Pese a excesos retóricos de ambos lados, EE.UU. no atacará Irán

El fracaso en Irak, la volatilidad de los hidrocarburos y el endeudamiento federal imposibilitan una operación militar norteamericana en Irán. También la impedirían Rusia, China, Turquía y media Unión Europea. Así creen en Wall Street.

30 abril, 2006

Esa perspectiva pintan analistas tan conservadores como Philip Gordon, George Friedman o Daniel Yankelovich (“Foreign Affairs”). Incluso un medio tan belicoso y pronorteamericano como el “Economist” admite que, para Wall Street, la City, Fráncfort o Tokio, Washington no tiene ya fuerza ni dólares para imponerse en guerras distantes. “Una cosa es acosar a la vecina Venezuela, otra hacerlo con Irán. Estados Unidos –señalaban los seis generales retirados que pidieron la renuncia de Donald Rumsfeld como secretario de Defensa- ni siquiera ha podido desembarazarse de Cuba”.

Naturalmente, apuntaba Gordon, “el gobierno de George W.Bush no podrá persuadir a los europeos de que sus planes contra Irán sean factibles. Aun admitiendo datos esgrimidos por Seymour Hersch (en “New Yorker”) sobre un esquema de ataques atómicos tácticos –filtrado a propósito desde el Pentágono-, será muy difícil pasar a los hechos sin apoyo de países aliados o tolerancia de Rusia, China e India”.

Por otra parte, ciertas actitudes de Washington denotan una interna entre los “diplomáticos” (Condoleezza Rice, la mayoría parlamentaria republicana) y los “halcones”, es decir el vicepresidente Richard Cheney, Rumsfeld y un ala del Pentágono. “Bush mismo –presume Friedman- parece oscilar hacia el primer grupo. Sus críticas a las compañías petroleras, su moderación en materia inmigratorias y alusiones a un diálogo con Tehrán para detener la guerra civil iraquí son gestos más afines a Bush padre que al hijo”. Se dice que igual piensa el entorno de Henry Kissinger, de ahí el documento de la Comisión Trilateral (Tokio, lunes 24).

En verdad, EE.UU. no ha desechado las vías diplomáticas y, este fin de semana, Irán ha emitido señales de flexibilidad. Hasta cierto punto, la Casa Blanca acompaña posturas de Gran Bretaña, Francia, España y Alemania. De lo contrario, carecería de sentido seguir trabajando con el Consejo de Seguridad o la Agencia Internacional de Energía Atómica (cuyos inspectores podrían ser nuevamente aceptados por Irán), máxime luego de que Majmud Ahmadinedyad rechazara el ultimátum vencido el viernes 28.

Por supuesto, los pobres resultados de recientes encuestas de opinión sobre Bush aportan lo suyo, al confirmar el declive de confianza en la capacidad presidencial. En esta fase, empero, hay rasgos novedosos. Primero, los sondeos indican que el público no cree que haya salida virtuosa en Irak ni Afganistán. Segundo, existe creciente inquietud por la falta de autonomía nacional en energía y combustibles. Tercero, la reciente serie de buenas noticias económicas no se refleja en la imagen presidencial.

Los problemas en Levante, la guerra civil en Nigeria, la onda contra fusiones y adquisiciones transfronterizas en la UE y el “neonacionalismo” en Latinoamérica pesan más que el rebote alcista en el producto bruto interno (a 4,8% de ritmo anual en el primer trimestre). Así revela el índice de la universidad de Michigan sobre confianza de los consumidores –una simple medida de expectativas a tres/seis meses, pero no hay otra mejor-, cediendo de 88,9 puntos en marzo a 87,4 en abril. Sin duda, ni las estadísticas más alegres –sumadas al repentino optimismo del republicano Benjamin Bernanke en la Reserva Federal- pueden contra que un barril de crudos tejanos intermedio que marca récords superiores a US$ 75.

Esa perspectiva pintan analistas tan conservadores como Philip Gordon, George Friedman o Daniel Yankelovich (“Foreign Affairs”). Incluso un medio tan belicoso y pronorteamericano como el “Economist” admite que, para Wall Street, la City, Fráncfort o Tokio, Washington no tiene ya fuerza ni dólares para imponerse en guerras distantes. “Una cosa es acosar a la vecina Venezuela, otra hacerlo con Irán. Estados Unidos –señalaban los seis generales retirados que pidieron la renuncia de Donald Rumsfeld como secretario de Defensa- ni siquiera ha podido desembarazarse de Cuba”.

Naturalmente, apuntaba Gordon, “el gobierno de George W.Bush no podrá persuadir a los europeos de que sus planes contra Irán sean factibles. Aun admitiendo datos esgrimidos por Seymour Hersch (en “New Yorker”) sobre un esquema de ataques atómicos tácticos –filtrado a propósito desde el Pentágono-, será muy difícil pasar a los hechos sin apoyo de países aliados o tolerancia de Rusia, China e India”.

Por otra parte, ciertas actitudes de Washington denotan una interna entre los “diplomáticos” (Condoleezza Rice, la mayoría parlamentaria republicana) y los “halcones”, es decir el vicepresidente Richard Cheney, Rumsfeld y un ala del Pentágono. “Bush mismo –presume Friedman- parece oscilar hacia el primer grupo. Sus críticas a las compañías petroleras, su moderación en materia inmigratorias y alusiones a un diálogo con Tehrán para detener la guerra civil iraquí son gestos más afines a Bush padre que al hijo”. Se dice que igual piensa el entorno de Henry Kissinger, de ahí el documento de la Comisión Trilateral (Tokio, lunes 24).

En verdad, EE.UU. no ha desechado las vías diplomáticas y, este fin de semana, Irán ha emitido señales de flexibilidad. Hasta cierto punto, la Casa Blanca acompaña posturas de Gran Bretaña, Francia, España y Alemania. De lo contrario, carecería de sentido seguir trabajando con el Consejo de Seguridad o la Agencia Internacional de Energía Atómica (cuyos inspectores podrían ser nuevamente aceptados por Irán), máxime luego de que Majmud Ahmadinedyad rechazara el ultimátum vencido el viernes 28.

Por supuesto, los pobres resultados de recientes encuestas de opinión sobre Bush aportan lo suyo, al confirmar el declive de confianza en la capacidad presidencial. En esta fase, empero, hay rasgos novedosos. Primero, los sondeos indican que el público no cree que haya salida virtuosa en Irak ni Afganistán. Segundo, existe creciente inquietud por la falta de autonomía nacional en energía y combustibles. Tercero, la reciente serie de buenas noticias económicas no se refleja en la imagen presidencial.

Los problemas en Levante, la guerra civil en Nigeria, la onda contra fusiones y adquisiciones transfronterizas en la UE y el “neonacionalismo” en Latinoamérica pesan más que el rebote alcista en el producto bruto interno (a 4,8% de ritmo anual en el primer trimestre). Así revela el índice de la universidad de Michigan sobre confianza de los consumidores –una simple medida de expectativas a tres/seis meses, pero no hay otra mejor-, cediendo de 88,9 puntos en marzo a 87,4 en abril. Sin duda, ni las estadísticas más alegres –sumadas al repentino optimismo del republicano Benjamin Bernanke en la Reserva Federal- pueden contra que un barril de crudos tejanos intermedio que marca récords superiores a US$ 75.

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