La actividad cayó más de 2%, la inflación acumuló casi 50%, el dólar más que duplicó su precio y la tasa de interés de referencia cerró apenas por debajo de 60% (30 p.p. por encima de donde había comenzado el año). Sin embargo, lo peor fue el descalce entre las expectativas y la realidad: a fines de 2017 se esperaba un año de crecimiento con reducción de las variables nominales, y ocurrió todo lo contrario.
Lamentablemente, en economía no es posible hacer “borrón y cuenta nueva”. Por lo que el magro desempeño económico afectará el año que comienza. Analizando en términos de demanda, el sector privado permanecerá anémico, recuerda el informe de la consultora Ecolatina.
Si bien el poder adquisitivo irá recomponiéndose mes a mes, producto del arrastre negativo que dejó 2018, continuará en retroceso en el promedio del año. Además, el costo de financiamiento superará a la inflación de modo que el consumo de bienes durables y la inversión productiva no despegarán.
Por su parte, el sector público será un ancla para la economía: consecuencia de la ambiciosa meta fiscal pautada con el FMI, el Estado Nacional continuará recortando sus gastos. Además, producto del cierre de los mercados financieros, los programas de Participación Público Privada (PPP) tampoco podrán llevarse a cabo.
A contramano, las exportaciones sí mostrarán un buen desempeño. Los envíos al resto del mundo treparán por un Brasil en recuperación –el consenso de mercado proyecta un crecimiento de 3% para 2019-; un tipo de cambio más competitivo; y un mercado interno deprimido. Sin embargo, producto de su acotado peso en la economía agregada (alrededor de un quinto), no lograrán revertir la caída de las demás variables y el PBI promediará un retroceso de por lo menos 1%.
Más allá de que el PBI caerá en promedio durante 2019, la economía crecerá entre puntas: en términos desestacionalizados, el PBI del último trimestre del año será mayor al del primero. Dicho de otra forma, la economía irá mejorando mes a mes (sobre todo en la primera mitad del año), pero no alcanzará el nivel promedio de 2018. Cabe destacar que para que esta reactivación se materialice, será determinante el desempeño del dólar. Si la incipiente estabilidad cambiaria se sostiene a lo largo del primer semestre, la inflación seguirá un curso descendente y el poder adquisitivo se recuperará, apuntalando al consumo interno.
Por el contrario, si las tensiones cambiarias vuelven a manifestarse, la inflación se acelerará, los ingresos reales (salarios, pero además jubilaciones y pensiones) no mejorarán y la recuperación económica quedará trunca. ¿Nos acercaremos a uno u otro escenario?
Equilibrios múltiples
Para el año que comienza proyectamos dos escenarios. Uno “positivo”, en donde la estabilidad cambiaria lograda en el último trimestre del 2018 persiste, de modo que las perspectivas del oficialismo en las elecciones mejoran, lo que disipa aún más las tensiones respecto a la evolución inmediata del dólar y permite que la recuperación económica se consolide.
Pero este círculo virtuoso puede quebrarse por factores exógenos –un escenario adverso para “los mercados” en términos electorales, posibles turbulencias financieras globales y/o shocks negativos imprevistos- consolidando un escenario de inestabilidad cambiaria. En él, las perspectivas electorales del oficialismo empeoran, lo que provoca tensiones en el frente cambiario producto de una mayor dolarización de activos y potencia las dudas sobre la sostenibilidad de la deuda pública. Este deterioro de las variables económicas reduce aún más las posibilidades de estirar este ciclo político, aumentando en consecuencia las presiones cambiarias. Vale remarcar que este círculo vicioso será muy difícil de quebrar, al menos, hasta que asuma el nuevo presidente electo a finales de 2019.