A diez años ya de la crisis financiera global aumentan las tensiones comerciales y se cuestiona el multilateralismo, que fue la columna vertebral de la prosperidad y estabilidad desde la Segunda Guerra Mundial. Simultáneamente, la creciente desigualdad debilita los cimientos de las instituciones democráticas.
En este contexto, las naciones del G20, que representan 85% del PBI mundial tienen la obligación de mantener su misión: “velar por un crecimiento fuerte, sustentable, equilibrado e inclusivo”.
Japón, en su calidad de país presidente del grupo durante todo este año, ya se prepara para la cumbre de Osaka en junio. El G20 deberá ahora ocuparse de los temas estructurales que amenazan el crecimiento económico: el envejecimiento poblacional y los desequilibrios globales.
Vivir muchos años es una bendición, pero las poblaciones longevas tienen un impacto sobre el crecimiento de muchos países. La contracción de la fuerza laboral presiona la producción y reduce las oportunidades de inversión con pobres perspectivas de crecimiento. Simultáneamente, el mayor gasto provocado por el mayor gasto en jubilaciones y salud erosiona el equilibrio fiscal. Los países con poblaciones avejentadas deben ahorrar para prepararse para el futuro.
El problema de los desequilibrios en el comercio global también es urgente. Las tensiones crecen con el aumento de aranceles y barreras no arancelarias. Bajo la presidencia japonesa el G20 procurará encontrar maneras de mitigar el problema.