El objetivo debe ser minimizar el costo social de realizar las correcciones, y el gobierno cuenta con la voluntad y la capacidad de hacerlo. Lo que sí habría que extraer de la situación actual es que siempre, más tarde o más temprano, las distorsiones económicas se terminan pagando, previene en su ISE 961 la consultora Ecolatina.
Con seguridad, 2014 será un año de actividad anémica e inflación elevada, pero la incertidumbre pasa por saber si el Ejecutivo puede evitar que la nominalidad escale y que se exhiban nuevas turbulencias en el frente cambiario, plantea la organización presidida por Marco Lavagna.
“La principal apuesta del gobierno es que ninguna de estas cosas ocurra, pero las sábanas cortas están dificultado la articulación de las políticas económicas”, comenta.
Tener que optar entre una caída del salario real y presiones inflacionarias, o entre ajustes de tarifas y desborde de la emisión, son claros ejemplos de esto.
Da por sentado que se podría aseverar que, de contar con un fondo anticíclico o haber corregido con mayor margen y tiempo el retraso tarifario y el déficit energético, la función de decisión de la política económica no sería tan compleja como lo es en la actualidad.
Expectativas
El Banco Central, vía un combo de medidas, logró estabilizar el mercado y atemperar las expectativas de una nueva corrección cambiaria en el corto plazo.
Pero, si el resto de la política económica no contribuye a corregir la trayectoria de las variables nominales, la embestida cambiaria puede volver con fuerzas renovadas en la segunda mitad del año.
Hacia adelante, Ecolatina identifica tres claves que habrá que monitorear muy de cerca a la hora de analizar la trayectoria de las variables nominales y la estabilidad cambiaria: i) las paritarias; ii) el trade-off entre subsidios y tarifas, y iii) el grado acceso al crédito externo.
Como en todos los frentes hay encrucijadas y el margen de maniobra es exiguo, la suerte económica del país dependerá de cómo se conjuguen las tres claves mencionadas. Y en este caso, el orden de los factores afecta el producto.
Los últimos sucesos cambiarios
El Banco Central torció el brazo del mercado cambiario con un combo de medidas: fuerte suba de tasas de interés; obligación a los bancos de reducir sus tenencias netas en moneda extranjera; acuerdo con las cerealeras para que aceleren la liquidación de divisas; y un mayor control en el otorgamiento de dólares formales que le permitió dejar de vender reservas en forma neta.
De esta forma, el BCRA logró estabilizar el mercado y atemperar las expectativas de una nueva corrección cambiaria en el corto plazo. Pero esta calma dista de ser permanente. Si el resto de la política económica no contribuye a corregir la trayectoria de las variables nominales, la embestida cambiaria puede volver con fuerzas renovadas en la segunda mitad del año.
De hecho, la inflación se aceleró fuertemente en el primer bimestre del año, lo que claramente impulsa la nominalidad de la economía y condicionará los esfuerzos de la autoridad monetaria de no encauzarse.
La publicación del IPC Nacional urbano, que reflejó un alza de precios más cercana a la realidad, confirma el diagnóstico. Habrá que ver si el sinceramiento se sostiene y qué sucede con las demás estadísticas objetadas (pobreza, PBI, etc.), pero al dejar de negar la suba de precios el Ejecutivo podría comenzar a combatirla abiertamente.
Y este es justamente el problema de fondo: el Ejecutivo no tiene una política antiinflacionaria consistente, y los acuerdos de precios ya han demostrado en el pasado sus limitantes para contener la inflación. La implementación de un plan explícito es clave para acotar las expectativas de inflación, que alcanzaron un récord de 35% en febrero.
Nuevamente, si la nominalidad no se acota, el riesgo es que la actual estabilidad cambiaria se verá comprometida, con el agravante de que las medidas one shot (como la reducción de la posición en dólares de los bancos) serán aún más escasas.
Por esta razón, vemos hacia adelante tres claves que habrá que monitorear muy de cerca a la hora de analizar la posible trayectoria de las variables nominales y la estabilidad cambiaria: i) las negociaciones paritarias; ii) el trade-off entre subsidios y tarifas, y iii) el grado acceso al crédito externo.
Las tres claves de lo que viene
El Poder Ejecutivo sabe que si se convalidan fuertes incrementos salariales, el brote inflacionario del primer trimestre se extenderá hacia el resto de 2014.
Esto implicaría entrar en una dinámica donde no sólo las variables nominales vuelven a subir de rango de crecimiento sino, más preocupantemente, donde surge el riesgo de que se acorte la duración de los contratos a un plazo inferior al año. Si esto último ocurre, la factibilidad de reencauzar la nominalidad sin un plan de estabilización es prácticamente nula.
Las paritarias no serán sencillas. Lejos de la dinámica de 2010-2011, en los últimos dos años los salarios formales no pudieron ganarle a la inflación.
Con este marco de fondo, y sin una perspectiva clara de qué es lo que hará el gobierno con el Impuesto a las Ganancias, las negociaciones paritarias de este año ya se vislumbraban conflictivas hacia fines de 2013.
El arranque del año sumó condimentos adicionales: producto de la aceleración de la suba de precios, las expectativas inflacionarias alcanzaron un máximo, impulsando aún más los reclamos salariales de los trabajadores.
De hecho, según una encuesta elaborada por la Universidad Torcuato Di Tella, las previsiones de aumentos de precios para los próximos 12 meses llegaron al 35% (mediana).
Como contrapeso, el gobierno se muestra decidido a no convalidar cualquier reclamo de los gremios. No hay que olvidar que para no ratificar fuertes aumentos salariales, el año pasado el Ejecutivo no homologó convenios e impuso ajustes por decreto.
Además, en un escenario de estancamiento de la actividad y de la creación de puestos de trabajo los reclamos salariales se acotarían, aunque la contracción del empleo debería ser muy profunda cómo para que las preocupaciones gremiales pasen de preservar el salario real a proteger las fuentes de trabajo.
Todos estos elementos muestran que las paritarias, primera clave del año, serán conflictivas: en caso que predomine la posición oficial (acotar los incrementos) los salarios perderán contra la inflación y existe el riesgo de que surjan presiones para reabrirlas en la segunda mitad del año. En caso contrario, si las subas le ganan por mucho a la inflación la trayectoria de las variables nominales podría desbordarse y comprometer la estabilidad cambiaria.
Esto no necesariamente implica que se termine en un escenario crítico de manera indefectible, ya que seguramente, como en toda negociación, no primará ningún extremo sino una posición intermedia (de hecho, es más factible que el Ejecutivo utilice su poder político para pactar con los gremios afines subas que ronden el 30%). Una alternativa para acercar posiciones y reducir la conflictividad sería incluir una cláusula gatillo en los acuerdos por si se desborda la inflación. Aunque esta opción es riesgosa: si sale bien no se gatilla pero si sale mal implica negociar salarios dos veces al año (acortamiento de los contratos nominales).
Lo que sí se refuerza con la actual situación es la necesidad de medidas activas contra la inflación, que es la causa que llevó a esta difícil encrucijada.
Un punto no menor para contener los reclamos salariales y evitar un nuevo salto de las expectativas inflacionarias es la segunda clave del año: qué hará el gobierno con las tarifas energéticas. No existe un buen momento para anunciar fuertes incrementos, pero sería muy inoportuno hacerlo justo antes de las paritarias.
Dado que implementar ajustes en las tarifas provocará en lo inmediato mayores presiones sobre los precios, el Ejecutivo podría verse tentado a continuar demorando su implementación.
Pero al igual que lo que ocurre con las paritarias, también existe una encrucijada: con la presión tributaria al límite, no frenar el crecimiento de los subsidios implica vis-á-vis no poder moderar el ritmo de emisión monetaria para cubrir el déficit del Tesoro, lo que continuaría tensionando los frentes inflacionario y cambiario.
Por esta razón, a la que se le suma que los Adelantos Transitorios extraordinarios del BCRA no estarán disponibles este año, prevemos que una vez que se encaucen las paritarias el gobierno avanzará con correcciones de tarifas de servicios públicos, pero de forma segmentada (preservando a los sectores más vulnerables).
En resumen, la estrategia del gobierno para los próximos meses consiste en persuadir a los gremios (y los demás agentes de la economía) de que la inflación será más acotada en el segundo trimestre y que el salto de precios de los primeros tres meses del año fue excepcional (como la devaluación).
Con un éxito en este plano, se podría encarar una corrección de tarifas que permita contener la emisión monetaria y evitar nuevos brotes inflacionarios.
Lamentablemente, la película no acaba allí ya que aunque la inflación no de un nuevo salto, en el tramo final del año se combinan la baja liquidación (estacional) de divisas agrícolas con la carga más importante de vencimientos de deuda.
En este contexto se entienden las acciones de acercamiento a los mercados financieros. El reciente acuerdo con Repsol en torno a la expropiación de sus acciones implica un cambio radical en la estrategia de financiamiento externo: de pagar pasivos con reservas se pasó a cancelarlos con deuda.
Además, el acuerdo despejó el camino a YPF para traer dólares frescos para inversión. Por último, la confección de un IPC más creíble junto al FMI podría acelerar las negociaciones con el Club de Paris.
La urgencia por avanzar en este frente, tercera clave del año, responde a que si el Ejecutivo logra traer divisas, podría reforzar el inestable mercado cambiario y simultáneamente moderar el impacto recesivo que tienen las restricciones a las importaciones y/o acotar el ajuste fiscal reemplazando emisión monetaria por crédito externo.
Nuevamente, el timing es clave para la política económica. Si entran dólares financieros en los próximos meses el gobierno podría financiar (sin emisión) la postergación del ajuste de tarifas.
Además, un mayor influjo de divisas ayudaría a convencer a los productores agrícolas a que liquiden su cosecha ya que el país tiene una fuente adicional de ingreso de dólares. Este punto no es menor: las elevadas tasas de interés y los futuros planchados sirven para que las cerealeras liquiden pero no alcanza para que el campo venda sus granos.
Sabemos que el endeudamiento para cubrir baches termina de la peor forma, pero la colocación de deuda podría darle al Ejecutivo el aire suficiente para llegar tranquilo a 2015.
El gobierno está apostando fichas a esta alternativa, pero no se sabe cuán probable es conseguir financiamiento en el corto plazo.
De hecho, la respuesta depende de la resolución de la Corte Suprema de Estados Unidos respecto del juicio con los holdouts. Sólo si el supremo tribunal de EE.UU. toma el caso (extendiendo su resolución) sería viable esta alternativa.
Como vimos, en todos los frentes hay encrucijadas y el margen de maniobra es exiguo.
La suerte económica del país dependerá de cómo se conjuguen las tres claves mencionadas. Y en este caso, el orden de los factores afecta el producto.