<p>Obviamente, el general Stanley McChrystal no se parece a ninguno de ellos, pero tampoco tiene la solvencia intelectual de David Petraeus, su antecesor como comandante para Afganistán y Pakistán. Además, al primero –también encabeza las tropas de la Organización del Tratado Noratlántico- no le sobra tacto. Por ejemplo, manifestó públicamente sus divergencias estratégicas, en vez de ventilarlas sólo en la Casa Blanca o el Pentágono.</p>
<p>Sea como fuere, al forzar una segunda vuelta entre el presidente Hamid Karzaí (48% del voto en la primera, descontando “inflación vía fraude”) y Abdullá Abdullá (sic), que obtuvo 45%, Barack Obama gana tiempo. Pero no mucho más.</p>
<p>El mandatario está en un brete. Por un lado, McChrystal acabará recibiendo un refuerzo de 20/22.000 efectivos, no los 40.000 que exigía. Por otro, los legisladores demócratas no quieren que Afganistán-Pakistán sea el Vietman de Obama. Pero, al lado de esta guerra sólo en apariencia civil, la librada en la ex Indochina francesa era un conflicto encapsulado: Tailandia quedó fuera.</p>
<p>Hay otro problema que no mostraban Vietnam ni, hasta cierto punto, Irak. En la Mesopotamía, Estados Unidos contaba con un copartícipe incondicional (Gran Bretaña) y un puñado de aliados simbólicos. Ahora, varios socios del contingente OTAN amagan con salir de Afganistán o limitarse a conservar posiciones alrededor de Kabul. En este contexto, la suerte electoral de Karzaí tendría que mejorar substancialmente –sin fraude- para ayudar a los aliados.<br />
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Obama en Afganistán: entre los militares y el congreso
Le pasó a Henry Truman con Douglas MacArthur, que quería llevar a China la guerra de Corea. También a John F. Kennedy en la crisis cubana, con los halcones del estado mayor conjunto, o a James Polk con el general John Pershing en México, 1916.