Otra oportunidad para paliar la crisis

El gobierno presentó por fin el paquete de medidas cuando el riesgo país se encuentra en su nivel más alto y la capacidad de crédito está agotada. De la Rúa busca la confianza y el apoyo de todos los sectores.

2 noviembre, 2001

(NA). – Casi tres semanas necesitó el gobierno tras la derrota electoral para hilvanar un paquete de medidas que representa una nueva posibilidad de evitar que la crisis continúe consumiendo su capacidad de maniobra.

“Estamos al límite de lo que podemos resistir, la deuda nos asfixia, no hay soluciones mágicas”, sostuvo De la Rúa en un discurso de tono dramático que buscó graficar la magnitud del problema, pero también apelar a la “confianza” de la gente al señalar: “Creo que están interpretando el cambio que reclamó la gente”.

Estos anuncios también pueden representar la última oportunidad para Domingo Cavallo de demostrar que sus ideas pueden servirle a la Argentina para salir de una de las recesiones más profundas de las últimas décadas.

Hasta ahora, todos los intentos del hiperactivo ministro de Economía cayeron en saco roto, y la desconfianza se profundizó hasta llevar a niveles ridículos de riesgo país (2.300 puntos) y nula capacidad de crédito.

Por eso el gran riesgo es que estas nuevas medidas lleguen tarde y sean rápidamente diluidas por la crisis, como ocurrió con los ajustes que el gobierno comenzó a aplicar a principios del año pasado, y que siguieron con el blindaje financiero y el megacanje de deuda.

Esa carencia de credibilidad es la que está a punto de desembocar en una cesación de pagos de la deuda empujada por una descomunal desconfianza en la Argentina.

Y en este marco adverso, el presidente Fernando de la Rúa también hace una apuesta a fondo, al avalar el lanzamiento de un conjunto de iniciativas fiscales y sociales que entremezclan ortodoxia fiscalista con “políticas activas”, cuando su administración es criticada desde todo el arco político y sindical, y mantiene una tensísima relación con los gobernadores.

Al fin y al cabo fue el jefe de Estado quien resolvió convocar en marzo último –¿hace menos de ocho meses?– a Cavallo para tratar de reencausar un gobierno que había perdido el rumbo económico y afrontaba fuertes convulsiones sociales.

El Presidente convocó a toda la dirigencia para que se sumen a este plan y buscó sumar voluntades al señalar que “no es un plan de un gobierno, es el plan de la Argentina”.

Para neutralizar críticas, De la Rúa recordó que “la deuda argentina es producto de la acumulación de malas decisiones, por lo que no hay nadie que pueda hacerse el distraído” y advirtió que “los que proponen no pagar la deuda sencillamente proponen quebrar a la Argentina”.

Con un índice de desempleo cercano a 20%, una pobreza que se transforma en miseria en numerosos centros urbanos y un desaliento generalizado en la población, que se tradujo en el inédito voto bronca de las últimas elecciones, el desafío tiene visos de epopeya.

La titánica tarea contiene un importante capítulo económico: convencer a miles de inversores de que la Argentina es viable, por lo que deben volver a tenerla en cuenta entre las naciones emergentes. Otro político: recuperar el apoyo que el gobierno dilapidó en menos de dos años de gestión. Y un tercero que podría definirse casi como psicológico: reconquistar la confianza de la gente y persuadirla de que esta vez sí se sale de la crisis, con el fin de que se decida a gastar.

Hacia estos objetivos apuntan estas medidas que buscan acercar algunos billetes a los flacos bolsillos de argentinos exhaustos por sucesivos ajustes para cerrar las cuentas.

(NA). – Casi tres semanas necesitó el gobierno tras la derrota electoral para hilvanar un paquete de medidas que representa una nueva posibilidad de evitar que la crisis continúe consumiendo su capacidad de maniobra.

“Estamos al límite de lo que podemos resistir, la deuda nos asfixia, no hay soluciones mágicas”, sostuvo De la Rúa en un discurso de tono dramático que buscó graficar la magnitud del problema, pero también apelar a la “confianza” de la gente al señalar: “Creo que están interpretando el cambio que reclamó la gente”.

Estos anuncios también pueden representar la última oportunidad para Domingo Cavallo de demostrar que sus ideas pueden servirle a la Argentina para salir de una de las recesiones más profundas de las últimas décadas.

Hasta ahora, todos los intentos del hiperactivo ministro de Economía cayeron en saco roto, y la desconfianza se profundizó hasta llevar a niveles ridículos de riesgo país (2.300 puntos) y nula capacidad de crédito.

Por eso el gran riesgo es que estas nuevas medidas lleguen tarde y sean rápidamente diluidas por la crisis, como ocurrió con los ajustes que el gobierno comenzó a aplicar a principios del año pasado, y que siguieron con el blindaje financiero y el megacanje de deuda.

Esa carencia de credibilidad es la que está a punto de desembocar en una cesación de pagos de la deuda empujada por una descomunal desconfianza en la Argentina.

Y en este marco adverso, el presidente Fernando de la Rúa también hace una apuesta a fondo, al avalar el lanzamiento de un conjunto de iniciativas fiscales y sociales que entremezclan ortodoxia fiscalista con “políticas activas”, cuando su administración es criticada desde todo el arco político y sindical, y mantiene una tensísima relación con los gobernadores.

Al fin y al cabo fue el jefe de Estado quien resolvió convocar en marzo último –¿hace menos de ocho meses?– a Cavallo para tratar de reencausar un gobierno que había perdido el rumbo económico y afrontaba fuertes convulsiones sociales.

El Presidente convocó a toda la dirigencia para que se sumen a este plan y buscó sumar voluntades al señalar que “no es un plan de un gobierno, es el plan de la Argentina”.

Para neutralizar críticas, De la Rúa recordó que “la deuda argentina es producto de la acumulación de malas decisiones, por lo que no hay nadie que pueda hacerse el distraído” y advirtió que “los que proponen no pagar la deuda sencillamente proponen quebrar a la Argentina”.

Con un índice de desempleo cercano a 20%, una pobreza que se transforma en miseria en numerosos centros urbanos y un desaliento generalizado en la población, que se tradujo en el inédito voto bronca de las últimas elecciones, el desafío tiene visos de epopeya.

La titánica tarea contiene un importante capítulo económico: convencer a miles de inversores de que la Argentina es viable, por lo que deben volver a tenerla en cuenta entre las naciones emergentes. Otro político: recuperar el apoyo que el gobierno dilapidó en menos de dos años de gestión. Y un tercero que podría definirse casi como psicológico: reconquistar la confianza de la gente y persuadirla de que esta vez sí se sale de la crisis, con el fin de que se decida a gastar.

Hacia estos objetivos apuntan estas medidas que buscan acercar algunos billetes a los flacos bolsillos de argentinos exhaustos por sucesivos ajustes para cerrar las cuentas.

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