<p>Pero los tiempos han cambiado. Mantener precios estables resultó mucho más sencillo mientras la preocupación era brindar acceso a una gama de bienes de uso final a valor asequible. Al convertirse en planta mundial de armado para esos rubros, China resolvió el problema. En cambio, el actual brote inflacionario se origina en la demanda de una creciente clase media urbana, la famosa pequeña burguesía denostada por el comunismo fundacional. Ese estamento aspira a bienes y servicios modernos, de mejor calidad, costosos de producir.<br />
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Parte de la nueva demanda refleja la búsqueda de vivienda. Que infla los precios de bienes raíces vía la urbanización y sus presiones especulativas. En este contexto, acelerar en exceso el crecimiento dificultará mantener la estabilidad de precios.<br />
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Sin embargo, la generación de puestos laborales tenía considerable sentido cuando la mano de obra rural y del sector público sobraba y debía ser absorbida por un sector industrial todavía pequeño pero muy expansivo. China tuvo que crecer dejando atrás distorsiones e ineficiencias. Pero hoy sus necesidades de empleo son muy distintas a las de hace treinta años. Ante una población activa declinante por un sostenido envejecimiento, crear puestos abundantes pero no especializados ya no es prioritario. El foco ahora es en menos posiciones, pero con mayor agregado.<br />
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<p> Algunos observadores se detienen en patrones de crecimiento sectorial. A su criterio, son evidencias iniciales de un nuevo equilibrio, con la demanda subiendo a mayor ritmo que la producción. Por ende, son signos de que la inversión bruta fija se hace más prudente, así como de una contracción inmobiliaria. En tanto la impresión general es que las políticas macroeconómicas no exigen ajustes relevantes, los “globalistas” (que toman Occidente por el todo) tienden a preocuparse más por China. Quieren saber si el país seguirá siendo una sólida fuente de demanda, en oposición a la debilidad de Estados Unidos y la Eurozona. <br />
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Ostensiblemente, la finalidad de Beijing es gestionar un “aterrizaje suave”. Pero, aun en el país, algunos no aceptan del todo las premisas del corriente plan quinquenal en cuanto a un crecimiento menos marcado pero de mejor calidad (7% promedio) en el producto bruto interno. Los escépticos sostienen que la realidad no es más creíble que la meta de 7,5% en el plan ya ejecutado, cuyo nivel real fue 11% anual <br />
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En este punto, muchos reconocen que una expansión más lenta del PBI será ambientalmente más sostenible. No obstante, ciertos intereses creados persisten en afirmar que los temas ecológicos sólo tienen sentido en economías mucho más ricas y desarrolladas.<br />
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Por ende, hacer creíble que aquel 7% sea mejor que 10 u 11% implica poner en tela de juicio una serie de objetivos históricos que han ocupado a las cúpulas chinas desde la era de reformas posterior a Mao Zedong. Vale decir, de 1978 en adelante. En particular dos metas sacrosantas: estabilidad de precios y creación de empleos. Siempre se entendió que una rápida expansión económica las tornaría más fáciles de lograr.<br />
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