No se descarta una crisis originada en los déficit de Estados Unidos

La OCDE y un economista conservador argentino advierten ciertos riesgos sistémicos en los países centrales. La clave reside, naturalmente, en la pésima gestión y fiscal del gobierno que preside George Walker Bush.

31 mayo, 2005

En reciente informe, la Organización para Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE, una usina distante del desarrollismo) insite en cuestionar los déficit norteamericanos en materia de presupuesto -5,5% del producto bruto interno- y pagos externos (6,5%). En suma, una carga equivalente a 12% del PBI, o sea alrededor de US$ 1,32 billón.

A diferencia de trabajos anteriores, ahora la entidad cuestiona la escasa proactividad del Banco Central Europea y su resistencia a bajar los tipos de interés cortoplacistas. Irónicamente, la OCDE –dominada por franceses ortodoxos- critica a un banquero galo de accidentada historia, Jean-Claude Trichet. Entretanto, reduce a 1,2% la proyección para el PB de la Eurozona, este año, acompañando al instituto estadístico de la propia Unión Europea.

Pero el panorama es complejo. Por un lado, las tasas europea de largo plazo responden a la política del BCE; por el otro, el alza baja de tipos referenciales estadounidenses, de 1% a 3% anual entre junio y mayo últimos, se reduce en la contracción de las tasas largas, un efecto totalmente opuesto a la cartilla monetarista. Eso en un contexto económico menos débil que el europeo y signos de inflación.

Tampoco las actitudes del Sistema de Reserva Federal y el BCE son consistentes entre sí: Trichet vive obsedido por una inflación que no llega, mientras Alan Greesnpan –mejor dicho, su eminencia gris, Benjamin Bernanke, flamante asesor de Bush- recién ahora se preocupa por la inflación. Eso sí: el SRF y la OCDE insisten en que la economía estadounidense es cada día más sólida, como si los déficit mencionados fuesen síntoma de buena salud.

Sin duda, la inflación en la Eurozona contradice al BCE y continúa en descenso, mayormente por el estancamiento de algunas economías reales. En especial la alemana, deprimida por el “Hartz IV”, ese programa pro reducción de empleo, sueldos y prestaciones a jubilados que ha culminado en una violenta derrota electoral de Gehard Schröder. Detalle que el economista argentino Adolfo Buscaglia ignora al aplaudir ese plan en aras de la “productividad”.

Políticas y visiones tan dispares a ambas orillas del Atlántico sólo se conjugan en el aspecto comercial. Así lo señala la agudización de tensiones entre los países centrales de Occidente y China, en este caso con Japón apoyando a EE.UU. y la UE. Esto se trasunta en presiones para que Beijing revalúe el yüan, es decir renuncie a las mismas ventajas competitivas que son sagradas para EE.UU. En cuanto a la Eurozona, Buscaglía no se sorprendería si este área y la del dólar “levantasen nuevas barreras proteccionistas y produjera transitorios efectos recesivos en el mundo”.

Ya antes de la OCDE y su informe, Paul Volcker (antecesor de Greenspan, 1979-87, más prestigioso que éste) formula similares advertencias en el “Washington Post”. El experto subrayaba con inquietud que “nadie esté haciendo nada para corregir ciertos desequilibrios globales”. Su postura se asemeja a la del Fondo Monetario Internacional, aunque sin las inevitables alusiones a la fortaleza económica norteamericana (que es relativa).

Pero las presiones sobre China y otros exportadores de Asia oriental o meridional tienen un límite: las tenencias en dólares y bonos en esa moneda, que los convierten en los máximos acreedores que EE.UU. haya afrontado en su historia. “Si decidieran diversificar riesgos de cartera, incorporando inversiones en otras monedas –apunta Buscaglia-, precipitarían una crisis financiera norteamericana. Decaería el mercado mundial de capitales y aumentarían las tasas. Esa situación debería ser amortiguada por el SRF, con cierta expansión monetaria (o sea baja de tasas) para absorber la oferta excedente de tìtulos”.

También sería preciso “sostener a bancos afectados por incobrabilidad de créditos hipotecarios que alimentaron la burbuja especulativa en bienes raíces”. Similar problema se gesta en Gran Bretaña y España. Como otros analistas ortodoxos de formación financiera, el argentino se apresura a aclarar: “A mi juicio, no es muy probable que ese escenario se presente, pues una decisión semejante de los países asiáticos actuaría como bumerang sobre sus economías, al caer la demanda mundial de sus productos”.

De nuevo en el campo comercial, aparece otro factor complicante: muchas empresas grandes, en particular norteamericanas, tercerizan productos y servicios en Asia oriental, sudoriental y meridional, debido a costos laborales ínfimos. Pero, al colocarlos en los mercados –no sólo el estadounidense-, distorsionan la competencia. “La Organización Mundial de Comercio no ha prestando suficiente atención a esta problemática asimetría”, recuerda Busgaglia. Con Pascal Lamy al frente, no es probable que lo haga.

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En reciente informe, la Organización para Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE, una usina distante del desarrollismo) insite en cuestionar los déficit norteamericanos en materia de presupuesto -5,5% del producto bruto interno- y pagos externos (6,5%). En suma, una carga equivalente a 12% del PBI, o sea alrededor de US$ 1,32 billón.

A diferencia de trabajos anteriores, ahora la entidad cuestiona la escasa proactividad del Banco Central Europea y su resistencia a bajar los tipos de interés cortoplacistas. Irónicamente, la OCDE –dominada por franceses ortodoxos- critica a un banquero galo de accidentada historia, Jean-Claude Trichet. Entretanto, reduce a 1,2% la proyección para el PB de la Eurozona, este año, acompañando al instituto estadístico de la propia Unión Europea.

Pero el panorama es complejo. Por un lado, las tasas europea de largo plazo responden a la política del BCE; por el otro, el alza baja de tipos referenciales estadounidenses, de 1% a 3% anual entre junio y mayo últimos, se reduce en la contracción de las tasas largas, un efecto totalmente opuesto a la cartilla monetarista. Eso en un contexto económico menos débil que el europeo y signos de inflación.

Tampoco las actitudes del Sistema de Reserva Federal y el BCE son consistentes entre sí: Trichet vive obsedido por una inflación que no llega, mientras Alan Greesnpan –mejor dicho, su eminencia gris, Benjamin Bernanke, flamante asesor de Bush- recién ahora se preocupa por la inflación. Eso sí: el SRF y la OCDE insisten en que la economía estadounidense es cada día más sólida, como si los déficit mencionados fuesen síntoma de buena salud.

Sin duda, la inflación en la Eurozona contradice al BCE y continúa en descenso, mayormente por el estancamiento de algunas economías reales. En especial la alemana, deprimida por el “Hartz IV”, ese programa pro reducción de empleo, sueldos y prestaciones a jubilados que ha culminado en una violenta derrota electoral de Gehard Schröder. Detalle que el economista argentino Adolfo Buscaglia ignora al aplaudir ese plan en aras de la “productividad”.

Políticas y visiones tan dispares a ambas orillas del Atlántico sólo se conjugan en el aspecto comercial. Así lo señala la agudización de tensiones entre los países centrales de Occidente y China, en este caso con Japón apoyando a EE.UU. y la UE. Esto se trasunta en presiones para que Beijing revalúe el yüan, es decir renuncie a las mismas ventajas competitivas que son sagradas para EE.UU. En cuanto a la Eurozona, Buscaglía no se sorprendería si este área y la del dólar “levantasen nuevas barreras proteccionistas y produjera transitorios efectos recesivos en el mundo”.

Ya antes de la OCDE y su informe, Paul Volcker (antecesor de Greenspan, 1979-87, más prestigioso que éste) formula similares advertencias en el “Washington Post”. El experto subrayaba con inquietud que “nadie esté haciendo nada para corregir ciertos desequilibrios globales”. Su postura se asemeja a la del Fondo Monetario Internacional, aunque sin las inevitables alusiones a la fortaleza económica norteamericana (que es relativa).

Pero las presiones sobre China y otros exportadores de Asia oriental o meridional tienen un límite: las tenencias en dólares y bonos en esa moneda, que los convierten en los máximos acreedores que EE.UU. haya afrontado en su historia. “Si decidieran diversificar riesgos de cartera, incorporando inversiones en otras monedas –apunta Buscaglia-, precipitarían una crisis financiera norteamericana. Decaería el mercado mundial de capitales y aumentarían las tasas. Esa situación debería ser amortiguada por el SRF, con cierta expansión monetaria (o sea baja de tasas) para absorber la oferta excedente de tìtulos”.

También sería preciso “sostener a bancos afectados por incobrabilidad de créditos hipotecarios que alimentaron la burbuja especulativa en bienes raíces”. Similar problema se gesta en Gran Bretaña y España. Como otros analistas ortodoxos de formación financiera, el argentino se apresura a aclarar: “A mi juicio, no es muy probable que ese escenario se presente, pues una decisión semejante de los países asiáticos actuaría como bumerang sobre sus economías, al caer la demanda mundial de sus productos”.

De nuevo en el campo comercial, aparece otro factor complicante: muchas empresas grandes, en particular norteamericanas, tercerizan productos y servicios en Asia oriental, sudoriental y meridional, debido a costos laborales ínfimos. Pero, al colocarlos en los mercados –no sólo el estadounidense-, distorsionan la competencia. “La Organización Mundial de Comercio no ha prestando suficiente atención a esta problemática asimetría”, recuerda Busgaglia. Con Pascal Lamy al frente, no es probable que lo haga.

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