Paraguay: un país ingobernable sin apoyo colorado

El resultado electoral parece a medida de Lino Oviedo. Confiando en la adicción guaraní al autoritarismo, se presentó, dividió a los colorados (30,8, 21,9%) y deja a Fernando Lugo (40,8%) sin mayoría parlamentaria ni de gobiernos locales.

26 abril, 2008

Por supuesto, la salida más viable para el obispo es unir a su endeble coalición social a algún sector colorado. Más amplio que el ya incorporado a la alianza. Pero las cosas serán difícil, precisamente, por un autoritarismo que, salvo breves interregnos, ha imperado en Paraguay.

En realidad, el país carece de regímenes democráticos desde que Gaspar de Francia se hizo dictador –lo llamaban “el supremo”- tras la derrota del ingenuo Manuel Belgrano en 1811. Unos treinta años después, le legó el poder a un pariente, Carlos Antonio López. Éste desarrolló Paraguay siguiendo el entonces avanzado modelo prusiano, especialmente luego de reformar la constitución en 1852. Ese mismo año, el presidente francés se coronaba Napoléon III.

La política expansiva de López se proyectó al actual Mato Grosso sur, parte de las antiguas misiones y el Chaco central (hoy, Formosa). Por ese entonces, Brasil afrontaba el separatismo “farroupilhista” en Santa Catalina, Paraná y Río Grande del sur. Era el “país blanco”, donde -como en el Paraguay oriental o en Santa Cruz de la Sierra –abundaban las familias alemanas. Eso no gustaba en Londres, por entonces el poder global por excelencia.

La flota británica no podía remontar el Paraná para alcanzar Asunción, pero si podía bombardear los puertos rebeldes brasileños en nombre, claro, del emperador Pedro II. El precio no explícito: aprovechando un error de Francisco Solano, hijo de López y su sucesor desde 1862, consistió en armar la triple alianza con Argentina y Uruguay. Eso desencadenó una sangrienta guerra (1865/70), cuyos mayores costos recayeron sobre Buenos Aires. Desde entonces e incluyendo la victoriosa guerra con Bolivia, Paraguay casi nunca tuvo instituciones estables. Hasta que, en 1954, Alfredo Stroessner –otro apellido alemán- instaló seis decenios de coloradismo.

Sea como fuere, el perfil del voto es inquietante: 40,8% para el izquierdista Lugo (cuya coalición social es más débil que la efímera alianza argentina de 1999/2001), 30,8% para Blanca Ovelar –candidata colorada “oficial”- y 21,9% para Oviedo, colorado “disidente”. Apenas con una primera minoría y sin programa concreto, las perspectivas del ex obispo son difíciles.

Medios conservadores de Buenos Aires, Asunción y Montevideo ya salen con pronósticos pesimistas y comparan este triunfo relativo con el de Evo Morales en Bolivia. Hay una diferencia: por razones obvias, Paraguay no sufre separatismos estilo Santa Cruz de la Sierra.

Pero Lugo carece de recursos, equipos políticos, mayoría parlamentaria ni en administraciones provinciales. Como los peronistas y sus avatares, los colorados tienen una larga tradición de autoritarismo. Cuando fueron oposición, no dejaban gobernar (Oviedo es un ejemplo de malas artes al respecto). Parte de la prensa paraguaya cree que el nuevo presidente debiera combinar el proactivismo de Néstor Kichner y del ecuatoriano Rafael Correa. Pero en un contexto muy distinto.

Por supuesto, la salida más viable para el obispo es unir a su endeble coalición social a algún sector colorado. Más amplio que el ya incorporado a la alianza. Pero las cosas serán difícil, precisamente, por un autoritarismo que, salvo breves interregnos, ha imperado en Paraguay.

En realidad, el país carece de regímenes democráticos desde que Gaspar de Francia se hizo dictador –lo llamaban “el supremo”- tras la derrota del ingenuo Manuel Belgrano en 1811. Unos treinta años después, le legó el poder a un pariente, Carlos Antonio López. Éste desarrolló Paraguay siguiendo el entonces avanzado modelo prusiano, especialmente luego de reformar la constitución en 1852. Ese mismo año, el presidente francés se coronaba Napoléon III.

La política expansiva de López se proyectó al actual Mato Grosso sur, parte de las antiguas misiones y el Chaco central (hoy, Formosa). Por ese entonces, Brasil afrontaba el separatismo “farroupilhista” en Santa Catalina, Paraná y Río Grande del sur. Era el “país blanco”, donde -como en el Paraguay oriental o en Santa Cruz de la Sierra –abundaban las familias alemanas. Eso no gustaba en Londres, por entonces el poder global por excelencia.

La flota británica no podía remontar el Paraná para alcanzar Asunción, pero si podía bombardear los puertos rebeldes brasileños en nombre, claro, del emperador Pedro II. El precio no explícito: aprovechando un error de Francisco Solano, hijo de López y su sucesor desde 1862, consistió en armar la triple alianza con Argentina y Uruguay. Eso desencadenó una sangrienta guerra (1865/70), cuyos mayores costos recayeron sobre Buenos Aires. Desde entonces e incluyendo la victoriosa guerra con Bolivia, Paraguay casi nunca tuvo instituciones estables. Hasta que, en 1954, Alfredo Stroessner –otro apellido alemán- instaló seis decenios de coloradismo.

Sea como fuere, el perfil del voto es inquietante: 40,8% para el izquierdista Lugo (cuya coalición social es más débil que la efímera alianza argentina de 1999/2001), 30,8% para Blanca Ovelar –candidata colorada “oficial”- y 21,9% para Oviedo, colorado “disidente”. Apenas con una primera minoría y sin programa concreto, las perspectivas del ex obispo son difíciles.

Medios conservadores de Buenos Aires, Asunción y Montevideo ya salen con pronósticos pesimistas y comparan este triunfo relativo con el de Evo Morales en Bolivia. Hay una diferencia: por razones obvias, Paraguay no sufre separatismos estilo Santa Cruz de la Sierra.

Pero Lugo carece de recursos, equipos políticos, mayoría parlamentaria ni en administraciones provinciales. Como los peronistas y sus avatares, los colorados tienen una larga tradición de autoritarismo. Cuando fueron oposición, no dejaban gobernar (Oviedo es un ejemplo de malas artes al respecto). Parte de la prensa paraguaya cree que el nuevo presidente debiera combinar el proactivismo de Néstor Kichner y del ecuatoriano Rafael Correa. Pero en un contexto muy distinto.

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