br />
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La tercera columna es el compromiso directo. No es un secreto que asesores militares qataríes fueron relevantes en el triunfo de los rebeldes libios. Los armaron, los asistieron y los guiaron, bereberes inclusive. La actual dirigencia en Trípoli y Benghazí no lo olvida.<br />
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En cuanto al cuarto pilar, reside en la proverbial dificultad occidental para entender o hacerse entender en el vasto universo de habla árabe y religión musulmana. Ello convierte a Qatar y su aparato mediático en pieza clave, sobre todo en situaciones tan difíciles como las de Siria o Yemen. Pero las aspiraciones del emirato van más lejos. Por ejemplo, en Damasco se sospecha que su eventual “mediación” tiende a instalar un gobierno no hostil y, quizás, afín a Irak (no tanto a Saudiarabia).</p>
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Qatar tiene aspiraciones hegemónicas en el Golfo
Este principado no forma parte de la Unión de Emiratos Árabes (UEA). Con Bahréin feudo de Saudiarabia-, Kuweit y Omán, se mantiene en equilibrio entre sus vecinos. Pero Qatar es un caso peculiar, debido a sus crecientes ambiciones geopolíticas.