<p>Sin embargo, Juncker no hablaba por el pequeño gran ducado, sino por los ministros de economía o hacienda de “los dieciséis” que adhieren a la moneda común. “Les hemos dicho a los amigos chinos que el mundo es hoy demasiado multipolar como para darle lugar al grupo de 2”. Ortodoxo y, en el fondo, pronorteamericano, el luxemburgués objetó “un yüan por demás bajo”.<br />
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Todo eso sucedía en el duodécimo encuentro del Eurogrupo con las autoridades monetarias del gigante. Ocurre que el G-2 (China-Estados Unidos) se presentó en sociedad poco antes de entrar en vigencia el tratado de Lisboa. Vale decir, la nueva constitución política para los veintiséis miembros de toda la Unión Europea. En términos de producto bruto interno o regional, en este momento la “nueva” UE supera a EE.UU. y China misma.<br />
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Observadores franceses, italianos y checos califican el G-2 como “una pesadilla global”. Pero, en realidad, el problema es que la UE (y más la Eurozona) han prolongado un marasmo que las dejó fuera de competencia. En otro plano, Bruselas teme que Washington se vuelque al Pacífico, aunque más no sea para impedir que su mitad norte se convierta en un “lago chino”. Con un consejo de seguridad noratlántico impotente ante los sueños nucleares iraníes o los delirios norcoreanos, la OTAN pone en evidencia que el viejo atlantismo anglosajón se extingue.<br />
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En términos geopolíticos, no todavía geoeconómicos –su PBI por habitante es bajo-, China actúa como superpotencia. A punto tal que, durante la reciente gira por oriente, Barack Obama encontró a un “aliado” que pretende ser voz cantante en el G-2. Esta volátil relación de fuerzas no favorece a la UE, dado que ni siquiera hay consistencia entre la UE y la Eurozona. Ello se nota en un detalle inquietante: la situación de Turquía, cuyo ingreso choca con un extendido brote anti-islámico en Italia, Francia, España, Rumania y Suiza.</p>
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No basta con un eje entre Beijing y Washington
Así sostuvo en Nanjing el presidente del Eurogrupo, Jean- Claude Juncker. Pero su rechazo al G-2 fue relativizado por analistas de Hongkong y Nueva York: el funcionario proviene de Luxemburgo, un paraíso fiscal enquistado en el centro de la Eurozona.