En el año 2017 apareció en el Parlamento Australiano tim Morrison blandiendo un pedazo de carbón pidiendo a sus colegas legisladores quedefiendan los combustibles fósiles. Los izquierdistas se le burlaron en la cara. Pero la coalición conservadora de Morrison ganó las últimas elecciones y fue Morrison el que estuvo presente en la cumbre del G20 en Osaka.
El caso Morrison merece ser tenido en cuenta por los que hacen campaña para cuidar el clima. Quiere decir que los políticos que presentan programas drásticos para actuar contra el cambio climático corren serios riesgos de ser derrotados en las urnas por personajes como Morrison… a menos que puedan convencer a los votantes de que reducir las emisiones de carbono no quiere decir reducir el nivel de vida.
Por lo general los que hacen campaña por el clima tienden a creer que los acontecimientos climáticos extremos, como una sequía, una inundacion o un ciclón, van a crear una demanda imparable de acciones radicales. Pero la experiencia australiana sugiere que la alarma del público no necesariamente se traduce en que la mayoría reclame acciones contra el cambio climático.
El verano australiano de 2018-19 fue el más cálido que registra su historia, con sequías, incendios, inundaciones y acontecimientos naturales catastróficos, como al muerte de cientos de miles de peces. Las encuestas de opinión sugieren que el cambio climático es visto como el mayor peligro que acecha la seguridad nacional. Pero durante la campaña Morrison y sus aliados lograron presentar al partido laborista opositor como un puñado de snobs de la ciudad cuyas propuestas privarían a los australianos de sus pickups todo terreno y sus asaditos domingueros.
La estrategia resultó. El patrón de lo que ocurrió en Australia amenaza ahora a otros países. Las encuestas más recientes sugieren que el clima es la primera preocupación en Estados Unidos, delante del control de armas y la salud. En Alemania resurge el Partido Verde. Hasta la británica Theresa May usó su última aparición en el G20 para pedir más acciòn sobre el calentamiento global.
Hoy poner el control del cambio climático en el centro de los programas políticos ya no es un imperativo moral solamente para la izquierda. También es hacer política inteligence. Pero hay señales que demuestran que puede resultar contraproducente. Las manifestaciones que sacudieron a Francia en los últimos meses se originaron con la decision del gobierno de subir el precio de los combustibles. El presidente Emmanuel Macron veía eso como un paso fundamental en la batalla para salvar el planeta. Los manifestantes de los chalecos amarillos vieron la medida como un ataque al nivel de vida y al estilo de vida de la Francia rural y de los pequeños pueblos.
En Francia, como en Australia, el cambio climático se convirtió en otro campo de batalla en las guerras culturales. Cuanto más insisten los liberales urbanos en la necesidad de cambio, más los nacionalistas populistas usan el cambio climático para llamar a las bases a combatir las “élites”.
En Estados Unidos, los defensores del clima, como Al Gore en su momento, siempre fueron el objeto predilecto de la derecha populista. A Trump, con ese desprecio que muestra siempre por la opinión de los expertos, le encantaría que el clima se convierta en el tema central de las próximas elecciones.