Norcorea: la realpolitik desafía los principios de George W.Bush

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En efecto, el realismo tiende a desdibujar la intransigencia en materia de política externa -no negociar con villanos-, típica de Washington. Norcorea es todo un ejemplo al respecto, pero no el único.

Altos funcionarios norteamericanos y diplomáticos de Asia oriental señalaban, en el “New York times”, que Bush “parece dispuesto a seguir recomendaciones de ciertos asesores y la secretaría de Estado en cuanto a cambiar de política con respecto a Pyongyang. Eso podría llegar a conversaciones sobre un tratado de paz, aunque se mantengan presiones para que Norcorea desmantele sus armas atómicas.

La mera idea de ese “ablandamiento” provoca debates entre facciones de la Casa Blanca. En todo caso, Bush avanzará sólo si los norcoreanos vuelven a la séxtuple mesa de negociaciones (ambas partes, China, Rusia, Japón, Surcorea) abandonada desde septiembre. En verdad, Norcorea ha estado años buscando una acuerdo formal que reemplace el armisticio de 1953. Pero hoy no se sabe cómo reaccionaría ante una oferta así, especialmente porque el presidente venía insistiendo, desde hace tiempo, en que Pyongyang desista de su plan nuclear. Esta postura luego de modificó, pero hablar de un tratado sería ya un cambio de estrategia.

La política de seguridad emprendida por Estados Unidos tiende a girar exclusiva, casi enfermizamente alrededor de Irak e Irán y pesa en la posición global de la potencia. Las limitadas posibilidades de contener las aspiraciones nucleares de Tehrán (sólo Washington y sus aliados sostienen que tienen fin bélico) hacen a la “realpolitik” ante Norcorea; sobre todo, porque China y Rusia son claves en los dos frentes.

En un tercero, Washington promueve una alianza con Libia, presentándola como “caso piloto”, influido por el deseo de Mu’ammar Ghedafi de eludir el destino de Saddam Huséin. Pero “Newsweek” reveló que el coronel sólo reanudó relaciones con Washington luego de que norteamericanos y británicos le aseguraran que pretenden cambios en política externa, no en el régimen. El autócrata libio no es exactamente el modelo de la democracia que Bush pretende exportar a Levante.

El debilitado Bush afronta otros problemas. Como señala el “Washington post”, Sa’ud al-Faisal (ministro saudí de relaciones exteriores), opina que la política de aislar Hamás, partido democráticamente electo –para complacer a Israel-, “parte de una lógica perversa y radicalizará a los palestinos”. Igual cree Vladyímir Putin, a quien Washington precisa para poner en caja a Norcorea e Irán.

Pero los halcones de la Casa Blanca presionan para que Bush desaire al ruso en la próxima reunión del Grupo de los 8, prevista en Petersburgo dentro de algunas semanas. Ahí, el motivo sería la creciente escasez de conductas democráticas en Moscú y Minsk, más el intento de absorber a Rusia blanca.

Altos funcionarios norteamericanos y diplomáticos de Asia oriental señalaban, en el “New York times”, que Bush “parece dispuesto a seguir recomendaciones de ciertos asesores y la secretaría de Estado en cuanto a cambiar de política con respecto a Pyongyang. Eso podría llegar a conversaciones sobre un tratado de paz, aunque se mantengan presiones para que Norcorea desmantele sus armas atómicas.

La mera idea de ese “ablandamiento” provoca debates entre facciones de la Casa Blanca. En todo caso, Bush avanzará sólo si los norcoreanos vuelven a la séxtuple mesa de negociaciones (ambas partes, China, Rusia, Japón, Surcorea) abandonada desde septiembre. En verdad, Norcorea ha estado años buscando una acuerdo formal que reemplace el armisticio de 1953. Pero hoy no se sabe cómo reaccionaría ante una oferta así, especialmente porque el presidente venía insistiendo, desde hace tiempo, en que Pyongyang desista de su plan nuclear. Esta postura luego de modificó, pero hablar de un tratado sería ya un cambio de estrategia.

La política de seguridad emprendida por Estados Unidos tiende a girar exclusiva, casi enfermizamente alrededor de Irak e Irán y pesa en la posición global de la potencia. Las limitadas posibilidades de contener las aspiraciones nucleares de Tehrán (sólo Washington y sus aliados sostienen que tienen fin bélico) hacen a la “realpolitik” ante Norcorea; sobre todo, porque China y Rusia son claves en los dos frentes.

En un tercero, Washington promueve una alianza con Libia, presentándola como “caso piloto”, influido por el deseo de Mu’ammar Ghedafi de eludir el destino de Saddam Huséin. Pero “Newsweek” reveló que el coronel sólo reanudó relaciones con Washington luego de que norteamericanos y británicos le aseguraran que pretenden cambios en política externa, no en el régimen. El autócrata libio no es exactamente el modelo de la democracia que Bush pretende exportar a Levante.

El debilitado Bush afronta otros problemas. Como señala el “Washington post”, Sa’ud al-Faisal (ministro saudí de relaciones exteriores), opina que la política de aislar Hamás, partido democráticamente electo –para complacer a Israel-, “parte de una lógica perversa y radicalizará a los palestinos”. Igual cree Vladyímir Putin, a quien Washington precisa para poner en caja a Norcorea e Irán.

Pero los halcones de la Casa Blanca presionan para que Bush desaire al ruso en la próxima reunión del Grupo de los 8, prevista en Petersburgo dentro de algunas semanas. Ahí, el motivo sería la creciente escasez de conductas democráticas en Moscú y Minsk, más el intento de absorber a Rusia blanca.

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