<p>En realidad, el Nobel económico 2008 reiteraba con otras palabras críticas formuladas durante todo 2009. Es difícil –señalaba en octubre- encarar reformas sistémicas con funcionarios tan conservadores como Benjamin Bernanke (Reserva Federal), Timothy Geithner (Tesoro) o Paul Volcker (asesor en la Casa Blanca). Lo mismo cree Robert Reich, secretario laboral bajo Bill Clinton y autor de The Work of Nations.<br />
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Por un lado, Obama propone gravámenes a entidades privadas para recobrar los US$ 700.000 millones del programa pro alivio de activos tóxicos (TARP). Por el otro, parece tomar de la reforma financiera elevada al congreso este nuevo paquete, que limita pasivos, prohíbe a los bancos comerciales terciar en bienes raíces, especular con derivativos y formar megaconglomerados.<br />
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En síntesis, los excesos del capitalismo anglosajón que llevaron a la crisis sistémica de 2007/9. Sin embargo, la iniciativa habría sonado más convincente antes de quedarse sin la mayoría senatorial en un bastión demócrata por generaciones. Sin duda, el agrio – y justificado- ataque a los banqueros refleja el enojo presidencial por Massachusetts; por tanto, no lo excluye al propio mandatario.<br />
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“Quizás este presidente no sea el que esperábamos y los demócratas liberales sigamos sin un liderazgo claro”. Así señalaba el blog de Krugman días antes de la derrota electoral. En este plano, las inevitables bajas accionarias (empezaron realmente un día antes de los anuncios), en particular las de grandes bancos, no hacen al fondo de la cuestión. En buena medida porque, desde hace años, Wall Street y Londres vienen perdiendo relevancia mundial.</p>
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Obama: una súbita reforma, que tal vez es a destiempo
Si quieren pelea, estoy listo para darla, espetó Barack Obama a bancos y bancas de Wall Street. El presidente debió haber hecho esto antes de perder Massachusetts. Su programa es ambicioso -objetó Paul Krugman-, pero sus diagnósticos son erróneos.