Esa es la pregunta que disparó la idea de elaborar un teoría a Michael E. Clemens y Justin Sandefur, los autores de “A Self-Interested Approach to Migration Crises” (Una manera interesada de encarar las crisis migratorias).
El libro comienza trayendo a la memoria la masiva ola de emigrantes húngaros que escapó de su país luego de la revolución húngara de 1956. András Gróf, por ejemplo, cruzó la frontera húngara de la mano de un contrabandista y entró a Austria amparado por las sombras, sin familia, sin título de nada y con 20 dólares en el bolsillo. De Austria se fue a Estados Unidos y diez años después, bajo el nuevo nombre de Andy Grove, fue el co-creador de Intel Corporation y más tarde la revista Time lo declaraba personaje del año por su brillante desempeño como CEO de Intel.
Otros muchos húngaros llegados en la misma ola y en condiciones similares, jóvenes y sin preparación, se convirtieron en artistas y en capitanes de la industria. Hubo 40.000 refugiados, tal vez menos visibles, pero todos terminaron dándole al país mucho más que lo que recibieron de él.
Si el problema de la migración se encarara desde el más puro interés nacional los políticos advertirían que desperdician recursos cuando intentan cortar la vía de acceso a la inmigración generando una actitud inhumana e ineficiente que reduce las posibilidades futuras del propio país. Al país receptor le llega, con los inmigrantes, gente con otra impronta, con otra manera de ver el mundo. Esas personas no son uno más del montón, traen consigo una necesidad poderosa de buscar un futuro y triunfar. Mediante una amplia cooperación internacional para sacar a la gente de los campos de concentración e introducirlos en la fuerza laboral se podría transformar a los refugiados de una carga en una inversión.