Piloto de tormentas

Cuando se hizo cargo de Economía, todo el mundo apostaba a un dólar de 8 pesos, los ahorristas querían incendiar los bancos, se sucedían las manifestaciones de protesta y la gente gritaba “¡Que se vayan todos!”

29 noviembre, 2000

Su antecesor, Jorge Remes Lenicov, había caído en una clásica
y fatal devaluación: fijó el precio del dólar oficial, por
decreto, en 1,40; a los pocos días, el extraoficial ya se había
disparado. Por otra parte, ideó (junto con algunos economistas radicales)
la fatal "pesificación asimétrica", que dejó descontentos
a acreedores y deudores. Lavagna no podía desandar lo recorrido. Él
comprendió que su tarea era administrar la crisis. Nadie podría
haberlo hecho mejor. Hasta sus adversarios reconocen hoy que el ministro es un
"excelente piloto de tormentas":

o Asumió sin hacer promesas.

o No presentó ningún "paquete de medidas".

o Mantuvo un perfil tan bajo que las iras populares dejaron de dirigirse -como
era tradicional-al Palacio de Hacienda. La gente manifestaba frente al Congreso,
ante el Ministerio de Trabajo o en cualquier otro lado, menos en Economía.

o Se fijó como meta una paridad que, al mismo tiempo, asegurase la competitividad
y evitara una inflación galopante: 1 = 3.

o Mantuvo esa paridad mediante mecanismos de mercado: que el Estado compre dólares
para evitar la caída no es signo de estatismo; no hay cotización
oficial y, al comprar o vender, el Estado actúa como un particular más.

o Aseguró, de ese modo, el aumento de las exportaciones y la disminución
de las exportaciones. La consecuencia fue, además de una balanza comercial
favorable, la reactivación de la economía. Luego de cuatro años
de recesión, el PIB comenzó a crecer y, con él, aumentó
el empleo.

o Logró pasar del déficit al superávit fiscal. Es cierto
que en esto juega un papel importante una de sus medidas más cuestionables:
las retenciones. La super-renta derivada de la devaluación (y de los precios
internacionales de la soja y el petróleo) debería captarlas el Estado
mediante el impuesto a la renta o un windfall tax. Las retenciones son como casillas
de peaje, instaladas en los puertos, que castigan el hecho de exportar, con independencia
de la rentabilidad. La diferencia de alícuotas no alcanza a superar los
efectos distorsivos de esta práctica fiscal. Las retenciones restan competitividad
a los sectores que operan con menos márgenes; y a los nuevos exportadores,
que estarían en condiciones de entrar en nichos del mercado internacional
si -en vez de castigarlos-se los estimulara.

o Por encima de su solvencia técnica, demostró su habilidad política.
No es fácil manejarse con dos presidentes tan distintos como Duhalde y
Kirchner, lidiar con sus entornos, sortear desconfianzas y evitar zancadillas.
Por lo mismo que es el más exitoso de los ministros de Kirchner, Lavagna
es mirado con recelo hasta por el propio Presidente. En los pasillos de poder
se dice que "es el candidato de Duhalde para el 2007". También
se dice -aunque esto sea, quizás, un rumor destinado a perjudicarlo-que
contaría con el apoyo de Alfonsín. El círculo áulico
se prepara para neutralizar, en su caso, al ministro: si el se decidiera a disputar
la primera magistratura, se trataría de mostrar un duelo entre una fuerza
transformadora, representada por Kirchner (algunos aventuran que en 2007 la candidata
podría ser su esposa, Cristina) y la vieja política, reavivada por
el pacto Duhalde-Alfonsín. Los recientes elogios de Hilda Duhalde y el
ex presidente no han favorecido al ministro
Canciller

Pronóstico

Otras versiones aseguran que, para impedir el crecimiento de Lavagna, Kirchner
le quitaría el manejo de la economía y lo mandaría al ministerio
de Relaciones Exteriores: un puesto que dejaría vacante Rafael Bielsa
(candidato a diputado por la Ciudad de Buenos Aires). La idea sería confinar
a Lavagna en un puesto menos vinculado a los intereses de la gente y, por otra
parte, fortalecer al Ministro de Planificación, Julio De Vido: un hombre
pragmático, que sabe cómo acumular poder. Con vistas a asegurar
la continuidad, Kirchner cree que un hombre como De Vido puede serle más
útil que un hombre tan independiente como el actual titular de Economía.

La versión sobre la mudanza -del Palacio de Hacienda al Palacio San
Martín- fue reforzada por el propio Lavagna a través de la ambigua
respuesta que, días atrás, ofreció al periodista Joaquín
Morales Solá. Cuando éste quiso saber si, tras de las elecciones
de octubre, asumiría como canciller, Lavagna dijo: "Con el Presidente
hablamos siempre, de las relaciones con Estados Unidos, con Cuba, con Europa,
y naturalmente de las relaciones con los organismos multilaterales, porque no
se puede separar las relaciones internacionales de la economía. Pero
nunca hablamos de que yo ocupara ese cargo". En otras palabras: "Hablamos
siempre sobre la función, pero hasta ahora no recibí ningún
ofrecimiento": Entre los allegados al ministro, algunos piensan que el
pase le resultaría, al Presidente, un "tiro por la culata".
Es que, después del éxito inicial, a Lavagna lo espera un inevitable
descenso en su popularidad. Lo conquistado, conquistado está; nadie va
a seguir premiándolo por eso. En cambio, al ministro le será muy
difícil controlar la inflación y ya ha dicho que comenzarán
los recortes de gasto público.

Además, los factores de poder que hasta ahora le mostraron buena voluntad,
ya han empezado a presionar: unos para que suelte el dólar y otros para
que baje o suprima las retenciones; unos para que aumente salarios y otros para
que cuide los precios. La Cancillería le permitiría reforzar sus
contactos internacionales, que son muchos, y construir una imagen de estadista.
Alejado del barro de la interna y de los reclamos sectoriales, podría
dedicarse a defender los derechos de la Argentina contra el dumping (su especialidad)
y los subsidios que perjudican a nuestro comercio exterior. También se
esforzaría por lograr que el Mercosur diera un gran salto hacia delante.

Hace ya tiempo, Lavagna declaró que "mientras ALCA sería
lo que Estados Unidos quisiera, Mercosur será lo que sus miembros quieran".
A la vez, definió la aspiración común de la Argentina,
Brasil, Uruguay y Paraguay, frente a la Unión Europea pero también
frente a Estados Unidos: "Los tres puntos que pretendemos debatir son:
el acceso a los mercados, que abarca la eliminación de tarifas, barreras
no-arancelarias y medidas sanitarias y fitosanitarias que a menudo frenan el
ingreso de nuestros agroalimentos; la supresión de los subsidios a las
exportaciones; y la restricción de las subvenciones a los productos que
compiten con los nuestros en terceros mercados".

Asumir esa causa con el rol de canciller, le daría a Lavagna la oportunidad
de mostrarse como un líder de proyección internacional. Mientras,
los eventuales retrocesos en economía serían responsabilidad de
su sucesor; y en última instancia de Kirchner, a quien se atribuiría
la separación de Lavagna por celos o rivalidad política. Es posible
que Kirchner no considere esta posibilidad. Pese a su absoluta falta de formación
en materia económica, el presidente cree que la experiencia le ha dado
un profundo conocimiento de la economía. Su relación con Lavagna
recuerda, en cierto sentido, a la de Menem con Cavallo: el ex presidente quería
ser visto como "el padre de la convertibilidad" e insistía
en que Cavallo era el mero "ejecutor" de las políticas que
él diseñaba. Kirchner querría que la reactivación
económica le fuera atribuida a él, y Lavagna fuera visto como
un técnico aplicado. Querría eso porque él mismo lo cree;
y esto puede traicionarlo: la tentación de mostrar que él puede
obtener los mismos resultados con cualquier otro "técnico",
puede llevarlo a correr un riesgo excesivo.
Por Daniel Alciro

Su antecesor, Jorge Remes Lenicov, había caído en una clásica
y fatal devaluación: fijó el precio del dólar oficial, por
decreto, en 1,40; a los pocos días, el extraoficial ya se había
disparado. Por otra parte, ideó (junto con algunos economistas radicales)
la fatal "pesificación asimétrica", que dejó descontentos
a acreedores y deudores. Lavagna no podía desandar lo recorrido. Él
comprendió que su tarea era administrar la crisis. Nadie podría
haberlo hecho mejor. Hasta sus adversarios reconocen hoy que el ministro es un
"excelente piloto de tormentas":

o Asumió sin hacer promesas.

o No presentó ningún "paquete de medidas".

o Mantuvo un perfil tan bajo que las iras populares dejaron de dirigirse -como
era tradicional-al Palacio de Hacienda. La gente manifestaba frente al Congreso,
ante el Ministerio de Trabajo o en cualquier otro lado, menos en Economía.

o Se fijó como meta una paridad que, al mismo tiempo, asegurase la competitividad
y evitara una inflación galopante: 1 = 3.

o Mantuvo esa paridad mediante mecanismos de mercado: que el Estado compre dólares
para evitar la caída no es signo de estatismo; no hay cotización
oficial y, al comprar o vender, el Estado actúa como un particular más.

o Aseguró, de ese modo, el aumento de las exportaciones y la disminución
de las exportaciones. La consecuencia fue, además de una balanza comercial
favorable, la reactivación de la economía. Luego de cuatro años
de recesión, el PIB comenzó a crecer y, con él, aumentó
el empleo.

o Logró pasar del déficit al superávit fiscal. Es cierto
que en esto juega un papel importante una de sus medidas más cuestionables:
las retenciones. La super-renta derivada de la devaluación (y de los precios
internacionales de la soja y el petróleo) debería captarlas el Estado
mediante el impuesto a la renta o un windfall tax. Las retenciones son como casillas
de peaje, instaladas en los puertos, que castigan el hecho de exportar, con independencia
de la rentabilidad. La diferencia de alícuotas no alcanza a superar los
efectos distorsivos de esta práctica fiscal. Las retenciones restan competitividad
a los sectores que operan con menos márgenes; y a los nuevos exportadores,
que estarían en condiciones de entrar en nichos del mercado internacional
si -en vez de castigarlos-se los estimulara.

o Por encima de su solvencia técnica, demostró su habilidad política.
No es fácil manejarse con dos presidentes tan distintos como Duhalde y
Kirchner, lidiar con sus entornos, sortear desconfianzas y evitar zancadillas.
Por lo mismo que es el más exitoso de los ministros de Kirchner, Lavagna
es mirado con recelo hasta por el propio Presidente. En los pasillos de poder
se dice que "es el candidato de Duhalde para el 2007". También
se dice -aunque esto sea, quizás, un rumor destinado a perjudicarlo-que
contaría con el apoyo de Alfonsín. El círculo áulico
se prepara para neutralizar, en su caso, al ministro: si el se decidiera a disputar
la primera magistratura, se trataría de mostrar un duelo entre una fuerza
transformadora, representada por Kirchner (algunos aventuran que en 2007 la candidata
podría ser su esposa, Cristina) y la vieja política, reavivada por
el pacto Duhalde-Alfonsín. Los recientes elogios de Hilda Duhalde y el
ex presidente no han favorecido al ministro
Canciller

Pronóstico

Otras versiones aseguran que, para impedir el crecimiento de Lavagna, Kirchner
le quitaría el manejo de la economía y lo mandaría al ministerio
de Relaciones Exteriores: un puesto que dejaría vacante Rafael Bielsa
(candidato a diputado por la Ciudad de Buenos Aires). La idea sería confinar
a Lavagna en un puesto menos vinculado a los intereses de la gente y, por otra
parte, fortalecer al Ministro de Planificación, Julio De Vido: un hombre
pragmático, que sabe cómo acumular poder. Con vistas a asegurar
la continuidad, Kirchner cree que un hombre como De Vido puede serle más
útil que un hombre tan independiente como el actual titular de Economía.

La versión sobre la mudanza -del Palacio de Hacienda al Palacio San
Martín- fue reforzada por el propio Lavagna a través de la ambigua
respuesta que, días atrás, ofreció al periodista Joaquín
Morales Solá. Cuando éste quiso saber si, tras de las elecciones
de octubre, asumiría como canciller, Lavagna dijo: "Con el Presidente
hablamos siempre, de las relaciones con Estados Unidos, con Cuba, con Europa,
y naturalmente de las relaciones con los organismos multilaterales, porque no
se puede separar las relaciones internacionales de la economía. Pero
nunca hablamos de que yo ocupara ese cargo". En otras palabras: "Hablamos
siempre sobre la función, pero hasta ahora no recibí ningún
ofrecimiento": Entre los allegados al ministro, algunos piensan que el
pase le resultaría, al Presidente, un "tiro por la culata".
Es que, después del éxito inicial, a Lavagna lo espera un inevitable
descenso en su popularidad. Lo conquistado, conquistado está; nadie va
a seguir premiándolo por eso. En cambio, al ministro le será muy
difícil controlar la inflación y ya ha dicho que comenzarán
los recortes de gasto público.

Además, los factores de poder que hasta ahora le mostraron buena voluntad,
ya han empezado a presionar: unos para que suelte el dólar y otros para
que baje o suprima las retenciones; unos para que aumente salarios y otros para
que cuide los precios. La Cancillería le permitiría reforzar sus
contactos internacionales, que son muchos, y construir una imagen de estadista.
Alejado del barro de la interna y de los reclamos sectoriales, podría
dedicarse a defender los derechos de la Argentina contra el dumping (su especialidad)
y los subsidios que perjudican a nuestro comercio exterior. También se
esforzaría por lograr que el Mercosur diera un gran salto hacia delante.

Hace ya tiempo, Lavagna declaró que "mientras ALCA sería
lo que Estados Unidos quisiera, Mercosur será lo que sus miembros quieran".
A la vez, definió la aspiración común de la Argentina,
Brasil, Uruguay y Paraguay, frente a la Unión Europea pero también
frente a Estados Unidos: "Los tres puntos que pretendemos debatir son:
el acceso a los mercados, que abarca la eliminación de tarifas, barreras
no-arancelarias y medidas sanitarias y fitosanitarias que a menudo frenan el
ingreso de nuestros agroalimentos; la supresión de los subsidios a las
exportaciones; y la restricción de las subvenciones a los productos que
compiten con los nuestros en terceros mercados".

Asumir esa causa con el rol de canciller, le daría a Lavagna la oportunidad
de mostrarse como un líder de proyección internacional. Mientras,
los eventuales retrocesos en economía serían responsabilidad de
su sucesor; y en última instancia de Kirchner, a quien se atribuiría
la separación de Lavagna por celos o rivalidad política. Es posible
que Kirchner no considere esta posibilidad. Pese a su absoluta falta de formación
en materia económica, el presidente cree que la experiencia le ha dado
un profundo conocimiento de la economía. Su relación con Lavagna
recuerda, en cierto sentido, a la de Menem con Cavallo: el ex presidente quería
ser visto como "el padre de la convertibilidad" e insistía
en que Cavallo era el mero "ejecutor" de las políticas que
él diseñaba. Kirchner querría que la reactivación
económica le fuera atribuida a él, y Lavagna fuera visto como
un técnico aplicado. Querría eso porque él mismo lo cree;
y esto puede traicionarlo: la tentación de mostrar que él puede
obtener los mismos resultados con cualquier otro "técnico",
puede llevarlo a correr un riesgo excesivo.
Por Daniel Alciro

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